La condición onírica continúa
siendo un universo desestimado y hasta cierto nivel negado por el propio hombre
moderno. Parece inverosímil el restarle relevancia, lo menciono dado que éste
figuró en inicio el desarrollo psíquico del hombre, particularmente como
incitador de sus pensamientos, sus deseos y sus propios desasosiegos. Tan
prodigiosa fue (es) su presencia que incitó la idea misma de la espiritualidad,
la vinculación del individuo con lo que consideraba o llegaría a considerar
como deidad; cabe señalar que de tal prodigio el hombre antiguo “veía”,
percibía en los sueños el vínculo inmediato con los seres mismos que le dieron
la posibilidad de su existencia, sus creadores. Para tales pueblos los sueños
cumplían el papel primordial de guiarles, de permitirles tomar las decisiones
adecuadas en relación a sus vidas, tanto en el plano individual y como
comunidad.
Podríamos citar diversas culturas
antiguas (dos de ellas al menos son sustento de nuestro actual pensamiento
occidental) que incurrieron en dicha práctica: la cultura egipcia y las
revelaciones faraónicas (la conformación de los primeros diccionarios
simbólicos oníricos), los pueblos australianos que aun actualmente en pequeños
grupos reducidos siguen considerando que el mundo que habitan por la noche
mientras duermen es el “real” y que por el día tienen que regresar al mundo
ficticio, ordinario que es el “irreal”, será hasta la muerte en donde podrán
permanecer definitivamente en su realidad, su espacio legítimo. Para la Grecia
antigua y algunos de sus pensadores los sueños les revelaban algún tipo de
advertencia enviada por los dioses (papel del oráculo); Aristóteles consideraba
que los sueños eran la prolongación de la actividad psíquica, dándose la misma
mientras dormimos, una atribución directa del espíritu humano.
La iluminación de Buda vendría de
los sueños siendo atestiguada en episodios decisivos del florecimiento de la
India. En la China antigua aproximadamente setecientos años antes de Cristo se
hablaba ya de la importancia al respecto de la interpretación de los sueños. El
judío cristianismo y mucho antes el pueblo babilónico (quizá la madre de todas
las culturas) sustentaron frecuentemente sus doctrinas en la alusión a los
sueños proféticos y sus mensajes divinos (Job, Abraham, Gilgamés). Todos los
mitos, las religiones, epopeyas, leyendas transmitidas al imaginario humano han
estado revestidas por los sueños y de la función primordial que nos conceden.
La interpretación fue un término
acuñado “científicamente” hasta finales del siglo XIX e inicios del siglo XX,
siendo factor lineal de la llamada Metapsicología. Sin embargo es pertinente
mencionar la antesala de ello. En 1889 Laistner intentó comprobar que los mitos
tenían su origen en los sueños, sobre todo en sus episodios menos placenteros:
las pesadillas. E. Clodd refería que las pesadillas incluían la bardada de
demonios expuestos en el folklor del mundo. En 1901 Sigmund Freud publicaría su
obra La interpretación de los sueños que no es más que una analogía entre el
sueño y el mito en su representación por medio de los símbolos. Es justo aquí
en donde se derivan las ideas de que debajo del umbral de la vida consciente se
haya un mundo oculto representado en lo simbólico: los fenómenos hipnóticos,
los sueños, los mitos, los síntomas neuróticos
conforman el mundo inconsciente, al menos eso era lo planteado a groso modo por
Freud.
Los sueños comenzarían a cobrar una relevancia
en la vida del hombre moderno, posibilitarían ese puente entre los dos
paralelismos de la psique. Entendamos hasta este momento que los sueños tendrán
en efecto una derivación y representación simbólica, aunque bien, estos
símbolos serán correspondientes no sólo a un inconsciente individual-personal
(como en su momento lo enunció Freud) sino también a un inconsciente compartido-colectivo; aquí una
de las divergencias (de varías) entre el
pensamiento Freudiano y Junguiano. Jung apunta de igual forma a la diferencia
entre el signo y el símbolo dentro de su representación en los sueños. El signo
en significado es menor al concepto (idea) que representa, mientras que el
símbolo representa más que su significado inmediato.
El material subliminal es en
tanto aquellos símbolos espontáneos de nuestros sueños, ese material consta de
todos nuestros impulsos, deseos e intenciones, de igual manera la consecuencia
de nuestros sentimientos expresos en ellos, incluyendo lo racional y lo
irracional (apuntando en mejor medida en este último punto, comprendiendo que
dicha irracionalidad no significa irrelevancia sino precisamente origen o
revelaciones para la vida consciente, futuras situaciones psíquicas).
Inciden en los sueños la
prevalencia de lo fascínate y lo amenazante, en esta última atribución vendría
la consecuencia onírica de las llamadas pesadillas que, de tal forma tienen la
misma designación: irradiar desde un oculto (no placentero, tormentoso)
significado (arquetípico o individual) el manifiesto de las diversas
realidades psíquicas, que como apuntó no
sólo Jung, sino así mismo Heinrich Zimmer, Joseph Campbell, Nietzsche al
respecto de que esas manifestaciones “terribles” y tremebundas no son más que
los temores que deben ser enfrentados, desarticulados, son el selectivo
compensatorio (atiende a una causa traumática) de lo que en nuestra vida
consciente nos limita a trascender. Su presencia y deformidad son entonces la
consecuencia inmediata a una resolución,
su pronta interpretación y confrontación. Pertinente es dar cabida aquí
a los sueños recurrentes, ellos son la insinuación constante ante la solicitud
del inconsciente de resolución, y no apaciguaran hasta desentrañarles y
comprender su naturaleza de reitero.
Tales sueños pudiesen estar presentes hasta por años.
El sueño compensa las
limitaciones del soñante, opera en razón de su mundo emocional e instintivo,
profesa de igual manera en los deseos y miedos de una cultura, correspondencia
de su enlace y conexión humana, es el mito en consecuencia. El lenguaje onírico
es tan basto en simbolismos (el mundo mismo es un conjunto de símbolos) que nos
hace vernos obligados a atenderle; la consecuencia de no hacerlo está en
virtud, en sinónimo de nuestra propia deshumanización, en nuestro alejamiento y
rechazo del “área” más influyente de nuestro ser: el inconsciente.
“Esta noche he soñado que era una mariposa. ¿Cómo sé yo si soy un
hombre que cree haber soñado que es una mariposa, o si soy una mariposa que
ahora está soñando ser un hombre?”
Chuang Tse
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