"Nunca pensé que el fuego solitario que hay en mí,
fuera el amor.
Desciende cual serpiente calma y acechante sobre mi...
desierto yo."
Escarbarme - Desierto yo
Desierto, lugar de espejismos (al igual que el desierto de lo real
baudrillardiano y sus simulacros). "Bienvenidos..." Avisaba Morfeo en
la Matrix. Una metáfora del purgatorio, y una necesidad de purificación a
través de una dura prueba en tierras yermas. Se accede a él voluntariamente no
por una recompensa, sino por una amplitud de resistencia, reflexión y
conocimiento. Es el encuentro con nuestras propias fuerzas en un período
indefinido donde el oasis y el agua no son señales del fin de una búsqueda. Esta
última, a pesar de lo que acontece en el pasaje bíblico del éxodo, es
extenuantemente personal y sin un objetivo claro. Se sabe el principio pero
nunca el fin, se sobrevive por día en un relato sin tiempo (luchando
perenemente contra la soledad y la muerte). Aquello que buscamos nos encontrara
en el momento justo mientras nos mantengamos con vida y hagamos de nuestro
andar, algo más que sólo soportar. Será ahí entonces donde tendremos la
revelación.
Cruzar el desierto "a la buena de Dios" (o como guía) significa
el fortalecimiento del espíritu en medio de una inseguridad y dudas constantes.
Si hay o no un paraíso (¿ilusión?) es algo secundario, pues es la excursión y
lo que sucede en ella lo que realmente alimenta. Los miedos y debilidades que
en forma demoniaca tarde o temprano saldrán más de una vez a nuestro paso, y
las falsas imágenes (peligrosos anhelos de todo tipo) que intentaran alejarnos
de nuestro ignoto destino de manera literal y reiterada; serán solo algunas de
las tantas situaciones en las que habrá insoslayables enfrentamientos... y a
veces, desafortunado sometimiento o extravió (parte del aprendizaje). Empero,
al final la experiencia ganada habrá valido la pena. Sanar en el desierto
quizás suene contradictorio, pero esa será una de sus mayores virtudes y
efectos al entrar y salir de el: la cicatrización o perdón (o cualquier otra
cura) de los errores del pasado... y es que todos alguna vez, nos veremos en la
cruel disyuntiva de pasar por esta árida vivencia (inherente a nuestra
humanidad).
Mientras tanto nuestros colaboradores sumergidos en sus oasis de
letras definen el desierto así:
Roberto Juanz describe el displacer, la abnegación del hombre
convertido en desierto desde antes de su nacimiento; del miedo aquél de la
soledad mal interpretada, cobijada en la exclusividad que ahora resulta el
significado de la existencia. Inclusive alterna con el universo desértico del
solipsista y el psicótico, de esos pequeños universos entrañados en una soledad
atiborrada de ideas que van restando paso al silencio que no se filtra en
angustia. El agua que aminorará la sed está en los folículos, en las
microscópicas –y copiosas- dunas, de
inmensos desiertos internos, en los que valdría sumergirse hasta lo más
profundo, para así hallar la liberación del malestar en el conocimiento
interno, en el que habita la razón del todo. Esto nos dice la tormenta de arena
dentro de Las letras flotantes.
El Séptimo sello nos lleva
por locaciones desérticas en las que se cuentan historias de mafiosos,
borrachos que buscan eximirse, personajes de culturas que fundaron nuestro
actual pensamiento (inclusive el teológico), y de adictos alucinantes en las
civilizaciones ardientes; término que da paso al comentario de una de las
películas básicas del Maestro Buñuel. Nuestro colaborador no restando valor a
los films del maestro decidió escoger: “Simón del desierto” para así contarnos
de los fetiches, traumas y pasiones de Luis Buñel. Simbolismo, religión,
satanás, lo onírico, la sátira, Dalí y los senos de una actriz mexicana de gran
trayectoria hicieron de los desiertos un espacio recurrente de los realizadores
del cine. Todo esto y más en La desolada, y asoleada, vida de un devoto
religioso por José Huerta.
Hansel Toscano nos habla de un mundo imaginativo que sólo podremos ver
a través de nuestras pantallas, en nuestros pequeños mundos objetales en donde
yace lo irreal del mundo desértico, título que enmarca el torbellino ilusorio
de realidades que nos posicionan en un sentir que se va sublimando en los
espejismos mediáticos de la irrealidad como bien dicta nuestro colaborador en
su sección Goodbye Cruel World.
Letras, arena de emociones que nos
nublan los ojos en donde no hay cabida para la significación de nuestros
sentidos; entren al laberinto en donde nada es lo que parece y donde todo es
afrenta.
Prosiguen las desventuradas “aventuras” de La Liga de Perdedores. En este estrepitoso y -desmejorado episodio
se busca conformar un grupo de paramilitares que, trataran, proseguirán bajando
recurso de la ONU; así mismo seremos testigos de la mofa de unos encapuchados a
un dios prehispánico, para luego dar paso a la participación de uno de los
contundentes guionistas de la llamada “Casa de las ideas”; se querrán arrancar
las pestañas después de saber de quién
es. Suiza, Libia (próximamente) y Jáltipan (como referencia) serán los
escenarios de la disparatada y ya gustada sección de Pablo Sinuhé (líder
indiscutible de este grupo sinsentido pero con muchas agallas y muchos
perdedores).
Lorena Rivera en SPQR nos
refiere que la vida no es más que un llano espejismo; da cuenta de esto al
formularnos no sólo el desierto como espacio repleto de arena y de variada
vegetación y fauna. Nuestra colaboradora sintetiza la idea o la analogía
(propiamente) del desierto, desde las bondades de la genética, la supervivencia
y la adaptación. Y aquí vendrá el acomodo de tal analogía, que
insospechadamente se convierte en una paradoja: el desierto resulta que está
enclavado en la urbe, en la multitud que choca con sus soledades, que se
refugia en oasis lúdicos, enajenantes y que de nueva cuenta te retornan a la
idea misma de hallarse sólo entre el aglomerado. Páramo yermo, arenal del vacío
de un cactus que nace del cemento en el cual nos desplazamos en el vaivén de la
cotidianidad.
Agustín Güiris nos empuja a sentir el correr de los granos del Sahara,
del como éstos trastocan nuestro oídos entre conflictos que nos parecen tan
lejanos y en los cuales hallamos el reconocimiento –en voz del autor- de los
colores del mundo. ¿De qué manera hallaríamos colores en el ocre arenoso? La
disidencia de una banda llamada Tinariwen es la respuesta; entre torbellinos
secos de un explosivo debut y en la agradecida distancia del éxito mundial. Te
invitamos a que conozcas más de esta agrupación que más que infundir un fundamentalismo
–presto de su territorio- nos incita al ritmo que sólo es propiedad y ejecución
de esta sección y sus recomendaciones: Onomatopeya.
El desierto puede ser uno, pero ofrecemos en este número muchas formas
de sentirlo... dejamos entonces en ustedes, la opción de entrar en el y conversar en sus arenas.
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