domingo, 10 de febrero de 2013

SIMPLIFICACIÓN DISTÓPICA


       La condición humana busca generalmente —a modo de adaptabilidad e interpretación— la figuración del ideal; uno de los constructos que sirven como defensa innata es precisamente la idealización, configurándose del yo ideal al ideal comunitario. Es inevitable apartarse de esta idea, el hombre lo ha hecho aun antes de haber conformado una conciencia, su área de confort es —y será— el espacio ajeno a riesgos, teniendo un propósito y función perecedera. La religión misma es una figura colectiva de la idealización, es quizá una de las primeras representaciones utópicas (utopía ejemplar, utopía popular, utopía del nuevo mundo, utopía socialista, etc.), y es precisamente en esta conciencia religiosa en donde se determina una perversidad de la figura armónica, al menos en un principio buscada.

Refiere Fromm la analogía del paraíso judío cristiano como ejemplo de esto. La simplificación del pecado es entendida entonces como el primer elemento de la auto conciencia, el libre albedrío y por consecuente la decisión del hombre sobre el mundo; la armonía no es la opción, ahora será definido por el control hacia éste, ”El mundo, definido no por su idealización, sino por su destrucción”. Freud definiría ese estadio como nuestra pulsión de muerte, nuestro Thánatos. Podemos hallar aquí la función introspectiva de la distopía.

La distopía es a partir de la colonización, el imperialismo y de la revolución industrial (sic) el capitalismo. Podría ser ahora el conjunto de ambas, podría ser llamada “tecnología y futuro”, pero al dictar esto correríamos el riesgo de caer en pleonasmos y absolutismos patológicos; podríamos entenderle más desde la condición de hibridación que tenemos para con la tecnología, pudiendo entender así la función natural-techné de la distopía. La función de nuestra antinaturaleza, que en palabras de Jung definiríamos como la represión de una conciencia subjetiva, la cual se presentará o claudicará en una conciencia colectiva, dando como resultado al hombre masa, ese que se define en consecuencia al espíritu de una distopía.

La función y determinación de ésta dependerá en gran medida del contexto socio-político, de la época que le defina, aunque independiente de los tiempos y los sistemas de control: Estado, monopolios, hegemonías, iglesia, etc. Será la proyección quien juegue un papel definitivo en la (s) distopía (s), dado que la proyección sublima las pasiones y tendencias del hombre, aquellas que repugna pero en las que tiene la necesidad de solidificar, alejando de él la culpa y otorgándosela a otros —u otras cosas— en figuración de desarrollo y progreso, ocultando realmente un tumulto de violencia, autoritarismo y control.
 
Las conceptualizaciones del racionalismo y la determinación del bienestar en otros serán diversas, aunque bien tiene un origen único. Retomando la analogía expuesta por Fromm, esto sería un espacio definido por lo indeseado, el antagonismo del bienestar y la felicidad, el infierno es la figura distópica ejemplar y su función yace a manera de arquetipo, es decir es arcaica,  reiterativa en la diversidad cultural, lo cual nos conduciría a esa función de destrucción, de sufrimiento y malestar. La distopía se halla en nuestro interior, en nuestro inconsciente, es algo que puede volverse en nuestra contra y destruirnos; es su objetivo. Sin embargo es también la opción a la reflexión, al análisis colectivo, a la ruptura de la pasividad ante la manipulación política, mediática, cualquiera que fuese (es tangible, real), y por ende a la acción, la acción de construir sobre ruinas. Eso sería el carácter dubitativo y final de una distopía.

“Pero yo no quiero confort. Yo quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero peligro, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado.” A. Huxley

Roberto Juanz: Psicólogo que discurre entre lo clínico, lo social, lo cultural (le gusta el mote –autodenominado- de psicoanalista culturalista), por tanto hijo no perecedero de la psicología Junguiana y forzado en los quehaceres simbólicos y lingüísticos. Sus hobbies han definido su complicada y neurótica personalidad: dibujante por herencia (mimetizador, no creador por el momento), narrador, “escritor” y “ensayista” (fetichista de la cotidianidad, obsesivo del inconsciente colectivo y visitante constante del onírico), lector asiduo- enajenado del comic, la ciencia ficción, la prensa y de lecturitas libres (eso sí bien selectivo, al menos eso dice). Disperso, ficcional pero no por ello ausente de destellos, ya dirán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario