lunes, 18 de marzo de 2013

DISTOPÍA PRESENTA: SUEÑOS Y PESADILLAS


         "El sueño de la razón produce monstruos", frase críptica la del grabado no. 43 de la serie Los Caprichos de Francisco de Goya, y sin embargo... inquietantemente cierta. Del dominio técnico y racional de la modernidad, llegamos al desencanto de los campos de concentración en Auschwitz. ¿Qué es entonces el progreso? A veces lo asociamos con el imaginario social al encarnar las metas, los deseos, los anhelos y los sueños a alcanzar de una civilización. Empero, en un sentido estricto, la idea actual de progreso se acerca más al crecimiento económico y tecnológico de una sociedad, lo cual no implica evolución o desarrollo social, es decir, una mejora neurálgica de la vida (la construcción de un mundo de ensueño).

El mundo ha sido producto de sus revoluciones, de esos “antes y después” que marcan edades, generaciones y hombres. Cambios infinitos de la era de la piedra a la era industrial, pero solo eso, cambios (el perenne ciclo de la desconstrucción ante el sueño trunco). Tan temerario seria afirmar que estamos en el mismo estadio del tiempo de las cavernas como obtuso el creer que nos encontramos en un mundo totalmente justo. La verdad como diría Aristóteles, se encuentra en el justo medio entre estos dos extremos. Y podríamos seguir con lo ya conocido del expediente clínico del discurso posmoderno: crisis de los metarrelatos, fin de las ideologías, desgaste de los grandes proyectos utópicos, etc., pero he aquí que el tema propuesto a analizar, teorizar y diseccionar nos exige una mayor hondura y una aplicación colectiva de aptitudes incluso artísticas.

Porque los sueños y las pesadillas no solo pueden interpretarse a partir de conceptos filosóficos enfrentados: modernidad/posmodernidad (tema extenuantemente sobreestudiado), sino también, abordarse desde distintas ópticas lúdicas e incluso personales (alejados de la visión fantástica del mañana ideal, pero con resultados lúgubres). Pongámoslo desde un despertar cualquiera. La consecuencia de mi recuerdo de lo soñado parece dejar un tufo emotivo: queda atrás aquel espacio atemporal, inconexo, ilusorio en donde las leyes prácticas de mi realidad han sido ultrajadas (del grato beneficio de estipular nuestras propias reglas, ocasionalmente, el universo onírico también diserta en reglas), aquel perecedero mundo que se va difuminando con el primer abrir de ojos, pero que nos va trasegando, persiguiendo durante la vigilia. Nos preguntamos ¿Por qué me siento tan feliz, tan triste, atemorizado, angustiado o emocionado de aquello soñado? ¿Tendrá algún tipo de mensaje, consecuencia? ¿Querrán decirnos algo nuestros sueños?

Los sueños son la sustancia natural de nuestros anhelos, son aquellos deseos ocultos en el desfiguro, en el sinsentido de símbolos que a veces se presentan en formas dichosas, otras tantas veces se alejan de nuestra compresión pero siempre acompañándose de rasgos que enmarcarían a entenderles como “reales”. Y ese realismo sería propio de la emotividad, de los sentimientos del soñante, su lógica y razón para desdeñarlos parece imposible, y si su experiencia fue trágica o terrorífica cuanto más les abandonamos. Pero el sueño tiene un refractario del cual es difícil olvidar, escapar, está interiorizado en nosotros; de tales consecuencias nuestro actuar, nuestro vínculo mismo a profetizar, imaginar y crear. Nuestros antepasados fueron benevolentes- y estrictos- a la significación de los sueños, el propio hombre de ciencia trasladó la idea de lo soñado a un plano de desarrollo; dentro de la actividad artística ha visto su consecuencia en diversas disciplinas: las letras, la pintura, el cine, el teatro, etc. Solidificar aquellos imposibles deseos y de igual forma esas displacenteras imágenes (pesadillas).

El sueño es inconcluso, el sueños es algo que prosigue. El sueño es más real que irreal, los sueños son vehículos de respuestas ocultas deseosas de ser expuestas. Entremos entonces al universo en donde lo imposible tiene “vida” en la pluralidad óptica y sensitiva de quienes les creamos: nosotros.



"La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas."

EL VÍNCULO DE LAS RESPUESTAS


         La condición onírica continúa siendo un universo desestimado y hasta cierto nivel negado por el propio hombre moderno. Parece inverosímil el restarle relevancia, lo menciono dado que éste figuró en inicio el desarrollo psíquico del hombre, particularmente como incitador de sus pensamientos, sus deseos y sus propios desasosiegos. Tan prodigiosa fue (es) su presencia que incitó la idea misma de la espiritualidad, la vinculación del individuo con lo que consideraba o llegaría a considerar como deidad; cabe señalar que de tal prodigio el hombre antiguo “veía”, percibía en los sueños el vínculo inmediato con los seres mismos que le dieron la posibilidad de su existencia, sus creadores. Para tales pueblos los sueños cumplían el papel primordial de guiarles, de permitirles tomar las decisiones adecuadas en relación a sus vidas, tanto en el plano individual y como comunidad.

Podríamos citar diversas culturas antiguas (dos de ellas al menos son sustento de nuestro actual pensamiento occidental) que incurrieron en dicha práctica: la cultura egipcia y las revelaciones faraónicas (la conformación de los primeros diccionarios simbólicos oníricos), los pueblos australianos que aun actualmente en pequeños grupos reducidos siguen considerando que el mundo que habitan por la noche mientras duermen es el “real” y que por el día tienen que regresar al mundo ficticio, ordinario que es el “irreal”, será hasta la muerte en donde podrán permanecer definitivamente en su realidad, su espacio legítimo. Para la Grecia antigua y algunos de sus pensadores los sueños les revelaban algún tipo de advertencia enviada por los dioses (papel del oráculo); Aristóteles consideraba que los sueños eran la prolongación de la actividad psíquica, dándose la misma mientras dormimos, una atribución directa del espíritu humano.

La iluminación de Buda vendría de los sueños siendo atestiguada en episodios decisivos del florecimiento de la India. En la China antigua aproximadamente setecientos años antes de Cristo se hablaba ya de la importancia al respecto de la interpretación de los sueños. El judío cristianismo y mucho antes el pueblo babilónico (quizá la madre de todas las culturas) sustentaron frecuentemente sus doctrinas en la alusión a los sueños proféticos y sus mensajes divinos (Job, Abraham, Gilgamés). Todos los mitos, las religiones, epopeyas, leyendas transmitidas al imaginario humano han estado revestidas por los sueños y de la función primordial que nos conceden.

La interpretación fue un término acuñado “científicamente” hasta finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, siendo factor lineal de la llamada Metapsicología. Sin embargo es pertinente mencionar la antesala de ello. En 1889 Laistner intentó comprobar que los mitos tenían su origen en los sueños, sobre todo en sus episodios menos placenteros: las pesadillas. E. Clodd refería que las pesadillas incluían la bardada de demonios expuestos en el folklor del mundo. En 1901 Sigmund Freud publicaría su obra La interpretación de los sueños que no es más que una analogía entre el sueño y el mito en su representación por medio de los símbolos. Es justo aquí en donde se derivan las ideas de que debajo del umbral de la vida consciente se haya un mundo oculto representado en lo simbólico: los fenómenos hipnóticos, los sueños, los mitos, los  síntomas neuróticos conforman el mundo inconsciente, al menos eso era lo planteado a groso modo por Freud.

 Los sueños comenzarían a cobrar una relevancia en la vida del hombre moderno, posibilitarían ese puente entre los dos paralelismos de la psique. Entendamos hasta este momento que los sueños tendrán en efecto una derivación y representación simbólica, aunque bien, estos símbolos serán correspondientes no sólo a un inconsciente individual-personal (como en su momento lo enunció Freud) sino también a un  inconsciente compartido-colectivo; aquí una de las divergencias (de varías)  entre el pensamiento Freudiano y Junguiano. Jung apunta de igual forma a la diferencia entre el signo y el símbolo dentro de su representación en los sueños. El signo en significado es menor al concepto (idea) que representa, mientras que el símbolo representa más que su significado inmediato.

El material subliminal es en tanto aquellos símbolos espontáneos de nuestros sueños, ese material consta de todos nuestros impulsos, deseos e intenciones, de igual manera la consecuencia de nuestros sentimientos expresos en ellos, incluyendo lo racional y lo irracional (apuntando en mejor medida en este último punto, comprendiendo que dicha irracionalidad no significa irrelevancia sino precisamente origen o revelaciones para la vida consciente, futuras situaciones psíquicas). 

Inciden en los sueños la prevalencia de lo fascínate y lo amenazante, en esta última atribución vendría la consecuencia onírica de las llamadas pesadillas que, de tal forma tienen la misma designación: irradiar desde un oculto (no placentero, tormentoso) significado (arquetípico o individual) el manifiesto de las diversas realidades  psíquicas, que como apuntó no sólo Jung, sino así mismo Heinrich Zimmer, Joseph Campbell, Nietzsche al respecto de que esas manifestaciones “terribles” y tremebundas no son más que los temores que deben ser enfrentados, desarticulados, son el selectivo compensatorio (atiende a una causa traumática) de lo que en nuestra vida consciente nos limita a trascender. Su presencia y deformidad son entonces la consecuencia inmediata a una resolución,  su pronta interpretación y confrontación. Pertinente es dar cabida aquí a los sueños recurrentes, ellos son la insinuación constante ante la solicitud del inconsciente de resolución, y no apaciguaran hasta desentrañarles y comprender su naturaleza de reitero.  Tales sueños pudiesen estar presentes hasta por años. 

El sueño compensa las limitaciones del soñante, opera en razón de su mundo emocional e instintivo, profesa de igual manera en los deseos y miedos de una cultura, correspondencia de su enlace y conexión humana, es el mito en consecuencia. El lenguaje onírico es tan basto en simbolismos (el mundo mismo es un conjunto de símbolos) que nos hace vernos obligados a atenderle; la consecuencia de no hacerlo está en virtud, en sinónimo de nuestra propia deshumanización, en nuestro alejamiento y rechazo del “área” más influyente de nuestro ser: el inconsciente.

“Esta noche he soñado que era una mariposa. ¿Cómo sé yo si soy un hombre que cree haber soñado que es una mariposa, o si soy una mariposa que ahora está soñando ser un hombre?”
Chuang Tse  


EL TREN DE LOS DÍAS


"Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo."
Julio Cortázar.

               Convencido estoy de que a los instantes iluminadores en este periplo llamado vida he llegado de forma circunstancial, a tientas, oscilando entre el sueño, la vigilia o recurrentemente trastabillando como un ebrio echado de un bar, buscando una buhardilla para tratar de comprender mis actos y si acaso el mundo. Creo de igual forma, que el ir y venir de los días es un antifaz que recubre de forma oblicua lo esencial en las cosas. Somos una errata en cada trecho recorrido. Mientras los rebaños de gente van y vienen allá arriba, me traslado en el gusano naranja. En el subsuelo, la cotidianidad late ferozmente: grita, reclama, discute, se fajonea, se pitorrea, hace de las suyas, regalando un panorama carnavalesco y disímil digno de una alegoría lyncheana.

Rumbo a la estación chabacano recuerdo aquella tarde soleada caminando con un amigo ciertos callejones en la ciudad de las flores. ¡Mira, ahí vive el Pitol! Tenía una ligera sospecha de quién era, pues en algún anaquel de la rueca de Gandhi alcancé a leer su nombre por aquellos años preparatorianos, mas no me había aventurado en su prosa –de manufactura sublime, decía mi acompañante- que años más tarde acabaría por ser referente y compañero en esos momentos de claridad que conservo en la memoria, los cuales, a través del nomadismo en sus letras producto de ese incesante ir y venir por el globo, la sesuda reflexión literaria plagada de referencias, escenarios, excentricidades y ese amor por el lenguaje me han develado ese otro andamiaje que habita en nuestro interior tras la mirada; ese que está ahí entre rastros de sueños que escapan como mariposas durante el día y han hecho que habite el mundo en múltiples instantes desde otras latitudes.

Acercarme a los libros de Sergio Pitol ha sido un viaje riquísimo entre infinidad de paisajes, ciudades, personajes disparatados, relatos brillantísimos y alucinantes que dejan en entredicho que el escritor fabrica a manera de alquimista perdiéndose en una utopía privada el laboratorio de lo posible;  donde la dedicación literaria, los sueños, angustias, imaginación y parodia confeccionan una realidad alterna que llevamos en los bolsillos por las esquinas de la vida y finalmente se nos revelan en una  literatura rica y estimulante. El lector debe ser un buen conversador, de lo contrario, el resultado será una colisión estrepitosa que nos dejará babeando en la banqueta más confundidos que al inicio de nuestras lecturas.

Un paciente – el propio Pitol- hundido y perdido en sus laberintos llega al consultorio del doctor Federico Pérez  para desterrar su relación con el tabaquismo por medio de la hipnosis.  Durante el trance el personaje llega a un intricado de imágenes desordenadas resbalando directito a una encrucijada  que lleva guardada hace más de cincuenta años – la imagen de su madre ahogada a la orilla de una poza-.  Encara la pesadilla y explota en llanto producto de los infiernos no extintos. Recorremos los días con una losa invisible y pesadísima en la espalda; evitando con sigilo que los dolores del pasado vuelvan a cachetearnos en otros momentos, en otras personas, en otras caricias. Somos camaleones por antonomasia. Vindicación de la hipnosis, sin duda, me dejó perplejo aquella tarde en mi habitación. Descolocado, salí a conseguir más libros del Mago de Viena. Cuerpo presente y Victorio Ferri me deslumbraron de igual forma en ese   infierno de todos horneado durante su exilio en Tepoztlán. El desfile del amor y la vida conyugal favoritos de ese tríptico “El carnaval”. A partir de ese momento supe que siempre regresaría a sus libros y conocería con el tiempo a Chéjov, Gógol, Nabokov, Gombrowitz, Conrad, pintura y personajes de la cultura mexicana que compartieron años fructíferos con el premio cervantes.

El arte de la fuga –me aventuro a decir- en sus cuatro apartados: memoria, escritura, lectura y final  es un libro iluminador donde el autor va concatenando uno a uno los elementos del rompecabezas personal consolidando una pieza de orfebrería producto del viaje, la crónica, los sueños,  memorias, instantes y un amplio bagaje  de afirmaciones y contradicciones mediante un estilo refinado y concienzudo. Sin duda, es el recordatorio de un hombre que se encuentra en paz con su propia historia: “este libro es en cierta manera una recopilación de desagravios y lamentaciones, un intento de apaciguar desasosiegos y cauterizar heridas”. Invito al curioso a internarse en estas aguas y dejarse llevar por el oleaje. Es posible que despierte en un puerto seguro.

A un año de distancia en que decidí quemar las naves para dirigirme de bruces a una ciudad que ignora mi presencia, escribo -rodeado de algunos ejemplares firmados aquella mañana en la que compartí un café con el personaje/escritor- tratando de hilvanar lo que llevo guardado en mi mochila de viajes, la cual, se va llenando de con el paso de soles y lunas de música, lecturas, descubrimientos, perplejidades, desatinos y casualidades que van regresado a mi vida de forma muy misteriosa para regalarme mañanas de inmensa alegría, confirmando una vez más que todo está en todas las cosas.

“Escribir me parece un sinónimo del acto de tejer y destejer algunos hilos narrativos arduamente trenzados; los finales por lo general quedan abiertos, será el lector quien trate de cerrarlos, de resolver el misterio planteado, de elegir algunas de las opciones sugeridas; el sueño, el delirio y la vigilia se confunden…, lo demás son palabras”.


THE SANDMAN: LOS SUEÑOS DEL UNIVERSO


“Tengo un sueño, un solo sueño…seguir soñando”
Martin Luther King

               ¿Cuándo empezamos a soñar?, ¿será aquél momento eléctrico en el que los primeros impulsos cerebrales se transmiten a través de las sinapsis del feto en formación?...o es, quizá, un poco antes; o tal vez, mucho antes…desde el principio del universo mismo, cuando no había nada aún. Tal vez, somos el sueño a gran escala de alguien más. ¿Cuándo termina el sueño y comienza la vida ‘real’?.

Todas estas preguntas son planteadas en una obra por demás maravillosa. “The Sandman”, es (quizás) el trabajo por excelencia que define a un autor británico que se ha abierto paso en diversos medios más allá del comic, tales como el cine o la literatura. Neil Gaiman nos cuenta acerca del Dios del sueño, su propia versión de Morfeo, a lo largo de diez arcos publicados entre 1989 y 1996. Desde el primer número, el autor nacido en Portchester, nos sumerge en un guión excelso y atrapante, apasionado; lleno del mismo espíritu fantástico que lo ha caracterizado en todas sus creaciones. Podemos ver en ‘Sueño’ una atrevida personificación del mismo Gaiman: un ser con el poder de llevarnos a mundos increíbles, llenos de los más dulces manjares que alimentarán nuestra alma; o transportarnos a indecibles infiernos, para atormentarnos con nuestros propios demonios de pesadilla. Y como poseedor de ese gran poder, el rey de los sueños es también un alma atormentada por su propia naturaleza, un ente absoluto que también es iluminado por la belleza del mundo y acorralado por la obscuridad de su propia sombra.

Fueron nombres como Tolkien o Moore los que forjaron esa joven mente creadora y nos dieron a este Gaiman moderno, capaz de vivir entre ‘Oniros’, duendes, hadas y demás bestiario de la mitología fantástica universal. Con el arte de diversos artistas de renombre como Kelley Jones, Dave McKean o el mismísimo Yoshitaka Amano; Gaiman nos cuenta la historia de Morfeo (Sueño) y sus hermanos, los eternos; quienes en conjunto son la representación antropomórfica de un concepto: Destino, Muerte, Sueño, Destrucción, Deseo, Desespero y Delirio. Todos ellos muy básicos y propios de la naturaleza de todo lo creado. Sueño, en particular, se nos muestra taciturno y frío; una figura trágica víctima de sus propias decisiones a lo largo del tiempo…incluso desde antes que el tiempo mismo existiera.

Es una delicia ver (y sentir) a este Morfeo tan omnipotente, omnipresente, eterno…y a la vez, tan humano y disminuido. Nos hace identificarnos con tantas y tantas características de nosotros mismos, hasta un punto ‘erógeno’ que nos resulta tan familiar. Sandman es una novela gráfica tan rica en sensaciones que, al leerla y ver las viñetas; no nos cuesta imaginarnos una secuencia real de todas esas imágenes y sucesos…y es que tal vez, el mismo Oneiros mojó con su saliva la pluma de Neil para hacerlo capaz de contar su historia.

Desde un sucio ático en Wych Cross, Inglaterra; hasta un concurrido funeral en el fin de los tiempos (pasando por la salita del mismo Lucifer), Gaiman y su ‘Arenero’ nos muestran que la vida misma está hecha de sueños. Dejemos pues que la cristalina y coqueta arena caiga sobre nuestros ojos. Que Morfeo y su maravilloso mundo nos complazcan y aterren por igual.


Gabo Sosa: ingeniero, comiquero…y soñador empedernido.

MULHOLLAND DRIVE: LA PESADILLA DE UNA MUJER ENAMORADA.


        David Lynch es un director que ha causado polémica dentro de los círculos críticos de la cinematografía mundial, es amado y venerado por muchos, odiado y minimizado por otros, su obra transita entre lo real y lo onírico, entre la racionalidad y la locura con películas cargadas y plagadas de símbolos que se repiten una y otra vez en sus filmes, con personajes que pecan de inocentes y unos más que denotan una naturaleza humana salvaje y desorbitada, que habitan ciudades y pueblos en apariencia apacibles en los que se esconde la maldad debajo de ese velo que las cubre, como bien se muestra en la secuencia inicial de su tercera película “Terciopelo azul” (“Blue Velvet”, 1986) en la que  recorremos un pequeño y típico pueblo norteamericano.

Todo parece transcurrir con normalidad, vecinos felices regando sus hermosos jardines, bomberos en sus camiones saludando amablemente a los pueblerinos, perros jugando con los chorros de agua que expulsan las regaderas automáticas, esta aparente tranquilidad se ve alterada conforme Lynch se acerca al suelo cubierto por pasto, donde habitan gigantescos insectos tomados con un objetivo macro que los hace ver de ese gran tamaño librando furiosas batallas entre ellos, disputando cada centímetro en una férrea lucha que rompe con la paz superior; este mundo subterráneo del que poco se conoce es en el que se mueve con comodidad el controvertido director oriundo de Misoula, Montana, en los Estados Unidos.

Los malignos personajes que emergen de las sombras en las espesas noches lyncheanas nos producen repulsión y temor, sus violentas reacciones reflejan sus más profundos trastornos, como los animalados y enfermos impulsos del psicótico Frank Booth –Dennis Hopper- en la misma “Terciopelo azul”, sujetos irreales que parecieran ser la representación terrenal y física de aspectos de la psique como la locura, el llamado “hombre misterioso” -Robert Blake- de “Carretera perdida” (“Lost Highway, 1997), caballos desbocados con forma humana que a la menor provocación se lían a golpes en brutales enfrentamientos a muerte, tal es el caso de Sailor Ripley –Nicholas Cage- en “Salvaje de corazón” (“Wild at Heart”, 1990), trasnochados mafiosos neuróticos con fulminantes balas en los ojos, Dick Lauren –Robert Loggia- en “Carretera perdida”, vulgares circenses sin el menor sentido de compasión como Bytes –Freddie Jones- en “El hombre elefante” (“The Elephant Man”, 1980), introvertidos y raros sujetos que deambulan por las industriales calles de una sucia ciudad norteamericana, Henry Spencer –Jack Nance- de “Cabeza borradora” (“Eraserhead”, 1976).

Todos estos delirantes tipos cohabitan con mujeres capaces de sacarlos del agujero en el que cada vez se sumergen más o hundirlos a esas profundas y laberínticas veredas de la locura. En el primer caso podemos situar a la adorable Lula Fortune –Laura Dern- en “Salvaje de Corazón”, quien pareciera ser el ángel redentor que viene a apaciguar la furia de Sailor, o a complementarse con ella. La misma actriz conmueve con su angelical e inocente interpretación de la bella Sandy Williams en “Terciopelo azul”, quien ayuda al inmaduro y arrojado Jeffrey Beaumont –Kyle MacLachlan- a resolver el misterio de la oreja en esa película, o la coqueta y sensual Reene Madison/Alice Wakefield –Patricia Arquette-  en “Carretera perdida”, que se pasea provocativamente capturando las miradas masculinas, escondiendo detrás de esa mirada virginal a una Femme Fatale que podríamos situar en el segundo grupo femenil que tanto gusta al director utilizar.

En este mismo sector podemos ubicar a la malvada bruja de un Oz producto de las pesadillas del director, Marietta –Diane Ladd- en “Salvaje de corazón”, quien busca separar a como de lugar la pareja conformada por su hija Lula y el impredecible Sailor, o la misteriosa Perdita Durango –Isabella Rosellini- de esa misma película, o la deformada mujer que canta “In heaven everething´s all right” en el teatro ubicado en el radiador en “Cabeza borradora”. Estos personajes y muchos más habitan las truculentas cintas de un director capaz de convertir un placentero y romántico sueño en la peor pesadilla, capaz de enamorar y desagarrar el corazón al compás del lamentable canto de “la llorona de Los Anegeles, Rebeka del Río”, quien llora la traducción al español de una canción de Roy Orbison (Crying). Este inquietante sueño es el motivo de esta reseña e inicia en las sinuosas curvas que nos llevan a Mulholland Drive.

Su noveno largometraje como director vino precedido, como otros más dentro de su obra, por el factor del azar. En un inicio “Sueños, misterios y secretos” (“Mulholland Drive”, 2001) –a la que me referiré por su nombre en inglés-, estaba pensada para ser una serie de televisión. Lynch presentó una propuesta a la cadena estadounidense ABC la cual, en conjunto con Touchstone/Disney, aprobó un presupuesto de 7 millones de dólares para la realización del episodio piloto con la condición de que el director elaborará un desenlace más o menos comprensible; durante enero de 1999 Lynch terminó el guión con una extensión de 92 páginas, el cual elaboró en colaboración con Joyce Eliason (quien al final fue eliminada de los créditos ya que la idea original cambio radicalmente). Para finales de febrero se encontraba grabando y para el mes de abril ya tenía un primer corte y tal como estaba acordado el director presentó éste a los ejecutivos de la cadena. Fue en este momento que comenzaron los problemas.

A los analistas les pareció rebuscado e inconexo y decidieron dar marcha atrás, no sin sugerirle reducir su montaje de aproximadamente 125 minutos a tan sólo 88, cuando el director había pensado en un corte final que rondara los 150 minutos, el proyecto quedo enlatado y archivado, no fue sino hasta marzo del año 2000 que Studio Canal compró los derechos sobre el material grabado por los mismos 7 millones y le dio 2 millones más a Lynch para que pudiera terminarlo, acordando hacerlo con un enfoque más cinematográfico, cambiando desde este momento por completo la historia presentada en el guión original, esto a base de cambiar las secuencias grabadas en cuanto a su ubicación dentro del corte final, filmando material adicional así como un final ad hoc con el nuevo sentido del film.

Esta breve introducción creí pertinente hacerla para conocer un poco más la naturaleza “azarística” que tienen algunos de los trabajos en los que ha participado el director, sacando ases que esconde bajo la manga para poder culminar los proyectos en los que se ha visto involucrado (la única, y penosa excepción, la podríamos situar en su tercer film “Dunas”, -“Dune”, 1984-, adaptación de la novela de ciencia ficción escrita por Frank Hebert, su primer y último trabajo de alto presupuesto, mismo que se vio plagado de infortunios, el rodaje se realizó en los estudios Churubusco en el Distrito Federal en donde sufrió varios saqueos, entre ellos el costoso vestuario que utilizarían para rodar varias escenas y que ya no pudieron costear, optando por una opción más barata y corriente que no era del gusto del director, los continuos chantajes y corruptelas que vivió la producción y que orilló al sindicato a parar la producción durante varios días, retrasando toda la filmación); la suerte a estado presente en buena parte de la obra del director, las múltiples nominaciones y premios que sus películas han recibido son muestra de ello, siendo “Mulholland Drive” la que inauguraría el nuevo milenio con el premio a mejor director en el Festival de Cannes para el enigmático pintor vuelto a director.

Entrando de lleno en la cinta, Lynch nos presenta de inicio varias parejas bailando al ritmo del “Jitterbug” compuesto por el músico de cabecera de David Lynch, Angelo Badalamenti (quien tiene una breve incursión en la película como uno de los mafiosos hermanos Castigliane) e interpretada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga, los danzantes se yuxtaponen unos sobre otros, conforme transcurre la canción y nos acercamos a su final tres bustos humanos emergen de forma distorsionada, es Diane Selwyn/Betty Elms interpretada por Naomi Watts (la naturaleza de los dos nombres corresponde a su papel dentro del film, la primera se sitúa en la “realidad” del personaje, la segunda es la idealización onírica que la primera tiene sobre si misma), la protagonista del film se hace acompañar de una pareja de ancianos que bien pudieran ser los jueces del concurso de baile que acabamos de presenciar; la ensoñación termina y ahora vemos una cama en un plano muy cerrado que se mueve hasta dejarnos ver una almohada al tiempo que escuchamos la respiración de alguien (Diane), la cámara se acerca a la almohada hasta fundirse con esta en un negro profundo.

De este manera, Lynch nos introduce en el sueño de Diane, dejándonos ver parte de la naturaleza del personaje, un triunfo del que solo queda un recuerdo el cual, con el tiempo se ha ido distorsionando, y una mujer que busca soñar para volver a sentir, para volver a triunfar; en la siguiente secuencia seguimos una lujosa limosina por las pronunciadas curvas que llevan a Mulholland Drive, esta misma sirve para situar los créditos iniciales, en el interior del auto encontramos a una mujer (la mexicana Laura Helena Harring) quien viaja en la parte posterior, el coche se detiene súbitamente y, a punta de pistola, intentan bajar a la mujer, sin embargo, un par de coches viajan a toda velocidad jugando carreras en sentido contrario a la limosina con la cual uno de estos se impacta violentamente, la chica logra sobrevivir al choque y huye cuesta abajo hasta llegar a la ciudad donde busca un lugar donde esconderse, encontrando en el exterior de un conjunto habitacional el lugar ideal para refugiarse.

Acto seguido vemos a Betty (Diane) llegar al aeropuerto internacional de Los Angeles acompañada de la misma pareja de ancianos que vimos en la secuencia de baile, después de una breve charla la joven se dirige al departamento que su tía le presto mientras filma una película en Canadá. En el interior encuentra a la mujer del accidente que se hace llamar Rita (nombre que toma de un poster colgado en la pared del baño de la tía de una película protagonizada por Rita Heyworth), aunque en realidad no sabe como se llama, a partir de aquí las chicas juegan al detective indagando el nombre de la amnésica Rita. Esto las llevará a tener encuentros fortuitos con personajes que les irán arrojando pistas, como la camarera de nombre Diane del restaurante “Winkie´s” (lugar del que se vale Lynch para recordarnos que estamos en un sueño a través de una secuencia entre un hombre que confiesa a su psicólogo haber tenido un sueño en ese lugar y haber visto una bestia en el callejón trasero).

Este encuentro hace recordar un nombre a Rita, el de Diane Selwyn, una suerte de aviso inconsciente de la suplantación de personalidad que vive la protagonista del sueño, a su vez Betty conoce a un talentoso y joven director al cual las cosas no le salen nada bien en el sueño de Diane. Atestiguamos la visita de Betty y Rita al departamento de Diane, en donde la primera tiene un epifanía al verse muerta en su cama, aunque no sabe que es ella aún, somos cómplices al ver como Betty, en el afán de proteger a Rita, intenta cambiar su apariencia con una peluca rubia como si de una fusión se tratara, vemos surgir el amor entre ambas mujeres en una candente escena lésbica y terminamos en un misterioso teatro llamado “Club Silencio” que pareciera ser una especie de limbo en la que los espectadores están destinados a morir (o están muertos como bien se podría interpretar si tomamos en cuenta la aparición de Laura Palmer –Sheryl Lee-, la joven asesinada de la serie de televisión de Lynch “Twin Peaks”, 1989-1990).

Un anfitrión parecido a la representación bigotona de Satanás hace sucumbir a la pareja con sus juegos de palabras, la dolosa interpretación musical de Rebeka del Río las hace llorar, el telón se cierra y el sueño también con el hallazgo de una misteriosa caja que logran abrir con una llave azul, el interior del cubo pareciera desencadenar la locura, como si de una caja de pandora psíquica se tratara, el bello sueño termina y la realidad no puede esperar; los personajes que Diane soñó juegan otro papel en el mundo terrenal, Rita es Camila y esta a punto de contraer nupcias con Adam el director, el mundo de la rubia se desploma, los recuerdos la hacen divagar, encerrada en su departamento sin mayor aspiración que ver Camila una vez más, observa con ojos llorosos la llave azul que un matón le prometió encontrar en su departamento después de despachar al amor de su vida, la locura llama a su puerta y se escurre por debajo de esta en la forma de los ancianos que alguna vez la vieron triunfar, la losa que carga sobre su espalda es demasiado pesada para cargar, la bala que explota en su boca es la única forma de despertar de esa pesadilla en que se ha convertido su vida terrenal, la aparición de un vaquero y la imagen de una especie de demonio onírico parecen anunciar la culminación de un amor destinado a fracasar.

“Mulholland Drive” es una película que cumple sobradamente todos los requisitos que necesita tener un buen film, con la añadidura de ser una propuesta arriesgada por parte del director, la música de Angelo Badalamenti nos sumerge de lleno en la película y nos hace estremecer cuando es necesario, las canciones que la complementan sirven para contextualizarnos (desde la sesentera y alegre melodía de Lynda Scott hasta la traducción lacrimógena de la letra compuesta por Orbison); la fotografía de Peter Deming juega muy bien con las sombres que tanto gustan a Lynch, así como de esos primerísimos planos que tanto usa el director, como con los juegos de miradas; las interpretaciones también son parte fundamental en esta inquietante película, la transformación de Naomi Watts al pasar de Betty a Diane es sumamente desgarradora, Laura Helena Harring se nota siempre confundida mientras es Rita y distante cuando es Camila, Justin Theroux queda a modo para el papel del joven director Adam Kesher.

El producto final es una cinta onírica de gran calado, una obra que desde su concepción deambulo entre los sueños más siniestros del aclamado, y también criticado, director norteamericano, el regreso a un género cinematográfico que ha decaído y se ha menospreciado, lejos habían quedado las hermosas cintas de Buñuel en las que el sueño tenía una función narrativa, una nueva generación que apostó más a la parte estética del mundo onírico, dejando a un lado su interpretación y correlación con el film, afortunadamente tenemos a David Lynch aunque guste o no, es el único que se sigue atreviendo a crear obras que rayan en lo absurdo e irreal pero que cuando se analizan siempre tienen algo que contar, un americano enloquecido que sueña con películas que como pesadillas nos van a atormentar.


FÁBRICA DE SOPOR... E INDIGESTIÓN


        Las significaciones sociales no solo podemos entenderlas como un conjunto de creencias e ideas en común a nivel colectivo, el termino también refiere a los anhelos, esperanzas y deseos de una sociedad para sí misma en una relación teleológica. Aún en esta era de individualismo crónico, narcisismo y otras múltiples formas de ensimismamiento, existe una idea de bienestar a alcanzar entre diversos actores sociales que buscan de manera deontológica, mantener un orden de convivencia y una mayor y mejor reglamentación de la vida democrática. Sería algo simplista asegurar entonces que la sociedad de consumo y sus prácticas hedonistas es el status dominante (lo público y lo privado tienden a autoregularse), empero, mucho de este magma de significaciones se reproduce en la oferta de la pantalla y el entretenimiento.

La fábrica del lenguaje es también una fábrica de sueños (entendiendo esta última como un flujo constante de modos de vida permeando en el imaginario), y en ese sentido, parte de la estrategia de seducción es hacer "realidad" la mayor cantidad de fantasías oníricas posibles. Aunque no pueda hablarse de espectadores crédulos y carentes de mediaciones, no siempre hay un discernimiento entre lo que es fantasía y una verdad objetiva (de manera quizás involuntaria la mente juega un poco con el "creer que puede pasar"). Hay una proyección de sueños individuales que al mismo tiempo son compartidos generacionalmente a través de los productos de las industrias culturales ("Quiero ser como..."). Ejemplos de esto en la historia del cine, la televisión y el negocio de la música, hay infinidad, pero sin duda, no hay caso más sui generis que el de la Telenovela mexicana.

Sin tratar de hacer un análisis exhaustivo del género, es pertinente hacer algunos comentarios sobre el fenómeno "Cenicienta nacional" (muchacha de pueblo se casa con joven rico). Esta premisa tan inverosímil y repetida hasta el hartazgo es todo un campo de estudio del ethos social mexicano en la década de los ochenta. Las historias o el refuerzo del rico malo y perverso contra la muchacha pobre y desvalida pero que gracias a las vueltas de la vida (y de rezarle mucho a la virgencita), aquella chacha despreciada termina siendo ¡La señora de la casa!, es un caso que rebasa la intención del receptor por un momento de simple distracción. En los sueños muchas veces hay deseos reprimidos y en estos relatos, tal parecía que la psique social popular clamaba por un poco de justicia en un país totalmente carente de ella.

El binomio sueño/pesadilla tiene en esos años de melodramas lacrimógenos y desalentadoras crudas económicas, el contraste ideal. En México, las migraciones del campo a la ciudad durante el sexenio de Miguel de la Madrid fueron aterradoramente masivas para un país en plena crisis (no solo financiera, sino también social). Las mareas humanas de distintas partes de la república se estrellaban contra el muro citadino del desempleo, ocasionando graves patologías culturales. A pesar de ello, en la TV no había cabida para el aumento del crimen, el alcoholismo, la drogadicción y la prostitución (entre otras consecuencias de la recesión en general). Digamos que sin decir "Todo era rosa" en la programación telenovelesca, las reglas de la vida se invertían.

Los guiones de aquellos culebrones, usaban de gancho la realidad misma al denunciar las situaciones de exclusión a las que se veían enfrentadas las muchachas jóvenes al llegar a la ciudad (de ahí partía la identificación "A mí me pasa como a ella"). Había una catarsis muy marcada al sintonizar las historias de sufrimiento de las heroínas chachescas. Obviamente no era un ritual exclusivo de las clases bajas y no todos lo asimilaban al mismo nivel (como ya se ha comprobado: hay mediaciones), sin embargo, había una necesidad "de" (la evasión sería una variable entre muchas tantas). Y es aquí donde entra la idea de reivindicación social aunque fuera solo en una ficción. Si bien, como mencionaba anteriormente, el gancho estaba en las situaciones de desplazamiento y maltrato, las reglas en algún punto del relato comenzaban a cambiar drásticamente.

Ahí donde las mujeres en el sector laboral padecían (padecen) discriminación y otras formas de rechazo, en los mamometros de la tarde, el joven rico y apuesto se enamoraba de la vilipendiada jovenzuela. Y ahí donde muchas veces mujeres empleadas de sirvientas, terminaban siendo violentadas mental y físicamente, para luego tener que regresar a sus lugares de origen embarazadas o con un hijo en brazos, la telenovela ofrecía un suntuoso final feliz, donde los villanos recibían su merecido y los protagonistas consumaban con riguroso bodorrio su entreverado amor (significaciones sociales en segundo grado: anhelos y esperanzas).

A esta visión planteada se le pueden objetar innumerables nudos: que la telenovela no es un hábito solo femenino (cierto, un gran sector masculino luego de un duro día de trabajo recurrían a los relatos), que la premisa Cenicienta estuvo más presente en décadas anteriores y fue en los ochentas donde la telenovela juvenil comenzó a desplazarla (¿Y me supongo que en los noventas María Mercedes, Marimar y María la del barrio pasaron desapercibidas?), y en la actualidad "la historia de la chica pobre se enamora del junior" (y viceversa), ya no tiene ese boom, sin embargo, lo tuvo al no estar dirigida precisamente a los adolescentes de ciudad con acceso a mejores servicios y bienes de todo tipo. Es obvio que estos últimos no se iban a identificar tanto (aunque hubo sus excepciones), el argumento barato de la cenicienta nacional fue y ha sido para el otro México, el México profundo, el México que siempre sueña a través de un verdadero país de pesadilla... sobra decir que al final, aun esperamos que despierte (aunque sea de indigestión).


BOB DYLAN - THE FREEWHEELIN' BOB DYLAN (1963)


It ain't no use in turnin' on your light, babe
That light I never knowed
An' it ain't no use in turnin' on your light, babe
I'm on the dark side of the road.”

Misterioso, oculto, icónico, devoto, falaz, auténtico y hasta múltiples personajes de una película de ficción –I'm Not There (Haynes, 20007)– Robert Allen Zimmerman se negó y cobijó bajo el seudónimo de Bob Dylan construyendo y reconstruyendo con su propio aliento y silueta una figura tan oscura como brillante. Un legado tanto estudiado como criticado, tan eludido como homenajeado por la historia misma que ha ido dejando detrás.

La apuesta, pues, no era ni tan controlada, o clara. Después de un casi fallido lanzamiento con su álbum debut (homónimo) un año antes; donde sólo aparecían dos canciones de su autoría, el ya existente Dylan se resquebrajaba medianamente las vestiduras de la tradición para comenzar la suya, la propia, dejando fluir su pluma; sus fantasmas, deseos, ilusiones y ¿por qué no?, sus propios sueños y pesadillas. ¿En que soñaba entonces Bob Dylan? La respuesta no es, ni era, tan complicada. Bob Dylan soñaba lo que su generación; con lo que la gente temía, con lo que se apasionaba y lo poco que obtenía. Bob Dylan soñaba, pues, con las respuestas, “Blowin' In The Wind”, que clarificaran nuestro camino; nuestras causas y consecuencias. Soñaba con la libertad, la libertad de creer, pensar, odiar y protestar (ser comprendido) por la clase política –y las figuras públicas– “I Shall Be Free”… Con la libertad de ser, estar, querer estarlo. Amar y ser amado “Bob Dylan's Blues”.

Bob Dylan despertaba, sí, y volvía a dormitar manteniendo en vilo sus esperanzas a futuro debido a las inquietudes de la brutalidad policial y el racismo, “Oxford Town”, de la ilógica razón de la guerra (cualquiera de ellas) “Master Of War”, del fin de las cosas tal y como las conocemos, “Talkin' Wolrd War III Blues y de ese miedo perene a desaparecer sin trascender “A Hard Rains A-Gonna Fall”. Soñaba Dylan, también, como todos, con el amor. Con la oportunidad del perdón, de la continuidad “Honey, Just Allow Me One More Chance”, con el reencuentro añorado mientras el mundo sigue su rumbo “Down The Highway”, con la búsqueda de lo perdido “Corrina, Corrina” o la nostalgia, el recuerdo y el anhelo de que todo siga intacto a como lo dejamos y aún imaginamos “Girl From The North Country”. También, claro, lo hacía con el desamor; la partida, la huida y el nexo no encontrado “Don't Think Twice Is Allright”. Además, como muchos, soñaba con él mismo, “Bob Dylan's Dream”, con encontrarse años después sin que el paso del tiempo hubiese marcado su camino y cuerpo. Con la claridad de sus días de juventud, sin polarizaciones sociales o políticas y a lado de sus amigos, sus colegas; esa comuna tan afamada ahora en Greenwich Village de donde saliera como guía y mentor.

“The Freewheelin' Bob Dylan” termina por ser, pues, el propio sueño hecho realidad de Dylan. El de grabar su disco –el de sus propias canciones– el de encontrar su estilo y lírica (tan premiada ahora)… Aquel espejismo que abriera camino y comenzará la solicitud de que años después, breves discos más tarde, no sólo hallara su voz principal, sino que fuera la de toda una generación (que después se sintiera traicionada y después retornará a él). Su segundo álbum, entonces, marca y sella el punto inicial de un laberíntico y kilométrico proceso que se desarrolla hasta nuestro días: Una autopista llena de altibajos, máscaras, pasiones, simpatías y dolores. Una galería de poesía entendida y re-entendida; atemporal. Un ambiente oculto, icónico, devoto, falaz, auténtico y de múltiples personalidades. Un mundo que vive, ha vivido y vivirá con una figura llamada y conocida como Bob Dylan.


Tracklist:

I.- Blowin' In The Wind (2:46)
II.- Girl From The North Country (3:22)
III.- Master Of War (4:34)
IV.- Down The Highway (3:27)
V.- Bob Dylan's Dream (2:23)
VI.- A Hard Rain's A-Gonna Fall (6:55)
VII.- Don't Think Twice Is All Right (3:40)
VIII.- Bob Dylan's Dream (5:03)
IX.- Oxford Town (1:50)
X.- Talkin' World War III Blues (6:08)
XI.- Corrina, Corrina (Tradicional) (2:44)
XII.- Honey, Just Allow Me One More Chance (Co-escrita con Henry Thomas) (2:01)
XIII.- I Shall Be Free (4:49)

Sobre el autor: Melómano y cinéfilo desde temprana edad, se rumora que en algún momento estudió algo, sobre algo. Caminante disperso y nocturno del centro de la ciudad (más si un bar se encuentra cerca). Divaga cuando habla y es lento cuando escribe. Lo pueden encontrar también en www.lacosaestaasi.blogspot.com