jueves, 7 de noviembre de 2013

LA TRAGEDIA DE LAS PASIONES


         El desorden y el dolor que podemos llegar a expresar son necesarios, ya que colocan en entredicho las aristas del pensamiento. Los recuerdos, miedos y pasiones ocultas que llevamos en los bolsillos por las esquinas de la vida, son la sombra de la muerte que nos cobija y camina a nuestro lado directo al abismo. Todos tenemos un destino trágico que nos habita en silencio, el tiempo hará su parte, mientras hurgamos allí y allá buscando algún sentido a nuestros latidos. La muerte es el anuncio constante de que vivimos sólo porque algún día moriremos. Sin embargo, a sabiendas  de la brevedad de la vida, quedan impresos en la literatura y nuestra memoria personajes ecuménicos que enfrentan destinos trágicos y encomiables.

Thomas Mann nos regala en “La muerte en Venecia” pese a su brevedad, una historia abotargada de complejidad y profundidad exquisita; vasta en construcciones simbólicas y ecos del más allá. Durante el recorrido de sus páginas  Von Aschenbach –escritor de renombre- va desmembrando el arrebato de que es presa en sus días de descanso en la ciudad de las góndolas, producto de la juvenil figura de un infante Polaco. El protagonista se ve envuelto en una lucha constante entre la pasión que genera el joven Tadrio, contra la razón y disciplina moral que el escritor ha llevado sobre sus hombros a lo largo de su vida, “el deseo se engendra por el conocimiento defectuoso”. El relato se percibe como un diario de muerte que es vida y renuncia, donde las pasiones desbordadas cohabitan en el protagonista dinamitando las murallas moralinas y de estoicismo con las que  ha forjado su trabajo para llegar a ser una figura reconocida en el medio literario.

Un panorama oscuro y violento dentro de una Venecia pestilente y melancólica, que tiene que ver tanto con el alma de Aschenbach como con la experiencia común de la raza humana. La prohibición de los deseos y las pasiones humanas carburados en la imaginación de los individuos no deben poner en peligro al rebaño, pues es la idea misma de civilización. Plagada de simbolismos; la obra se presta a diferentes interpretaciones que varían en función del lector y de los tiempos que corren. Más allá de tomarlo como una manifestación con tendencias homosexuales –que dejo de lado-, no deja de atraparme el entramado con el que Mann aborda temas complejísimos de la naturaleza humana: belleza-decadencia, pasión-abnegación, juventud-vejez, el viaje-sedentarismo, siempre contradictorios, y en espera de aparecer en la otredad que nos habita.

Su lectura invita a la conversación íntima, donde la muerte abandona las páginas y se instala a nuestro lado acompañando nuestro tránsito permanente por el mundo de forma amable e inteligente. Además de ser un relato magnífico acerca de la muerte, la pasión, la belleza y decadencia, el libro es por mucho una alegoría filosófica cuando Aschenbach se ve transformado en Sócrates e inicia una disertación con Fedro sobre la belleza y el amor. Al recorrer sus páginas me queda claro que las tragedias llegarán como único destino verdadero. Mann nos sumerge en un mundo que se derrumba ante nuestros ojos en la vastedad del horizonte, resultado de esa presencia que nos toma por sorpresa cuando más fuertes nos sentimos, la vida misma.

“Las masas burguesas se regocijan con las figuras acabadas, sin vacilaciones espirituales; pero la juventud apasionada e iconoclasta se siente atraída por lo problemático”



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