Lucifer: “Simón, ¿en qué piensas?”
Simón: “En nada, ¿cómo se llama ese baile?”
Lucifer: “Ja, ja, ja, carne radioactiva,
es el último baile, el baile final”
Simón: “Padre Rectum”
Lucifer: “Padre Ultra”
El desierto ha tenido muchas formas de verse en el cine, su imponente
imagen y raquítica vegetación pone a temblar a muchos que se han imaginado
despertar en medio de un gigantesco desierto sin ninguna forma de señal humana,
animal o vegetal, muchos menos se diga de encontrar una tienda Zara o Prada en
ese aplastante lugar; pero al hombre nada le ha parecido imposible y para
muestra un botón, Las Vegas, la ciudad ludópata por excelencia a nivel mundial
está construida en medio del desierto de Nevada, antiguo territorio mexicano
hasta poco antes de 1855; esta gigantesca urbe iluminada, plagada de casinos y
rodeada por la nada ha inspirado cientos de historias, la mafia que habita en
la ciudad ha sido muy bien retratada.
“Casino” (Martin Scorsese, 1995), es muestra de ello; la parranda y
los excesos también han dado lo suyo para contar historias, algunas veces de
forma cómica, caso de “¿Qué pasó ayer?” (Todd Philips), que cuenta las
peripecias que tienen que vivir después de una terrible borrachera, siguiendo
con el alcohol pero desde una perspectiva más seria, la de la adicción; la de
del alcohólico disparatado que antepone su enfermedad a todo y a todos, como el
interpretado por Nicholas Cage en “Adios a Las Vegas (Mike Figgis, 1995)”; el
delirio y la sinrazón también han aparecido en esta peligrosa y adictiva
ciudad, “Miedo y asco a Las Vegas” (Terry Gilliam, 1998) es sinónimo de esta
definición, las alucinantes situaciones que se dan, producto de la excesiva
ingesta de todo tipo de drogas por parte de los dos personajes principales, son
estéticamente exquisitas, un endiablado retrato de los viajes de un par de
yunkies.
Lo místico y lo religioso también ha tenido su lugar; pero muy a pesar
del humano, el desierto se levanta como triunfante en esa carrera por el
dominio territorial, en esa infructífera lucha que tiene el hombre con la
naturaleza con tal de llenar todo de cemento, la civilización le ha arrancado
importantes pedazos a las zonas desérticas del mundo, sobre todo en países árabes
con buena solvencia petrolera, a los que poco les ha importado lo inhóspito de
estos hábitats, que además de estar plagados de venenosos animales tienen la
brutal ayuda del sol para elevar la temperatura y poner las banquetas y grandes
avenidas al rojo vivo; el calor infernal puede superar los 50 grados en
desiertos inhabitados como El Azizia en Libia, a esa temperatura el factor
deshidratación se vuelve alarmante en cuestión de minutos, son pocos los que se
atreverían a recorrer, no se diga todo el desierto, la mitad de éste.
Sin embargo ha habido grandes travesías desérticas en el cine
inspiradas en historias reales como la de “Lawrence de Arabia” (David Lean,
1962), o la de “Ben Hur” (William Wyler, 1959), esta última alude también al
cine de las grandes historias y proezas bíblicas, recordándonos que fue en ese
caluroso hábitat donde se gesto la cuna de una de las grandes religiones del
planeta como es el cristianismo; estos elementos sirvieron para inspirar parte
de la vida de un fiel devoto religioso llamado Simón, que un buen día decidió
salir de casa para ir a un desierto y subirse en lo alto de una torre que ahí
se encontraba y, en ese mismo lugar, pagar su penitencia.
“Simón del desierto” (Luis Buñuel , 1965) protagonizada por Claudio
Brook como Simón, Enrique Álvarez Félix como el hermano Matías, Hortensia
Santoveña interpretando a la madre de Simón, y tanto Francisco Reiguera, como
una encantadora y desafiante Silvia Pinal, en el papel del diablo. La cinta nos
cuenta la historia de Simón, el cual lleva 6 años, 6 semanas y 6 días postrado
en la cima de una columna en medio del desierto, número siniestro del que se
vale el maestro Buñuel para insertar la tentación que se le presenta al devoto
feligrés, el cual para ese entonces puede hacer milagros como devolverle las
manos a un hombre al que se las habían cortado por robar, en cuanto se las
devuelve éste comienza a golpear a su hija (tono crítico en forma de sarcasmo
al que recurrirá el director durante buena parte del film).
La primera aparición que tiene la contraparte de Simón, el diablo, la
hace en la figura de la guapa Silvia Pinal, a la que Simón se refiere como “La
Tuerta”, la cual carga un recipiente con agua, esta aparición hace que Simón
tenga un sueño en el cual se ve corriendo y jugando con su madre, después ambos
aparecen sentados viendo el pilar en el cual está Simón que agita las manos y
brazos desde lo alto mientras grita: “¡Orgulloso de mi libertad o de mi
esclavitud madre!”, la confusión aparece en el protagonista del film, acentuada
por la presencia del diablo en su envestidura femenina, la cual juega corriendo
detrás de un aro, esta vez la chica ya está más destapada e incluso provoca
sensualmente al pendenciero Simón, mientras se levanta su falda para enseñarle
sus piernas o abrirse la blusa para descubrir sus senos, todo esto seguido de
una delirante secuencia en donde terminamos viendo una anciana desnuda
corriendo en sentido opuesto a la cámara gritando “¡Volveré, volveré!”; la
forma masculina del señor de las tinieblas la hace en forma de sacerdote, el
cual comienza a cuestionar las intenciones de Simón enfrente de un grupo de
curas que le acompañan, lamentablemente, como todos sus intentos previos,
fracasa; después de estos triunfos Simón se siente más seguro que nunca con sus
creencias, lleva 8 años, 8 meses y 8 días de pie en el pilar por lo que decide
llevar su fe y voluntad al máximo, en ese momento se compromete con Dios a
mantenerse en un sólo pie, rematando con la frase “Bendito sea el azote si con
él ganamos la gloria ante el señor”.
Buñuel crea con “Simón del desierto” una de sus películas más críticas
a la religión, aún cuando su cine esta plagado de éstas, sin embargo ésta fue,
a mi criterio, la postura más abierta que el gran director tuvo con la iglesia
católica, el mismo tenía frases en las que jugaba con la paradoja, “Soy ateo
gracias a Dios”; la interpretación de Claudio Brook es maravillosa, creando un
personaje entregado en cuerpo y alma a su penitencia, hombre inocente e
incrédulo el cual es objeto de admiración y burlas, desproveído de cualquier
tipo de tentación, que raya la frontera de lo ridículo con sus auto castigos.
Brook nos entrega un personaje del que te puedes reír por lo disparatado de sus
ideas, o lo puedes compadecer por su absoluta incredulidad; por su parte,
Silvia Pinal nos entrega un Lucifer desinhibido, sensual y amoral, una radiante
y atractiva jovencita que busca seducir a toda costa al inerte Simón. Pinal
hace una de sus actuaciones más polémicas para el México de los 60, dejando ver
en al menos un par de ocasiones sus senos a un público más acostumbrado al cine
arrabal, en donde las mujeres eran bellas mujeres pueblerinas llenas de la
inocencia de Simón; la parte fotográfica corresponde a un asiduo de Buñuel como
lo fue el también maestro del blanco y negro, Gabriel Figueroa, quien retrata
de forma magistral esta breve obra de Buñuel, quien quería hacer un
largometraje con este film pero no logró conseguir el recurso para terminarlo
por lo que tuvo que improvisar y recortarlo a 45 minutos, pero aún a pesar de
esto el filme es maravilloso.
El cine y el desierto han tenido una larga relación, tan larga como la
extensión de los grandes desiertos africanos, la óptica desde la cual quiere
ser visto depende del director, algunos ven huyendo a Indiana Jones de una
misteriosa y desconocida tribu desértica, otros pueden ver gigantescas bases
militares subterráneas, Luis Buñuel optó por filmar las aventuras que otro
personaje como Simón tiene en ese mismo desierto, pero parado de pie encima de
una enorme columna, tan sencillo y risible como crítico y profundo, esas mofas
sutiles a las que el gran director recurría con frecuencia durante su obra
fílmica, mostrando incluso algunas influencias que tal vez le dejaron algunos
viejos colegas como Salvador Dalí, de quien podemos ver las hormigas en primer
plano en la mano de Simón.
“Simón del desierto” se sitúa dentro de la gran obra que legó el gran
director español, tal vez como una obra incompleta más no inconclusa, sus 45
minutos tienen lo necesario para captar el mensaje del director, nos
interioriza dentro del personaje principal y nos involucra de manera activa
dentro de las decisiones que toma a lo largo del film, sea para criticarlas o
reírse de ellas, lo que demuestra la excelsa mano que tenía Buñuel para
terminar sus trabajos aún cuando éstos no se terminaban del todo, pero eso fue
suficiente para que hiciera una película ganadora del León de Oro durante el
Festival de Venecia en 1965, tal vez Simón desde su columna y parado sobre un
pie, rezó para que un ateo agradecido con Dios, haya recibido uno de los muchos
premios que este gran hombre ganaría durante su trayectoria fílmica.
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