lunes, 18 de marzo de 2013

EL VÍNCULO DE LAS RESPUESTAS


         La condición onírica continúa siendo un universo desestimado y hasta cierto nivel negado por el propio hombre moderno. Parece inverosímil el restarle relevancia, lo menciono dado que éste figuró en inicio el desarrollo psíquico del hombre, particularmente como incitador de sus pensamientos, sus deseos y sus propios desasosiegos. Tan prodigiosa fue (es) su presencia que incitó la idea misma de la espiritualidad, la vinculación del individuo con lo que consideraba o llegaría a considerar como deidad; cabe señalar que de tal prodigio el hombre antiguo “veía”, percibía en los sueños el vínculo inmediato con los seres mismos que le dieron la posibilidad de su existencia, sus creadores. Para tales pueblos los sueños cumplían el papel primordial de guiarles, de permitirles tomar las decisiones adecuadas en relación a sus vidas, tanto en el plano individual y como comunidad.

Podríamos citar diversas culturas antiguas (dos de ellas al menos son sustento de nuestro actual pensamiento occidental) que incurrieron en dicha práctica: la cultura egipcia y las revelaciones faraónicas (la conformación de los primeros diccionarios simbólicos oníricos), los pueblos australianos que aun actualmente en pequeños grupos reducidos siguen considerando que el mundo que habitan por la noche mientras duermen es el “real” y que por el día tienen que regresar al mundo ficticio, ordinario que es el “irreal”, será hasta la muerte en donde podrán permanecer definitivamente en su realidad, su espacio legítimo. Para la Grecia antigua y algunos de sus pensadores los sueños les revelaban algún tipo de advertencia enviada por los dioses (papel del oráculo); Aristóteles consideraba que los sueños eran la prolongación de la actividad psíquica, dándose la misma mientras dormimos, una atribución directa del espíritu humano.

La iluminación de Buda vendría de los sueños siendo atestiguada en episodios decisivos del florecimiento de la India. En la China antigua aproximadamente setecientos años antes de Cristo se hablaba ya de la importancia al respecto de la interpretación de los sueños. El judío cristianismo y mucho antes el pueblo babilónico (quizá la madre de todas las culturas) sustentaron frecuentemente sus doctrinas en la alusión a los sueños proféticos y sus mensajes divinos (Job, Abraham, Gilgamés). Todos los mitos, las religiones, epopeyas, leyendas transmitidas al imaginario humano han estado revestidas por los sueños y de la función primordial que nos conceden.

La interpretación fue un término acuñado “científicamente” hasta finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, siendo factor lineal de la llamada Metapsicología. Sin embargo es pertinente mencionar la antesala de ello. En 1889 Laistner intentó comprobar que los mitos tenían su origen en los sueños, sobre todo en sus episodios menos placenteros: las pesadillas. E. Clodd refería que las pesadillas incluían la bardada de demonios expuestos en el folklor del mundo. En 1901 Sigmund Freud publicaría su obra La interpretación de los sueños que no es más que una analogía entre el sueño y el mito en su representación por medio de los símbolos. Es justo aquí en donde se derivan las ideas de que debajo del umbral de la vida consciente se haya un mundo oculto representado en lo simbólico: los fenómenos hipnóticos, los sueños, los mitos, los  síntomas neuróticos conforman el mundo inconsciente, al menos eso era lo planteado a groso modo por Freud.

 Los sueños comenzarían a cobrar una relevancia en la vida del hombre moderno, posibilitarían ese puente entre los dos paralelismos de la psique. Entendamos hasta este momento que los sueños tendrán en efecto una derivación y representación simbólica, aunque bien, estos símbolos serán correspondientes no sólo a un inconsciente individual-personal (como en su momento lo enunció Freud) sino también a un  inconsciente compartido-colectivo; aquí una de las divergencias (de varías)  entre el pensamiento Freudiano y Junguiano. Jung apunta de igual forma a la diferencia entre el signo y el símbolo dentro de su representación en los sueños. El signo en significado es menor al concepto (idea) que representa, mientras que el símbolo representa más que su significado inmediato.

El material subliminal es en tanto aquellos símbolos espontáneos de nuestros sueños, ese material consta de todos nuestros impulsos, deseos e intenciones, de igual manera la consecuencia de nuestros sentimientos expresos en ellos, incluyendo lo racional y lo irracional (apuntando en mejor medida en este último punto, comprendiendo que dicha irracionalidad no significa irrelevancia sino precisamente origen o revelaciones para la vida consciente, futuras situaciones psíquicas). 

Inciden en los sueños la prevalencia de lo fascínate y lo amenazante, en esta última atribución vendría la consecuencia onírica de las llamadas pesadillas que, de tal forma tienen la misma designación: irradiar desde un oculto (no placentero, tormentoso) significado (arquetípico o individual) el manifiesto de las diversas realidades  psíquicas, que como apuntó no sólo Jung, sino así mismo Heinrich Zimmer, Joseph Campbell, Nietzsche al respecto de que esas manifestaciones “terribles” y tremebundas no son más que los temores que deben ser enfrentados, desarticulados, son el selectivo compensatorio (atiende a una causa traumática) de lo que en nuestra vida consciente nos limita a trascender. Su presencia y deformidad son entonces la consecuencia inmediata a una resolución,  su pronta interpretación y confrontación. Pertinente es dar cabida aquí a los sueños recurrentes, ellos son la insinuación constante ante la solicitud del inconsciente de resolución, y no apaciguaran hasta desentrañarles y comprender su naturaleza de reitero.  Tales sueños pudiesen estar presentes hasta por años. 

El sueño compensa las limitaciones del soñante, opera en razón de su mundo emocional e instintivo, profesa de igual manera en los deseos y miedos de una cultura, correspondencia de su enlace y conexión humana, es el mito en consecuencia. El lenguaje onírico es tan basto en simbolismos (el mundo mismo es un conjunto de símbolos) que nos hace vernos obligados a atenderle; la consecuencia de no hacerlo está en virtud, en sinónimo de nuestra propia deshumanización, en nuestro alejamiento y rechazo del “área” más influyente de nuestro ser: el inconsciente.

“Esta noche he soñado que era una mariposa. ¿Cómo sé yo si soy un hombre que cree haber soñado que es una mariposa, o si soy una mariposa que ahora está soñando ser un hombre?”
Chuang Tse  


No hay comentarios:

Publicar un comentario