El placer en términos corrientes
es aquello que nos otorga satisfacción. El placer está puesto en la totalidad
de nuestra existencia, el propio cuerpo es el hacedor de él; una primera
teorización de esto se expone en el enfoque psicoanalítico en el llamado
principio de placer, aquel que se diferencia del principio de realidad por una
condición que regula a la libido, y en tanto nuestros deseos. La realidad se
generaliza – se relativiza- y nos determina los procesos del goce, la
regulación de (l) ello, acto u actos que propician la neurosis en los sujetos
ante la búsqueda permanente de satisfacción. Nuestro mundo se construye de
energía libidinal, el acto mismo del goce está como mencioné, en nuestros
propios cuerpos (nuestra sexualidad, nuestro esfínter, nuestros sentidos y en
correspondencia al estímulo de los mismos), de esto, que se determine la
metáfora de la carne como símbolo del deseo. El deseo se reduce en tanto a la
carne y su glorificación.
El mundo exterior es el
constructor del goce, el cuerpo ahora es sólo el empalme, el canal que nos
reitera –en neurosis- en actos que corresponden a la inmediatez de la época en
la que acontecemos; los deseos son tan próximos, tan instantáneos que se
desvanecen deconstruyendo la necesidad y transformándola en una dependencia;
depender de un tercer principio, el principio de dependencia. Somos entes
dependientes, parte primigenia de nuestra naturaleza, aunque la revisión actual
nos lleva a la función cultural-tecnológica
de los objetos que nos brindan satisfacción, la naturaleza de tales
objetos corresponden a los deseos artificiales de nuestro sentires, propiciando
un acumulado de excitación, que en el argot psicoanalítico se le conoce como
displacer. Las regulaciones sociales modifican el propio narcisismo.
Un ejemplo
de esto puede verse en la digitalización de la imagen, en la instauración del
video como encapsulamiento de la acción irrelevante que resulta ser relevante
para el resto. El deseo vuelve a los primeros estadios de nuestra naturaleza,
es decir, el deseo es uno mismo pero expuesto en una deforme dispersión. Uno se
convierte en el objeto de valor corriente en donde la realidad sin
categorización se hace tan insoportable y deseada a la vez; llega entonces esa
dependencia del futuro en el pasado, del placer perdido en un remolino de
compensaciones que tantas son de ellas que al final es imposible diferenciar el
instante de la satisfacción ¿Qué buscaba? ¿Qué necesitaba? ¿Qué deseaba?.
Aplazamiento de la satisfacción. Algo en tanto tendrá que ocupar el espacio de
nuestros deseos, quizá, el placer de
sufrir o de hacer sufrir (masoquismo, sadomasoquismo), el excesivo dolor como
goce, placer arcaico.
Para Lacan las diferencias entre
goce y placer es que el primero es algo similar a un estado anímico, el cual no
logra la satisfacción plena, el goce conlleva al exceso, en tanto al hartazgo.
El placer es una satisfacción pasajera, llano deseo que pronto se olvida, que
pronto se convierte en vacío que demanda ser saciado, irrepetiblemente. Lacan
propone la idea un vacío estructurador, aquel que permite tomar una distancia
entre el objeto –que define el placer- y el sujeto que se “esclaviza”, tal
distancia sería la palabra, la que enuncia el deseo y la separa de la
satisfacción del objeto.
Ejemplifiquemos esto en nuestro
diario vivir. Corresponde pensar que el mundo y sus objetos conforman una
ideación en el sentir, sentir en el objeto remite a que el primer objeto de
placer es el mismo cuerpo, como canal sensitivo; en consecuente el placer es
sentir inicialmente. Durante nuestro desarrollo dichos placer van perdiendo
“emotividad” por decirlo de alguna manera, el exceso, la ingesta desmedida, la
intoxicación, el placer desmedido fluctuara en nuestras vidas. Esto no nos
convierte en compulsivos, queda clara la
realidad de un mundo obsesivo (la obsesión es un goce), la idea de éste es una
compulsión como tal. Requerimos cada vez
mayor extroversión, la extroversión sitúa la necesidad, la satisfacción en el
afuera, es decir: el exceso de la evocación externa (belleza, superioridad,
hedonismo, banalidad, consumismo, intoxicación misma del mundo para dar motivo,
fundamento de lo que somos).
Tal vacío estructurado puede percibirse en el
común de nuestro nuevo lenguaje -que por cierto, no es ninguna boga o
tendencia, es una forma instaurada- que se reproduce en tres plenos: imagen,
aforismo y vídeo. Imagen significando la idealización del verse en una realidad
“controlada” (el deseo), el aforismo significando del vacío estructurado (la
palabra, las líneas, el discurso que condensan los ideales, motivos de todos) y
el vídeo significando el goce de “atrapar” el movimiento del ridículo, de la
celebración, del disparo, de la explosión, del coito, de la caída, del “asombro-espontaneo”.
Placeres vagos significa llano sentido de la vida, de la muerte misma,
significa placer por la angustia ¿Qué podría salvarnos? La abstracción, el
asombro que desplace por un instante al cuerpo, la carne y al mundo mismo;
devolvernos la contemplación al placer más fidedigno, nuestra complejidad.