martes, 9 de junio de 2015

PLACENTERA INSATISFACCIÓN


El placer en términos corrientes es aquello que nos otorga satisfacción. El placer está puesto en la totalidad de nuestra existencia, el propio cuerpo es el hacedor de él; una primera teorización de esto se expone en el enfoque psicoanalítico en el llamado principio de placer, aquel que se diferencia del principio de realidad por una condición que regula a la libido, y en tanto nuestros deseos. La realidad se generaliza – se relativiza- y nos determina los procesos del goce, la regulación de (l) ello, acto u actos que propician la neurosis en los sujetos ante la búsqueda permanente de satisfacción. Nuestro mundo se construye de energía libidinal, el acto mismo del goce está como mencioné, en nuestros propios cuerpos (nuestra sexualidad, nuestro esfínter, nuestros sentidos y en correspondencia al estímulo de los mismos), de esto, que se determine la metáfora de la carne como símbolo del deseo. El deseo se reduce en tanto a la carne y su glorificación.

El mundo exterior es el constructor del goce, el cuerpo ahora es sólo el empalme, el canal que nos reitera –en neurosis- en actos que corresponden a la inmediatez de la época en la que acontecemos; los deseos son tan próximos, tan instantáneos que se desvanecen deconstruyendo la necesidad y transformándola en una dependencia; depender de un tercer principio, el principio de dependencia. Somos entes dependientes, parte primigenia de nuestra naturaleza, aunque la revisión actual nos lleva a la función cultural-tecnológica  de los objetos que nos brindan satisfacción, la naturaleza de tales objetos corresponden a los deseos artificiales de nuestro sentires, propiciando un acumulado de excitación, que en el argot psicoanalítico se le conoce como displacer. Las regulaciones sociales modifican el propio narcisismo. 

Un ejemplo de esto puede verse en la digitalización de la imagen, en la instauración del video como encapsulamiento de la acción irrelevante que resulta ser relevante para el resto. El deseo vuelve a los primeros estadios de nuestra naturaleza, es decir, el deseo es uno mismo pero expuesto en una deforme dispersión. Uno se convierte en el objeto de valor corriente en donde la realidad sin categorización se hace tan insoportable y deseada a la vez; llega entonces esa dependencia del futuro en el pasado, del placer perdido en un remolino de compensaciones que tantas son de ellas que al final es imposible diferenciar el instante de la satisfacción ¿Qué buscaba? ¿Qué necesitaba? ¿Qué deseaba?. Aplazamiento de la satisfacción. Algo en tanto tendrá que ocupar el espacio de nuestros deseos, quizá,  el placer de sufrir o de hacer sufrir (masoquismo, sadomasoquismo), el excesivo dolor como goce, placer arcaico.

Para Lacan las diferencias entre goce y placer es que el primero es algo similar a un estado anímico, el cual no logra la satisfacción plena, el goce conlleva al exceso, en tanto al hartazgo. El placer es una satisfacción pasajera, llano deseo que pronto se olvida, que pronto se convierte en vacío que demanda ser saciado, irrepetiblemente. Lacan propone la idea un vacío estructurador, aquel que permite tomar una distancia entre el objeto –que define el placer- y el sujeto que se “esclaviza”, tal distancia sería la palabra, la que enuncia el deseo y la separa de la satisfacción del objeto.

Ejemplifiquemos esto en nuestro diario vivir. Corresponde pensar que el mundo y sus objetos conforman una ideación en el sentir, sentir en el objeto remite a que el primer objeto de placer es el mismo cuerpo, como canal sensitivo; en consecuente el placer es sentir inicialmente. Durante nuestro desarrollo dichos placer van perdiendo “emotividad” por decirlo de alguna manera, el exceso, la ingesta desmedida, la intoxicación, el placer desmedido fluctuara en nuestras vidas. Esto no nos convierte en compulsivos,  queda clara la realidad de un mundo obsesivo (la obsesión es un goce), la idea de éste es una compulsión como tal.  Requerimos cada vez mayor extroversión, la extroversión sitúa la necesidad, la satisfacción en el afuera, es decir: el exceso de la evocación externa (belleza, superioridad, hedonismo, banalidad, consumismo, intoxicación misma del mundo para dar motivo, fundamento de lo que somos). 

Tal vacío estructurado puede percibirse en el común de nuestro nuevo lenguaje -que por cierto, no es ninguna boga o tendencia, es una forma instaurada- que se reproduce en tres plenos: imagen, aforismo y vídeo. Imagen significando la idealización del verse en una realidad “controlada” (el deseo), el aforismo significando del vacío estructurado (la palabra, las líneas, el discurso que condensan los ideales, motivos de todos) y el vídeo significando el goce de “atrapar” el movimiento del ridículo, de la celebración, del disparo, de la explosión, del coito,  de la caída, del “asombro-espontaneo”. Placeres vagos significa llano sentido de la vida, de la muerte misma, significa placer por la angustia ¿Qué podría salvarnos? La abstracción, el asombro que desplace por un instante al cuerpo, la carne y al mundo mismo; devolvernos la contemplación al placer más fidedigno, nuestra complejidad.



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