Las significaciones sociales no
solo podemos entenderlas como un conjunto de creencias e ideas en común a nivel
colectivo, el termino también refiere a los anhelos, esperanzas y deseos de una
sociedad para sí misma en una relación teleológica. Aún en esta era de
individualismo crónico, narcisismo y otras múltiples formas de ensimismamiento,
existe una idea de bienestar a alcanzar entre diversos actores sociales que buscan de
manera deontológica, mantener un orden de convivencia y una mayor y mejor
reglamentación de la vida democrática. Sería algo simplista asegurar entonces
que la sociedad de consumo y sus prácticas hedonistas es el status dominante
(lo público y lo privado tienden a autoregularse), empero, mucho de este magma
de significaciones se reproduce en la oferta de la pantalla y el
entretenimiento.
La fábrica del lenguaje es
también una fábrica de sueños (entendiendo esta última como un flujo constante
de modos de vida permeando en el imaginario), y en ese sentido, parte de la
estrategia de seducción es hacer "realidad" la mayor cantidad de
fantasías oníricas posibles. Aunque no pueda hablarse de espectadores crédulos
y carentes de mediaciones, no siempre hay un discernimiento entre lo que es
fantasía y una verdad objetiva (de manera quizás involuntaria la mente juega un
poco con el "creer que puede pasar"). Hay una proyección de sueños
individuales que al mismo tiempo son compartidos generacionalmente a través de
los productos de las industrias culturales ("Quiero ser como...").
Ejemplos de esto en la historia del cine, la televisión y el negocio de la
música, hay infinidad, pero sin duda, no hay caso más sui generis que el de la
Telenovela mexicana.
Sin tratar de hacer un análisis
exhaustivo del género, es pertinente hacer algunos comentarios sobre el
fenómeno "Cenicienta nacional" (muchacha de pueblo se casa con joven
rico). Esta premisa tan inverosímil y repetida hasta el hartazgo es todo un
campo de estudio del ethos social mexicano en la década de los ochenta. Las
historias o el refuerzo del rico malo y perverso contra la muchacha pobre y
desvalida pero que gracias a las vueltas de la vida (y de rezarle mucho a la
virgencita), aquella chacha despreciada termina siendo ¡La señora de la casa!,
es un caso que rebasa la intención del receptor por un momento de simple
distracción. En los sueños muchas veces hay deseos reprimidos y en estos
relatos, tal parecía que la psique social popular clamaba por un poco de
justicia en un país totalmente carente de ella.
El binomio sueño/pesadilla tiene
en esos años de melodramas lacrimógenos y desalentadoras crudas económicas, el
contraste ideal. En México, las migraciones del campo a la ciudad durante el
sexenio de Miguel de la Madrid fueron aterradoramente masivas para un país en
plena crisis (no solo financiera, sino también social). Las mareas humanas de
distintas partes de la república se estrellaban contra el muro citadino del
desempleo, ocasionando graves patologías culturales. A pesar de ello, en la TV
no había cabida para el aumento del crimen, el alcoholismo, la drogadicción y
la prostitución (entre otras consecuencias de la recesión en general). Digamos
que sin decir "Todo era rosa" en la programación telenovelesca, las
reglas de la vida se invertían.
Los guiones de aquellos
culebrones, usaban de gancho la realidad misma al denunciar las situaciones de
exclusión a las que se veían enfrentadas las muchachas jóvenes al llegar a la
ciudad (de ahí partía la identificación "A mí me pasa como a ella").
Había una catarsis muy marcada al sintonizar las historias de sufrimiento de
las heroínas chachescas. Obviamente no era un ritual exclusivo de las clases
bajas y no todos lo asimilaban al mismo nivel (como ya se ha comprobado: hay
mediaciones), sin embargo, había una necesidad "de" (la evasión sería
una variable entre muchas tantas). Y es aquí donde entra la idea de
reivindicación social aunque fuera solo en una ficción. Si bien, como
mencionaba anteriormente, el gancho estaba en las situaciones de desplazamiento
y maltrato, las reglas en algún punto del relato comenzaban a cambiar
drásticamente.
Ahí donde las mujeres en el
sector laboral padecían (padecen) discriminación y otras formas de rechazo, en
los mamometros de la tarde, el joven rico y apuesto se enamoraba de la
vilipendiada jovenzuela. Y ahí donde muchas veces mujeres empleadas de
sirvientas, terminaban siendo violentadas mental y físicamente, para luego
tener que regresar a sus lugares de origen embarazadas o con un hijo en brazos,
la telenovela ofrecía un suntuoso final feliz, donde los villanos recibían su
merecido y los protagonistas consumaban con riguroso bodorrio su entreverado
amor (significaciones sociales en segundo grado: anhelos y esperanzas).
A esta visión planteada se le
pueden objetar innumerables nudos: que la telenovela no es un hábito solo
femenino (cierto, un gran sector masculino luego de un duro día de trabajo
recurrían a los relatos), que la premisa Cenicienta estuvo más presente en
décadas anteriores y fue en los ochentas donde la telenovela juvenil comenzó a
desplazarla (¿Y me supongo que en los noventas María Mercedes, Marimar y María
la del barrio pasaron desapercibidas?), y en la actualidad "la historia de
la chica pobre se enamora del junior" (y viceversa), ya no tiene ese boom,
sin embargo, lo tuvo al no estar dirigida precisamente a los adolescentes de
ciudad con acceso a mejores servicios y bienes de todo tipo. Es obvio que estos
últimos no se iban a identificar tanto (aunque hubo sus excepciones), el
argumento barato de la cenicienta nacional fue y ha sido para el otro México,
el México profundo, el México que siempre sueña a través de un verdadero país
de pesadilla... sobra decir que al final, aun esperamos que despierte (aunque
sea de indigestión).
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