La sobresaturación de imágenes e
información tiene efectos alucinatorios en el desierto de lo real. Sucede una
construcción imaginada del mundo a partir de los destellos en las pantallas de
cualquier artefacto de info-entretenimiento. Y es en ese rebote de luces
estroboscópicas donde lo real y lo verdadero se deforman al grado de
constituirse ambos, no sólo en lo opuesto de cada uno, sino en nuevas
"realidades" y axiomas fantásticos. Empero, sobre este tema del eje
Baudrillard-Morfeo-Slavoj Žižek, se ha derramado muchísima tinta desde los
conflictos Tormenta del Desierto/Atentados del 11 de septiembre de 2001 y no es
necesario agregar más realidades virtuales de lo debido. La incapacidad de
saber la verdad de lo que acontece a nuestro alrededor, es un malestar que
exige un ejercicio analítico de meta-realidad más flexible.
Escapar de la caverna platónica
(donde se proyectan los simulacros del desierto de lo real) supone una empresa
algo compleja ¿Es acaso factible desconectarse como Neo en el film Matrix, para
que, al estilo de Aldous Huxley, las puertas de la percepción se abran y todo
aparezca ante el hombre tal y como es: infinito? Esa tarea la ha cumplido
cabalmente el arte desde siempre (en todas sus manifestaciones). Quizás en esta
área, cabria mencionar una pertinente distinción entre la evasión (drogas, TV
de nula calidad y otros) y la experiencia artística profunda sin hacer
preferencias de ciertas expresiones mayores sobre algunas supuestamente menores
y viceversa. Porque si bien en el desierto de lo real hay espejismos mediáticos
(hiperrealidad), también se hallan visiones interiores que van de lo
perturbador a lo sublime (Cine y Literatura por mencionar sólo un par de
ejemplos). No todo el bombardeo ilusorio tiene como fin enmascarar las
abigarradas realidades, también aparecen poéticos desgarramientos y
desdoblamientos que nos muestran lo múltiple de la vida y sus posibilidades
(los mitos e historias que nos permiten ser otros personajes en tiempos
diferentes).
La ciencia y el conocimiento
científico tienen si como objetivo el conocimiento profundo de la realidad para
su posterior modificación o previsión de los fenómenos. Es menester como se vio
en DISTOPÍA No. 3,su firme difusión en el rubro de la investigación con el fin
de erradicar justamente los enfoques viciados o anquilosados. A pesar de ello,
vivir únicamente en la dimensión científica no nos permite conocer otras
interpretaciones sobre lo que sucede en el desierto de lo real y su
arquitectura quimérica. Las representaciones del mundo, sean ficcionales o
concretas, son parte de nuestro entrenamiento para dilucidar, apreciar o
rechazar la manera en como interactuamos y asimilamos nuestro fluir en los
hechos culturales. O dicho de otra forma, es parte de nuestro desarrollo
diferenciar entre las explicaciones de aquello que llamamos lo real, y la
sobreestimulación mediada de lo que aparenta ser verdad (no hay manera tan
sencilla de librarse de este laberinto donde nada es lo que parece).
Sabemos entonces que el
territorio no corresponde con el mapa, que la videomorfización de la vida
pública ha afectado el sensorium de las masas, complicando nuestra relación con
lo real frente a una realidad de excitación pura para los sentidos. No importa
el saber que hay mediaciones y resignificaciones, el origen o referencia de
esas negociaciones es el simulacro y por ende nuestras lecturas nunca serán
completas, solo emocionales (pues así están diseñados los mensajes de salida:
una cuestión de efectismo). Lo trágico de esto es que cuando se habla con la
verdad, nadie la cree, todo son "cortinas de humo". La duda no
termina siendo el principio de un razonamiento, sino el inicio de mas y mas
especulación con cantidades colosales de feedback (todo mundo habla, todo mundo
opina... pero nadie le atina). Es la cultura del desierto de lo real.
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