miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL DESIERTO. LA DESOLADA, Y ASOLEADA, VIDA DE UN DEVOTO RELIGIOSO.


Lucifer: “Simón, ¿en qué piensas?”
Simón: “En nada, ¿cómo se llama ese baile?”
Lucifer: “Ja, ja, ja, carne radioactiva,
es el último baile, el baile final”
Simón: “Padre Rectum”
Lucifer: “Padre Ultra”

        El desierto ha tenido muchas formas de verse en el cine, su imponente imagen y raquítica vegetación pone a temblar a muchos que se han imaginado despertar en medio de un gigantesco desierto sin ninguna forma de señal humana, animal o vegetal, muchos menos se diga de encontrar una tienda Zara o Prada en ese aplastante lugar; pero al hombre nada le ha parecido imposible y para muestra un botón, Las Vegas, la ciudad ludópata por excelencia a nivel mundial está construida en medio del desierto de Nevada, antiguo territorio mexicano hasta poco antes de 1855; esta gigantesca urbe iluminada, plagada de casinos y rodeada por la nada ha inspirado cientos de historias, la mafia que habita en la ciudad ha sido muy bien retratada. 

“Casino” (Martin Scorsese, 1995), es muestra de ello; la parranda y los excesos también han dado lo suyo para contar historias, algunas veces de forma cómica, caso de “¿Qué pasó ayer?” (Todd Philips), que cuenta las peripecias que tienen que vivir después de una terrible borrachera, siguiendo con el alcohol pero desde una perspectiva más seria, la de la adicción; la de del alcohólico disparatado que antepone su enfermedad a todo y a todos, como el interpretado por Nicholas Cage en “Adios a Las Vegas (Mike Figgis, 1995)”; el delirio y la sinrazón también han aparecido en esta peligrosa y adictiva ciudad, “Miedo y asco a Las Vegas” (Terry Gilliam, 1998) es sinónimo de esta definición, las alucinantes situaciones que se dan, producto de la excesiva ingesta de todo tipo de drogas por parte de los dos personajes principales, son estéticamente exquisitas, un endiablado retrato de los viajes de un par de yunkies.

Lo místico y lo religioso también ha tenido su lugar; pero muy a pesar del humano, el desierto se levanta como triunfante en esa carrera por el dominio territorial, en esa infructífera lucha que tiene el hombre con la naturaleza con tal de llenar todo de cemento, la civilización le ha arrancado importantes pedazos a las zonas desérticas del mundo, sobre todo en países árabes con buena solvencia petrolera, a los que poco les ha importado lo inhóspito de estos hábitats, que además de estar plagados de venenosos animales tienen la brutal ayuda del sol para elevar la temperatura y poner las banquetas y grandes avenidas al rojo vivo; el calor infernal puede superar los 50 grados en desiertos inhabitados como El Azizia en Libia, a esa temperatura el factor deshidratación se vuelve alarmante en cuestión de minutos, son pocos los que se atreverían a recorrer, no se diga todo el desierto, la mitad de éste.

Sin embargo ha habido grandes travesías desérticas en el cine inspiradas en historias reales como la de “Lawrence de Arabia” (David Lean, 1962), o la de “Ben Hur” (William Wyler, 1959), esta última alude también al cine de las grandes historias y proezas bíblicas, recordándonos que fue en ese caluroso hábitat donde se gesto la cuna de una de las grandes religiones del planeta como es el cristianismo; estos elementos sirvieron para inspirar parte de la vida de un fiel devoto religioso llamado Simón, que un buen día decidió salir de casa para ir a un desierto y subirse en lo alto de una torre que ahí se encontraba y, en ese mismo lugar, pagar su penitencia.

“Simón del desierto” (Luis Buñuel , 1965) protagonizada por Claudio Brook como Simón, Enrique Álvarez Félix como el hermano Matías, Hortensia Santoveña interpretando a la madre de Simón, y tanto Francisco Reiguera, como una encantadora y desafiante Silvia Pinal, en el papel del diablo. La cinta nos cuenta la historia de Simón, el cual lleva 6 años, 6 semanas y 6 días postrado en la cima de una columna en medio del desierto, número siniestro del que se vale el maestro Buñuel para insertar la tentación que se le presenta al devoto feligrés, el cual para ese entonces puede hacer milagros como devolverle las manos a un hombre al que se las habían cortado por robar, en cuanto se las devuelve éste comienza a golpear a su hija (tono crítico en forma de sarcasmo al que recurrirá el director durante buena parte del film).

La primera aparición que tiene la contraparte de Simón, el diablo, la hace en la figura de la guapa Silvia Pinal, a la que Simón se refiere como “La Tuerta”, la cual carga un recipiente con agua, esta aparición hace que Simón tenga un sueño en el cual se ve corriendo y jugando con su madre, después ambos aparecen sentados viendo el pilar en el cual está Simón que agita las manos y brazos desde lo alto mientras grita: “¡Orgulloso de mi libertad o de mi esclavitud madre!”, la confusión aparece en el protagonista del film, acentuada por la presencia del diablo en su envestidura femenina, la cual juega corriendo detrás de un aro, esta vez la chica ya está más destapada e incluso provoca sensualmente al pendenciero Simón, mientras se levanta su falda para enseñarle sus piernas o abrirse la blusa para descubrir sus senos, todo esto seguido de una delirante secuencia en donde terminamos viendo una anciana desnuda corriendo en sentido opuesto a la cámara gritando “¡Volveré, volveré!”; la forma masculina del señor de las tinieblas la hace en forma de sacerdote, el cual comienza a cuestionar las intenciones de Simón enfrente de un grupo de curas que le acompañan, lamentablemente, como todos sus intentos previos, fracasa; después de estos triunfos Simón se siente más seguro que nunca con sus creencias, lleva 8 años, 8 meses y 8 días de pie en el pilar por lo que decide llevar su fe y voluntad al máximo, en ese momento se compromete con Dios a mantenerse en un sólo pie, rematando con la frase “Bendito sea el azote si con él ganamos la gloria ante el señor”.

Buñuel crea con “Simón del desierto” una de sus películas más críticas a la religión, aún cuando su cine esta plagado de éstas, sin embargo ésta fue, a mi criterio, la postura más abierta que el gran director tuvo con la iglesia católica, el mismo tenía frases en las que jugaba con la paradoja, “Soy ateo gracias a Dios”; la interpretación de Claudio Brook es maravillosa, creando un personaje entregado en cuerpo y alma a su penitencia, hombre inocente e incrédulo el cual es objeto de admiración y burlas, desproveído de cualquier tipo de tentación, que raya la frontera de lo ridículo con sus auto castigos. Brook nos entrega un personaje del que te puedes reír por lo disparatado de sus ideas, o lo puedes compadecer por su absoluta incredulidad; por su parte, Silvia Pinal nos entrega un Lucifer desinhibido, sensual y amoral, una radiante y atractiva jovencita que busca seducir a toda costa al inerte Simón. Pinal hace una de sus actuaciones más polémicas para el México de los 60, dejando ver en al menos un par de ocasiones sus senos a un público más acostumbrado al cine arrabal, en donde las mujeres eran bellas mujeres pueblerinas llenas de la inocencia de Simón; la parte fotográfica corresponde a un asiduo de Buñuel como lo fue el también maestro del blanco y negro, Gabriel Figueroa, quien retrata de forma magistral esta breve obra de Buñuel, quien quería hacer un largometraje con este film pero no logró conseguir el recurso para terminarlo por lo que tuvo que improvisar y recortarlo a 45 minutos, pero aún a pesar de esto el filme es maravilloso.

El cine y el desierto han tenido una larga relación, tan larga como la extensión de los grandes desiertos africanos, la óptica desde la cual quiere ser visto depende del director, algunos ven huyendo a Indiana Jones de una misteriosa y desconocida tribu desértica, otros pueden ver gigantescas bases militares subterráneas, Luis Buñuel optó por filmar las aventuras que otro personaje como Simón tiene en ese mismo desierto, pero parado de pie encima de una enorme columna, tan sencillo y risible como crítico y profundo, esas mofas sutiles a las que el gran director recurría con frecuencia durante su obra fílmica, mostrando incluso algunas influencias que tal vez le dejaron algunos viejos colegas como Salvador Dalí, de quien podemos ver las hormigas en primer plano en la mano de Simón.

“Simón del desierto” se sitúa dentro de la gran obra que legó el gran director español, tal vez como una obra incompleta más no inconclusa, sus 45 minutos tienen lo necesario para captar el mensaje del director, nos interioriza dentro del personaje principal y nos involucra de manera activa dentro de las decisiones que toma a lo largo del film, sea para criticarlas o reírse de ellas, lo que demuestra la excelsa mano que tenía Buñuel para terminar sus trabajos aún cuando éstos no se terminaban del todo, pero eso fue suficiente para que hiciera una película ganadora del León de Oro durante el Festival de Venecia en 1965, tal vez Simón desde su columna y parado sobre un pie, rezó para que un ateo agradecido con Dios, haya recibido uno de los muchos premios que este gran hombre ganaría durante su trayectoria fílmica.



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