La ciencia se liga directamente
con el desarrollo de la conciencia humana, considerando ésta en un sustento de
orden histórico, cultural, la conciencia como el reflejo del mundo objetivo.
Para fines prácticos de la ciencia podemos considerar entonces que el
materialismo dialéctico es su génesis, mientras que su acción se verá
determinada en el Techne, en la idea misma que irrumpirá en la creación.
Desarrollo, progreso y futuro son algunos de los adjetivos que le acompañan
¿Pero hasta que medida tales atribuciones en realidad son resultantes del
desarrollo científico? No es que la ciencia sea engañosa, circunstancia
conocida es que la ciencia parte de hechos comprobables, es objetiva como se
describía con anterioridad. La ciencia entonces no se complace en desestimaciones
ambiguas sino en resultados irrevocables, se funda en evidencias indiscutibles.
En conjunto con las artes, la
literatura y el lenguaje (“instinto clasificatorio”) son reservas del
conocimiento, aunque de las antes señaladas se reproducen más en el orden
canónico de la hipersubjetividad. Aludiendo una vez más al cuestionamiento
partamos de una divergencia: primero, la ciencia entendida como término único
de resoluciones antes las necesidades (las reales) inmediatas de la naturaleza
humana, social (aquí inscribo la unificación de dos conceptos que en cierta
medida compiten en un eterno versus, sin dar cuenta que se conducen al mismo
fin: subsistencia y mejoría); el segundo, la ciencia como una estación en donde
recargamos legitimidad, prestigio, entretenimiento, estimación, seguridad, salud (aunque ésta
tiene bien sustentadas sus razones:
supervivencia, persistencia) y quizá el
orden más oblicuo de la significación que le otorgamos: salvaguardar el
conocimiento en una idea –compartida, acordada- de que hemos por fin logrado
llegar al sueño inalcanzable, el “futuro deseable”, esto a afecto directo de
esa inquietud que nos hace –entre muchas motivos- humanos, la riesgosa y
siempre placentera condición de la sorpresa, gula por la novedad, y si se acompaña
de “tecnología” nos faltaran dedos en las manos para poder chuparlos de puro
regocijo, depuro gusto de haber consolidado la totalidad de nuestros deseos.
Refiere Ortega y Gasset “Cuando creemos de verdad en una cosa no
tenemos la “idea” de esa cosa, sino que simplemente “contamos con ella”, lo que
en cierta forma trata de decirnos es que, nuestra “vida intelectual” es
secundaria a nuestra vida real, representando así una dimensión virtual e
imaginaria. De ello parte la ciencia, de lo imaginado, y por qué no de la
fantasía. Un caso concreto de esto podemos verlo en la relación del estudio de
los astros, inicialmente parte de la función mítica que se le daba a los
cuerpos celestes, para que más adelante (Copérnico) se determinasen leyes que
“clasificaran” una teoría propia de los astros. Avenido a ello podemos
dilucidar la mención por parte de Ernest Cassirer en donde las propiedad de la
Química remiten a un dejo oscuro de conceptos, de igual forma oscuros, en
relación a los elementos, sus propiedades; si bien el alquimista basaba sus
explicaciones en alegorías, metáforas no debemos dejar a un lado la relevancia
de tales aproximaciones, pues fecundarían en el primer apartado histórico del
desarrollo de las ciencias: El Renacimiento. En el entendido que el origen por
antonomasia se dicta en la figuración de los números (a priori de la
Matemáticas) con los babilónicos que más adelante sería el “punto operacional”
de las ciencias, en voz de Pitágoras. Vendría después la Biología, la Botánica, la Zoología, la Química, la Física,
la Relatividad y la materia oscura… (Y lo que prosigue en futuros inciertos. La
ciencia arremeterá permanentemente contra esta alusión).
De esta breve –y humilde-
cronología podemos apuntar una condición que podría ser una “piedra” en el
carácter “absoluto” de la ciencia, me refiero al paradójico hecho de que el
intelecto del hombre subsiste del cuestionamiento ¿Y qué no la ciencia se
suscribe en la figura de dar respuesta a los misterios de la naturaleza, de
darle un sentido esclarecedor de lo que somos y lo que rota y habita a nuestro
alrededor? Cito una vez más Ortega y Gasset con el propósito de dar una mayor
sentido a estas palabras “La idea necesita de la crítica como el pulmón del
oxígeno y se sostiene y afirma apoyándose en otras ideas que, a su vez cabalgan
sobre otras formando un todo o sistema. Arman, pues, un mundo aparte del mundo
real, un mundo integrado exclusivamente por ideas de que el hombre se sabe
fabricante y responsable”. La ciencia por tanto nos da una “garantía”, todo lo
habido como instrumentación, sustentación, requerimiento, entretenimiento,
seguridad, salud, CERTIDUMBRE descansan
allí, en la ciencia y sus indulgencias, en sus riesgos (función
armamentista, dominios, dependencias), dejándonos claro la concretada simbiosis
que tenemos para con ella. Al final de cuentas como dijesen los positivistas
del siglo XVII, la razón, la ciencia es por esencia conocimiento relativo. No
hay nada absoluto y la ciencia lo comprueba fehacientemente.
“El mundo interior que es la ciencia, es el ingente plano que
elaboramos desde hace tres siglos y medio para caminar entre las cosas. Y viene
a ser como si nos dijéramos: Suponiendo que la realidad fuera tal y como yo la
imagino, mi comportamiento mejor en ella y con ella debía ser tal y tal.
Probemos si el resultado es bueno. La prueba es arriesgada.”
José Ortega y Gasset
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