David Lynch es un director que ha
causado polémica dentro de los círculos críticos de la cinematografía mundial,
es amado y venerado por muchos, odiado y minimizado por otros, su obra transita
entre lo real y lo onírico, entre la racionalidad y la locura con películas
cargadas y plagadas de símbolos que se repiten una y otra vez en sus filmes,
con personajes que pecan de inocentes y unos más que denotan una naturaleza
humana salvaje y desorbitada, que habitan ciudades y pueblos en apariencia
apacibles en los que se esconde la maldad debajo de ese velo que las cubre,
como bien se muestra en la secuencia inicial de su tercera película “Terciopelo
azul” (“Blue Velvet”, 1986) en la que
recorremos un pequeño y típico pueblo norteamericano.
Todo parece transcurrir con
normalidad, vecinos felices regando sus hermosos jardines, bomberos en sus
camiones saludando amablemente a los pueblerinos, perros jugando con los
chorros de agua que expulsan las regaderas automáticas, esta aparente tranquilidad
se ve alterada conforme Lynch se acerca al suelo cubierto por pasto, donde
habitan gigantescos insectos tomados con un objetivo macro que los hace ver de
ese gran tamaño librando furiosas batallas entre ellos, disputando cada
centímetro en una férrea lucha que rompe con la paz superior; este mundo
subterráneo del que poco se conoce es en el que se mueve con comodidad el
controvertido director oriundo de Misoula, Montana, en los Estados Unidos.
Los malignos personajes que
emergen de las sombras en las espesas noches lyncheanas nos producen repulsión
y temor, sus violentas reacciones reflejan sus más profundos trastornos, como
los animalados y enfermos impulsos del psicótico Frank Booth –Dennis Hopper- en
la misma “Terciopelo azul”, sujetos irreales que parecieran ser la
representación terrenal y física de aspectos de la psique como la locura, el
llamado “hombre misterioso” -Robert Blake- de “Carretera perdida” (“Lost
Highway, 1997), caballos desbocados con forma humana que a la menor provocación
se lían a golpes en brutales enfrentamientos a muerte, tal es el caso de Sailor
Ripley –Nicholas Cage- en “Salvaje de corazón” (“Wild at Heart”, 1990),
trasnochados mafiosos neuróticos con fulminantes balas en los ojos, Dick Lauren
–Robert Loggia- en “Carretera perdida”, vulgares circenses sin el menor sentido
de compasión como Bytes –Freddie Jones- en “El hombre elefante” (“The Elephant
Man”, 1980), introvertidos y raros sujetos que deambulan por las industriales
calles de una sucia ciudad norteamericana, Henry Spencer –Jack Nance- de
“Cabeza borradora” (“Eraserhead”, 1976).
Todos estos delirantes tipos
cohabitan con mujeres capaces de sacarlos del agujero en el que cada vez se
sumergen más o hundirlos a esas profundas y laberínticas veredas de la locura.
En el primer caso podemos situar a la adorable Lula Fortune –Laura Dern- en
“Salvaje de Corazón”, quien pareciera ser el ángel redentor que viene a
apaciguar la furia de Sailor, o a complementarse con ella. La misma actriz
conmueve con su angelical e inocente interpretación de la bella Sandy Williams
en “Terciopelo azul”, quien ayuda al inmaduro y arrojado Jeffrey Beaumont –Kyle
MacLachlan- a resolver el misterio de la oreja en esa película, o la coqueta y
sensual Reene Madison/Alice Wakefield –Patricia Arquette- en “Carretera perdida”, que se pasea
provocativamente capturando las miradas masculinas, escondiendo detrás de esa
mirada virginal a una Femme Fatale que podríamos situar en el segundo grupo
femenil que tanto gusta al director utilizar.
En este mismo sector podemos
ubicar a la malvada bruja de un Oz producto de las pesadillas del director,
Marietta –Diane Ladd- en “Salvaje de corazón”, quien busca separar a como de
lugar la pareja conformada por su hija Lula y el impredecible Sailor, o la
misteriosa Perdita Durango –Isabella Rosellini- de esa misma película, o la
deformada mujer que canta “In heaven everething´s all right” en el teatro
ubicado en el radiador en “Cabeza borradora”. Estos personajes y muchos más
habitan las truculentas cintas de un director capaz de convertir un placentero
y romántico sueño en la peor pesadilla, capaz de enamorar y desagarrar el
corazón al compás del lamentable canto de “la llorona de Los Anegeles, Rebeka
del Río”, quien llora la traducción al español de una canción de Roy Orbison
(Crying). Este inquietante sueño es el motivo de esta reseña e inicia en las
sinuosas curvas que nos llevan a Mulholland Drive.
Su noveno largometraje como
director vino precedido, como otros más dentro de su obra, por el factor del
azar. En un inicio “Sueños, misterios y secretos” (“Mulholland Drive”, 2001) –a
la que me referiré por su nombre en inglés-, estaba pensada para ser una serie
de televisión. Lynch presentó una propuesta a la cadena estadounidense ABC la
cual, en conjunto con Touchstone/Disney, aprobó un presupuesto de 7 millones de
dólares para la realización del episodio piloto con la condición de que el
director elaborará un desenlace más o menos comprensible; durante enero de 1999
Lynch terminó el guión con una extensión de 92 páginas, el cual elaboró en
colaboración con Joyce Eliason (quien al final fue eliminada de los créditos ya
que la idea original cambio radicalmente). Para finales de febrero se
encontraba grabando y para el mes de abril ya tenía un primer corte y tal como
estaba acordado el director presentó éste a los ejecutivos de la cadena. Fue en
este momento que comenzaron los problemas.
A los analistas les pareció
rebuscado e inconexo y decidieron dar marcha atrás, no sin sugerirle reducir su
montaje de aproximadamente 125 minutos a tan sólo 88, cuando el director había
pensado en un corte final que rondara los 150 minutos, el proyecto quedo
enlatado y archivado, no fue sino hasta marzo del año 2000 que Studio Canal
compró los derechos sobre el material grabado por los mismos 7 millones y le
dio 2 millones más a Lynch para que pudiera terminarlo, acordando hacerlo con
un enfoque más cinematográfico, cambiando desde este momento por completo la
historia presentada en el guión original, esto a base de cambiar las secuencias
grabadas en cuanto a su ubicación dentro del corte final, filmando material
adicional así como un final ad hoc con el nuevo sentido del film.
Esta breve introducción creí
pertinente hacerla para conocer un poco más la naturaleza “azarística” que
tienen algunos de los trabajos en los que ha participado el director, sacando
ases que esconde bajo la manga para poder culminar los proyectos en los que se
ha visto involucrado (la única, y penosa excepción, la podríamos situar en su
tercer film “Dunas”, -“Dune”, 1984-, adaptación de la novela de ciencia ficción
escrita por Frank Hebert, su primer y último trabajo de alto presupuesto, mismo
que se vio plagado de infortunios, el rodaje se realizó en los estudios
Churubusco en el Distrito Federal en donde sufrió varios saqueos, entre ellos
el costoso vestuario que utilizarían para rodar varias escenas y que ya no
pudieron costear, optando por una opción más barata y corriente que no era del
gusto del director, los continuos chantajes y corruptelas que vivió la producción
y que orilló al sindicato a parar la producción durante varios días, retrasando
toda la filmación); la suerte a estado presente en buena parte de la obra del
director, las múltiples nominaciones y premios que sus películas han recibido
son muestra de ello, siendo “Mulholland Drive” la que inauguraría el nuevo
milenio con el premio a mejor director en el Festival de Cannes para el
enigmático pintor vuelto a director.
Entrando de lleno en la cinta,
Lynch nos presenta de inicio varias parejas bailando al ritmo del “Jitterbug”
compuesto por el músico de cabecera de David Lynch, Angelo Badalamenti (quien
tiene una breve incursión en la película como uno de los mafiosos hermanos
Castigliane) e interpretada por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga,
los danzantes se yuxtaponen unos sobre otros, conforme transcurre la canción y
nos acercamos a su final tres bustos humanos emergen de forma distorsionada, es
Diane Selwyn/Betty Elms interpretada por Naomi Watts (la naturaleza de los dos
nombres corresponde a su papel dentro del film, la primera se sitúa en la
“realidad” del personaje, la segunda es la idealización onírica que la primera
tiene sobre si misma), la protagonista del film se hace acompañar de una pareja
de ancianos que bien pudieran ser los jueces del concurso de baile que acabamos
de presenciar; la ensoñación termina y ahora vemos una cama en un plano muy
cerrado que se mueve hasta dejarnos ver una almohada al tiempo que escuchamos
la respiración de alguien (Diane), la cámara se acerca a la almohada hasta
fundirse con esta en un negro profundo.
De este manera, Lynch nos
introduce en el sueño de Diane, dejándonos ver parte de la naturaleza del
personaje, un triunfo del que solo queda un recuerdo el cual, con el tiempo se
ha ido distorsionando, y una mujer que busca soñar para volver a sentir, para
volver a triunfar; en la siguiente secuencia seguimos una lujosa limosina por
las pronunciadas curvas que llevan a Mulholland Drive, esta misma sirve para
situar los créditos iniciales, en el interior del auto encontramos a una mujer
(la mexicana Laura Helena Harring) quien viaja en la parte posterior, el coche
se detiene súbitamente y, a punta de pistola, intentan bajar a la mujer, sin
embargo, un par de coches viajan a toda velocidad jugando carreras en sentido
contrario a la limosina con la cual uno de estos se impacta violentamente, la
chica logra sobrevivir al choque y huye cuesta abajo hasta llegar a la ciudad
donde busca un lugar donde esconderse, encontrando en el exterior de un
conjunto habitacional el lugar ideal para refugiarse.
Acto seguido vemos a Betty
(Diane) llegar al aeropuerto internacional de Los Angeles acompañada de la
misma pareja de ancianos que vimos en la secuencia de baile, después de una
breve charla la joven se dirige al departamento que su tía le presto mientras
filma una película en Canadá. En el interior encuentra a la mujer del accidente
que se hace llamar Rita (nombre que toma de un poster colgado en la pared del
baño de la tía de una película protagonizada por Rita Heyworth), aunque en
realidad no sabe como se llama, a partir de aquí las chicas juegan al detective
indagando el nombre de la amnésica Rita. Esto las llevará a tener encuentros
fortuitos con personajes que les irán arrojando pistas, como la camarera de
nombre Diane del restaurante “Winkie´s” (lugar del que se vale Lynch para
recordarnos que estamos en un sueño a través de una secuencia entre un hombre
que confiesa a su psicólogo haber tenido un sueño en ese lugar y haber visto
una bestia en el callejón trasero).
Este encuentro hace recordar un
nombre a Rita, el de Diane Selwyn, una suerte de aviso inconsciente de la
suplantación de personalidad que vive la protagonista del sueño, a su vez Betty
conoce a un talentoso y joven director al cual las cosas no le salen nada bien
en el sueño de Diane. Atestiguamos la visita de Betty y Rita al departamento de
Diane, en donde la primera tiene un epifanía al verse muerta en su cama, aunque
no sabe que es ella aún, somos cómplices al ver como Betty, en el afán de
proteger a Rita, intenta cambiar su apariencia con una peluca rubia como si de
una fusión se tratara, vemos surgir el amor entre ambas mujeres en una candente
escena lésbica y terminamos en un misterioso teatro llamado “Club Silencio” que
pareciera ser una especie de limbo en la que los espectadores están destinados
a morir (o están muertos como bien se podría interpretar si tomamos en cuenta
la aparición de Laura Palmer –Sheryl Lee-, la joven asesinada de la serie de
televisión de Lynch “Twin Peaks”, 1989-1990).
Un anfitrión parecido a la
representación bigotona de Satanás hace sucumbir a la pareja con sus juegos de
palabras, la dolosa interpretación musical de Rebeka del Río las hace llorar,
el telón se cierra y el sueño también con el hallazgo de una misteriosa caja
que logran abrir con una llave azul, el interior del cubo pareciera
desencadenar la locura, como si de una caja de pandora psíquica se tratara, el
bello sueño termina y la realidad no puede esperar; los personajes que Diane
soñó juegan otro papel en el mundo terrenal, Rita es Camila y esta a punto de
contraer nupcias con Adam el director, el mundo de la rubia se desploma, los
recuerdos la hacen divagar, encerrada en su departamento sin mayor aspiración
que ver Camila una vez más, observa con ojos llorosos la llave azul que un
matón le prometió encontrar en su departamento después de despachar al amor de
su vida, la locura llama a su puerta y se escurre por debajo de esta en la
forma de los ancianos que alguna vez la vieron triunfar, la losa que carga sobre
su espalda es demasiado pesada para cargar, la bala que explota en su boca es
la única forma de despertar de esa pesadilla en que se ha convertido su vida
terrenal, la aparición de un vaquero y la imagen de una especie de demonio
onírico parecen anunciar la culminación de un amor destinado a fracasar.
“Mulholland Drive” es una
película que cumple sobradamente todos los requisitos que necesita tener un
buen film, con la añadidura de ser una propuesta arriesgada por parte del
director, la música de Angelo Badalamenti nos sumerge de lleno en la película y
nos hace estremecer cuando es necesario, las canciones que la complementan
sirven para contextualizarnos (desde la sesentera y alegre melodía de Lynda
Scott hasta la traducción lacrimógena de la letra compuesta por Orbison); la
fotografía de Peter Deming juega muy bien con las sombres que tanto gustan a
Lynch, así como de esos primerísimos planos que tanto usa el director, como con
los juegos de miradas; las interpretaciones también son parte fundamental en esta
inquietante película, la transformación de Naomi Watts al pasar de Betty a
Diane es sumamente desgarradora, Laura Helena Harring se nota siempre
confundida mientras es Rita y distante cuando es Camila, Justin Theroux queda a
modo para el papel del joven director Adam Kesher.
El producto final es una cinta
onírica de gran calado, una obra que desde su concepción deambulo entre los
sueños más siniestros del aclamado, y también criticado, director
norteamericano, el regreso a un género cinematográfico que ha decaído y se ha
menospreciado, lejos habían quedado las hermosas cintas de Buñuel en las que el
sueño tenía una función narrativa, una nueva generación que apostó más a la
parte estética del mundo onírico, dejando a un lado su interpretación y correlación
con el film, afortunadamente tenemos a David Lynch aunque guste o no, es el
único que se sigue atreviendo a crear obras que rayan en lo absurdo e irreal
pero que cuando se analizan siempre tienen algo que contar, un americano
enloquecido que sueña con películas que como pesadillas nos van a atormentar.
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