“Las guerras no
son emocionantes ni divertidas, no hay ganadores, solo perdedores. No hay
guerras buenas, con las siguientes excepciones. La segunda guerra mundial y la
guerra de las galaxias.”
Bart Simpson - Bart The General, Temporada 1, Episodio 5
¿Son las sociedades actuales capaces de evocar el significado real de la guerra? Hemos llegado a un punto donde los conflictos bélicos son un ladrillo más en el muro que se construye día a día desde la mediosfera. Este último filtro, tiene la virtud de acercarnos a manera de microscopio sobre casi cualquier detalle “de interés” en una lucha armada y sin embargo, no hay efectos de humanización para quienes gustan practicar compulsivamente el voyeurismo del zapping. Las imágenes de los enfrentamientos viajando por todo el orbe, pretenden ser información visual pero en su ordenamiento o manipulación, son una producción prime time con el mismo impacto de los seriales del Entertainment (un torrente sensorial para las masas). No podría ser de otra forma, la arena de la conciencia y la posterior creación de registros para la memoria, es también un frente de guerra decisivo para construir una historia.
La narraciones de los hechos, el
anclaje o enmarcado de lo que se atestigua y pasa por el lente de una videocámara
en una cruenta confrontación, va de lo maniqueo a lo sutilmente morboso, de lo
aparentemente profesional a lo evidentemente parcial o sesgado (la guerra se da
en todos los niveles estructurales), no obstante, inexorablemente la realidad
compleja queda reducida a una crónica sencilla y de fácil entendimiento… más
sin la explicación puntual y verdadera de las acciones ofensivas. Y al final,
nos quedamos con la sensación de que todo aquel vendaval solo fue un instante
de ilusionismo más. O como ha apuntado Baudrillard: “La guerra del golfo no ha tenido lugar” (se ha reconstruido en la
pantalla una guerra irreal con muy escasa o nula relación entre causas internas
y efectos externos).
No importa cuántos análisis posteriores
se avoquen a tratar de dilucidar lo realmente sucedido, para una buena parte de
la humanidad el ocaso destructivo de la guerra no ha existido, solo su
representación. Nunca estuvimos ahí, solo en la butaca del cine. Y jamás
levantamos un arma, solo vimos los cuerpos y la sangre en la virtualidad del
ordenador. Nos escandalizamos ante las cifras en gastos y vidas y con ello dispersamos
la frivolidad ante nuestros pares, luego, regresamos al videojuego de la
segunda guerra mundial o al documental sobre los nuevos drones del ejército
estadounidense.
Genocidios, desapariciones en
dictaduras, campos de concentración en lugares y tiempos ajenos al periodo
1939-1945 (los Gulags soviéticos por ejemplo), las guerrillas en África, los
registros históricos del horror repitiéndose puntualmente en nuestro presente,
etc., son de conocimiento exclusivo de quienes los soportaron o aun lo padecen
en su lugar de origen. Empero, la ruina y tragedia de los cismas militaristas
mencionados al no tener cabida en la sempiterna actualidad mediática, resultan
por lo tanto episodios perdidos en la cultura pop y en conclusión, jamás
ocurrieron. Para el resto del mundo que puede directamente auscultar el hoy y el
pasado desde la World Wide Web en el ciberespacio (sin ninguna limitación de
lugar o tiempo), estas cuestiones se perciben lejanas, inimaginadas o
abigarradas, sin relación directa con sus sueños o aspiraciones. La guerra es
entonces, una cinta Snuff de la cual
muchos hemos oído hablar… pero pocos conocen el reflejo desarticulador del
contenido y el cómo interpretar el caos de su profana totalidad.
Ya sea por disputas
territoriales, nacionalismos, de religión o de conquista, o por simple dominio,
provocadas a priori o liberadas a
partir de extrañas conjunciones del azar, las guerras aun con la Técnica mediante
no son otra forma más que la fuerza de la naturaleza fluyendo a través de un
catalizador primitivamente humano. A medida que degeneran y la furia diluye los
motivos, ya no hay vuelta atrás, el bien y el mal se han difuminado para dar
paso a una criatura más ominosa que el hombre mismo. Es así que la lógica
guerrera de los intereses se clarifica y se expone en toda su franca crudeza: Killing Is My Business... And Business Is
Good![1]
Nuestro mayor temor ante la guerra es no solo desconocer su origen, sino
también el ser involuntariamente disueltos en su dinámica deshumanizadora
formando así parte indivisible de su violenta expansión (ser uno con la guerra
y aun cuando esta se desvanezca, no poder vivir sin su directriz quedando en
consecuencia permanentemente en estado de sitio… haciendo de la paz el enemigo).
Visto desde esta arista, la guerra nunca termina y en este número de Distopía
podrán darse una idea clara o funesta de este hecho inevitable. Sea esta
nuestra bienvenida una vez más a la trinchera de los pensamientos en pugna
¡Adelante y cuidado con disparar a uno de los nuestros!
[1]
Nombre del primer disco de la banda de Trash Metal: Megadeth. A lo largo de su
carrera, Dave Mustaine, (materia gris de este proyecto) ha hecho una crítica
muy certera en buena parte de sus letras, de los intereses ocultos tras las
guerras. Trabajos seminales
como el mencionado Killing Is My
Business... And Business Is Good!, Peace Sells... But Who's Buying?, So Far, So
Good... So What! y Rust in Peace son una buena muestra de
esta recurrente temática. Mención aparte merece la pieza Holy Wars, en cuya
estructura y contenido se transmite lo humanamente contradictorio del negocio
belicista.
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