El Diccionario de la Real Academia Española define la misoginia como
la aversión u odio hacia las mujeres, ambas palabras las podemos ver
representadas en diferentes niveles en la sociedad y su pasado es tan distante,
que podríamos remontarlo a los mismos inicios de la era humana. Las sagradas
escrituras tienen una fuerte carga machista, Eva surge de una costilla de Adán,
todos los apóstoles son hombres, la participación de las mujeres en el
organigrama eclesiástico pareciera tener una función meramente contemplativa,
sobre todo en las altas esferas gubernamentales con sede en el vaticano. Estas
“nociones morales” con las que ha crecido la humanidad siguen vigentes, aún con
el “boom feminista” y la contemporánea equidad de género, la mujer sigue siendo
relegada en muchos ámbitos, léanse empresariales, políticos, filosóficos,
cinematográficos, etc., con esto no quiero decir que la mujer no tenga
participación en ellos, la hay, y como sucede con su opuesto genérico el
hombre, hay quienes destacan dentro de cada ámbito y otros que no merece la
pena mencionar.
Sin embargo, todas estas ramas han sido creadas por hombres y por
defecto explotadas también. En este sentido el cine no se queda atrás, aunque
de forma curiosa, es el cine el que ha creado (en ocasiones no por él mismo
sino como un recurso) la mayoría de los íconos y estereotipos femeninos a los
que cualquier jovencita le gustaría aspirar, muchas darían todo por haber
interpretado el papel de Marla como lo hizo la esposa de Tim Burton, Helena
Bonham Carter, con tal de haber tenido a Brad Pitt o Edward Norton entre sus brazos en “El club
de la pelea” (Fight club, David Fincher, 2000); aunque no tantas se
interesarían en dar vida a los personajes de Beatriz, Utopía y Voluntad, madre
e hijas interpretadas por Rita Macedo, Diana Bracho y Gladys Bermejo respectivamente,
en la película de Arturo Ripstein “El castillo de la pureza” (1973), cinta
mexicana que saca a relucir lo peor del género masculino en una era donde la
urbanización (generalmente representada en la centralizada y metropolizada
Ciudad de México) y el progreso, tanto económico como intelectual, eran
banderas de gobiernos cargados de pura demagogia y poca acción, germinando la
semilla de la desidia en una sociedad (y en las familias), que no coincidía con
las imágenes que los poderes fácticos mostraban por doquier.
A este tipo de familia hace alusión Ripstein con esa película, un
esposo machista desbordado en su locura que mantiene alejados de la sociedad a
su familia con tal de “protegerlos”, cinta que muestra bien las características
animales de este tipo de sujetos y que iré ejemplificando en base a los
diálogos que este mísero personaje tiene con su esposa e hijos para justificar
su distorsionada percepción de la realidad.
El inicio de la cinta nos sitúa en una antigua casona mexicana, con
esos enormes patios centrales desprotegidos por donde podía caer el agua de
lluvia en esas defeñas tardes setenteras (década en la que se filmo y se
desarrolla el film), en una de estas casas vive Gabriel Lima, interpretado por
Claudio Brooks, un hombre de mediana edad que se dedica a la venta de
insecticida, el cual elabora con la ayuda de sus dos hijas, las antes
mencionadas Utopía y Voluntad, así como de su hijo Porvenir, interpretado por
Arturo Beristein; la locura de Gabriel queda demostrada desde los nombres de
sus hijos, una enfermiza forma de demostrar sus creencias o valores, a los cuales trata como meros trabajadores,
como entes mimetizados a su voluntad, porque de lo contrario sufrirán el azote
de su castigo que va desde el confinamiento (por horas o días) en una especie
de mazmorra siniestra, hasta los brutales golpes propiciados por su cinturón.
El mencionado caserío, en donde transcurre la mayor parte del film, está
dividido en varias secciones que sirven al alterado Gabriel para tener diversas
actividades con su familia, en la planta baja se ubica el taller donde elaboran
el insecticida sus hijos bajo la estricta supervisión del padre, un cuarto
lleno de contenedores con agentes químicos para elaborar el veneno, jaulas con
ratas en su interior para realizar mortales pruebas con tan desagradables
animales, lugar del que Gabriel se sirve para compartir sus miedos y tormentos
con sus hijos “…por las ratas he aprendido a conocer a los hombres, ¡son
iguales!, por eso quiero que ustedes no tengan ningún contacto con el mundo,
vale más que sigan encerrados aquí entre mis ratas que ver al mejor de los que
están afuera”.
Un área despejada sirve para la rutina deportiva que el padre les
impone a sus hijos, además de una habitación anexa que cuenta con bicicleta,
bandas elásticas y una tabla para hacer sentadillas con el fin de que los
inocentes hagan una rutina de ejercicios completa; otro cuarto de la planta
baja sirve al padre para darle clases a sus hijos, obligándolos a memorizar
frases celebres que delinean bien su perturbada mente, “Para hallar a los
hombres es necesario dar la espalda a la humanidad” de Ellis, o “El hombre de
recia voluntad moldea el mundo a su gusto” de Goethe, frases que sus hijos
repiten al unísono; un espacio más pertenece a la cocina donde la familia se
reúne a comer los alimentos diarios en absoluto silencio, sin perturbar la tan
anhelada paz que busca tener Gabriel, nadie en lo absoluto puede hablar sin que
su perturbado padre tenga un arranque de violencia.
El patio central tanto sirve para que los pequeños jueguen a los
encantados, como también para reprimirlos, como lo hace con su hija más pequeña
Voluntad, cuando esta, después de un descuido del padre que salía a sacar la
basura, se escabulle para acompañarlo, la molestia del padre por ver en la
calle a su hija fue mayúscula, “Eres como tu madre, apenas le di la espalda y
buscó la calle”, ese mismo espacio sirve para que abogue por el bienestar de
sus hijos en tiempos de crisis, “Mañana mismo acotas las raciones de comida, también
se van a usar menos los focos y todos esos lujos, además despídete de los
cosméticos”; todo esto bajo la mirada complaciente de la madre con la que
comparte la recamara principal en donde, conforme avanza el film, las
agresiones van en aumento, el tono de sus acusaciones va desde frases como
“…siempre estuviste llena de hombres, todo el tiempo estas pensando en ellos
aunque finjas no pensar en nada”, hasta revelaciones sumamente hirientes “Vengo
de estar con una muchacha muy joven, y sí era virgen, no como tú, con razón
aquí nunca ha existido la pureza”, llegando incluso a propinar sendas golpizas
a Beatriz, quien ya cegada por su sumisión aboga por su marido cuando esta a
solas con sus hijos, “Debemos tener paciencia, se le pasará”.
Sin embargo, la inconformidad ya esta tocando fondo, y Gabriel con sus
acciones también, el nulo contacto que sus hijos tienen con el mundo exterior
les impide conocer más, y conforme se desarrolla hombre y mujer, el apetito
sexual y la experimentación brotan como flores en primavera, situación que
orilla a Utopía y Porvenir a buscar cierta privacidad que encuentran en un
coche viejo que su padre guarda en el patio de la casa, en este claustrofóbico
espacio son sorprendidos in fraganti por Gabriel, la furia de este no se hizo
esperar, enjaula a Porvenir en las mazmorras durante varios días y a su hija la
reprimió a golpes, la encerró en un cuarto y le prohibió hablar durante las
comidas.
La situación en este momento comienza a salirse de las manos del
riguroso papá, sus arranques cada vez son más agresivos, la poca tolerancia que
tenía comienza a desaparecer, su irritabilidad, antes controlada por una
mitomanía desenfrenada (en algún momento Gabriel ofrece dinero a la hija de una
tendera para tener relaciones a lo que esta se niega, él ofendido le miente a
la madre de esta de habérsele insinuado, o una mejor, en un momento Utopía
descubre a su padre con un cuchillo intentando herir a su madre, cuando este
nota su presencia le arguye que era su madre la que intentaba quitarse la
vida), es sólo una de las muchas justificaciones que Gabriel tiene para
enfrentar su miseria, su vulgar expresión sociópata comparando a las ratas con
los hombres, su desfigurada idea de seguridad, su carente sentido de
responsabilidad, todas estas enfermedades psicológicas con las que su familia
ha tenido que vivir durante 18 años enclaustrados, encerrados con ese animal
supersticioso, su decadencia va acompañada del odio que Utopía le guarda luego
de que, según las trasnochadas ideas de su padre, ella coqueteó con un
inspector de salubridad que visitó la casa para ver las condiciones de higiene
en las que trabajan, en su frenesí tira y golpea a su hija con su cinturón,
también agarra y corta grandes mechones del cabello de esta dejándola tirada
con poco menos que su escaso orgullo; a pesar de haber padecido tan atroz
encuentro con el padre, toma la decisión de acusarlo con la policía orillando a
contemplar el desenlace de esta familia urbana en la prosperidad setentera.
Elegí hablar de la Gabriel y la casa como un solo, porque el inmueble
es una extensión de la persona, la primera sirve como espacio de confinamiento
para intentar mantener estable la seguridad emocional de la segunda, es por eso
que Gabriel buscaba dominar a su esposa e hijos a través del miedo a lo
desconocido, su inseguridad era tan grande como su aversión o despreció por las
mujeres, a las que sólo ve como objetos, sean reproductores, sustentadores o
sexuales, un hombre que esconde sus temores en su realidad inventada, en una
casa que funge como un palacio de arena que cada vez se desmorona más, que
utiliza la violencia como forma de solventar situaciones que escapan de su
control o voluntad, su mujer y sus hijos parecieran ser robots bajo las ordenes
de un capataz ciego con un látigo mortal, un hombre que lamentablemente existe,
en mayo o menor medida, pero lo hay, no podemos ser ajenos a nuestra triste
realidad plagada de feminicidios y demás situaciones atroces que muchas mujeres
tienen que soportar, provenientes de hombres como Gabriel que en una frase
resume todo su pesar:
“Las mujeres tienen la culpa de todo”
Sobre el autor: Empresario
cinéfilo, realizador “progresivo” de la imagen y de su construcción en movimiento.
Licenciado en ciencias de la comunicación, hecho que no ha sido impedimento
para aventurarse en proyectos que viven en sus pesadillas, en su estilo – cada
vez más propio- de lo que es el mundo; acuñado en la lectura, el cine, la
fotografía y en últimas fechas la novela gráfica (vale la pena revisar sus
análisis que van desde la cuadratura técnica a las bondades de la
significación). En resumen un hijo putativo de
Lynch defensor de la imagen, el “buen gusto” y de la creación voraz.
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