sábado, 20 de abril de 2013

LAS CURVAS Y EL DESENCANTO


La vanidad ayuda a existir a quien, en esencia, no es nadie.
-Guillermo Fadanelli-.

               El mundo femenino es un tapiz plagado de infinidad de encantos, abismos, trampas y múltiples aristas que invitan al paseante al arrojo, perdiéndolo en el  laberinto de sus rutas. Pasamos de lo abstracto a lo concreto y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer y de una mujer a las mujeres. Ya decía Unamuno: el amor precede al conocimiento, y éste mata a aquel.

Adentrarse en los bosques con faldas es una aventura de la cual salimos irremediablemente amputados por algún lugar. Dedos, brazos, orejas van quedando desperdigados en el transcurrir. Ser adulto significa haber perdido algo; de lo contrario estaríamos hurgando en círculos hasta el infinito, sin atrevernos a cruzar ese campo minado llamado mujeres que seduce como pocos. Sin embargo, cuando el  desencanto – ese incómodo inquilino- asoma la cresta, no hay más remedio que patear el balde de los recuerdos carnales para aliviar de apoco la zozobra que nos cobija, aparcados en estados que llegan a rallar en la locura y el esperpento. Sin titubear creo y me atrevo a decir que todos llevamos escondida bajo el sombrero nuestra lista de perplejidades y desprecios.

“Hay una infeliz durmiendo plácidamente en mi recámara. No se trata de una extraña, sino de una mujer que ha vivido conmigo los dos últimos años de mi vida. No me sorprende, por supuesto que no. Así como a otros les parece agradable el ver cómo una vaca se va poniendo gorda o cómo a un árbol le van naciendo manzanas, a mí me seduce el ver de qué forma se lo va llevando todo la chingada”. Así da inicio hojuelas sobre la cama, relato inicial de ese abanico que lleva por nombre “Más alemán que Hitler” de Guillermo Fadanelli. Cuentos que punzan y ladran  por sí mismos, donde el ejercicio arrebatado, desenfadado y sutil por parte del autor nos devela ese repudio/deseo antagónico necesario que son las féminas para cada una de las historias y personajes que habitan sus páginas; envueltos desde luego, en ese halo de descontento y desdicha que suele ser en ocasiones la vida en pareja.  Un manual para principiantes y doctos en el tema.

Seguido por “Muebles, de un lugar a otro”: actividades cotidianas que pesan como una losa y caen en el hartazgo de quien observa a Tania empecinada moviendo de aquí para allá el paisaje de la sala –según ella, para evitar la monotonía-. El protagonista la interrumpe de tajo al ritmo de límite y tragos que terminan por enviarla a la lona, para que éste le propine lo que se merece durante un par de horas en la cama tratándola como vil objeto. Acto seguido regresa a la sala para quebrar uno de sus cuadros favoritos con la consigna de que a la mañana siguiente producto de la resaca y confusión Tania quede rendida a sus pies nuevamente y deje de seguir insistiendo en sus inútiles cambios.

Por otro lado La virgen de la buena leche nos instala en el cuarto de una puta a la que  frecuenta constantemente su cliente acompañado por su perro. Un cuadro de una fotografía de Araceli a los 10 años  con dedicatoria de un reconocido poeta “Las putas también nos vamos al cielo, sólo que no una vez, nos vamos todas la noches” maravilla al visitante mientras la robusta Araceli está prendada de su miembro a lengüetazos compartidos con el perro. Finiquitado el asunto hurga entre sus bolsillos y deja algunos billetes arrugados no sin antes decirle “Gracias mujer, te vas a ir al cielo”.

Fadanelli apunta en estos catorce relatos que los persignados y cobardes suelen vivir ignorando esa otredad que llevamos dentro y que se puede dinamitar en cualquier momento tomando como anomalía  necesaria una opinión o acción descabellada a una “normalidad” institucionalizada. La atmósfera del libro es la desesperanza, el repudio y la incomprensión del mundo femenino como sucede en Más alemán que Hitler segundo relato que lleva el título final del compendio donde el personaje ante la imposibilidad de entender cuando Irene reflexiona en voz alta decide omitir sus opiniones sobre ella “Si Irene habla demasiado es porque tiene miedo de los treinta y siete años recién cumplidos” “las mujeres le ofrecen cuentas al espejo no a los hombres” y así termina en el asiento giratorio de una barra tras la confesión Irenesca en la que había estado esa misma tarde follando con alguien que no volvería a ver jamás, el personaje reflexiona en el bar sobre lo sucedido: “mi mujer era más mía que nunca, y ese día, ayer apenas, el más feliz de mi vida”.

Darse la vuelta en la literatura de Fadanelli es una inmersión que si bien puede molestar a algunos (as), no deja de ser un manjar para esos días en los que la sombra del desencanto nos lleva por recovecos incendiarios. La medicina y el remedio pueden explotar en carcajadas mientras la lectura avanza ¿denunciando? ¿Denigrando? No lo sé, pero sí dejando constancia de ese hilo finísimo del que  pendemos día tras día en nuestro contacto con el mundo de las “damas” que tanto molestaba a Schopenhauer. Ganchos con los que el lector debe enfrentarse, sacar sus conclusiones y estar atentos porque de lo contrario corremos el riesgo de anularnos a nosotros mismos.

 “Una extraña manía me acosa en los últimos tiempos y es la de pensar  que todas las mujeres ocultan algo muy grave y que por lo tanto es mejor no averiguar ni molestarlas con preguntas. Creo que ningún secreto masculino vale lo que uno femenino porque si este último pudiera ser develado el mundo interrumpiría su marcha”.


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