Para entender el desprecio a la
mujer, su señalamiento como responsable-culpable de las diversas afecciones que
ha padecido el hombre (dicho esto en estricto sentido de género), entiéndase en
primer lugar que las “molestias” que llegase a provocar, ajá, la mujer, siempre
se ven acompañadas por un irradiable sentido de bienestar, de necesidad, de
deseo, es paradójico pero “Sin ellas no seríamos nada”. Partamos de lo lógico,
de la lógica de la naturaleza, siempre sabía, siempre madre, arranquemos
entonces de esta última palabra que sigue siendo muy libre de la denotación y
causa efectivísima de la connotación para cualquier hombre del mundo
(occidental, oriental y sub terrenal).
La propiedad de los hombres
(fuera de géneros) designó en principio la valía de la mujer como “creadora de
vida”, Gynes dictaban los griegos, lo cual significa: “aquella que da la vida”,
es pertinente comprender que tal adjetivación no buscaba exaltar la que por
condición humana sería el triunfalismo de la mujer sobre cualquier desestimación;
la argumentación homerística de esto lleva de manera no muy oculta determinar
que la función de la mujer se reduce a eso precisamente “dadora de vida” y nada
más, el resto: pensamiento, creación, ingenio, sensibilidad (sic), cognición y
demás bondades humanas eran de uso-propiedad exclusiva de los varones.
Tenemos una antesala, El Génesis,
el mundo, las tierras, los mares, la noche y el día fueron creados por la mano
Dios (la original), en el sexto día decidió crear un algo que “encajase” en las
tan bondadosas creaciones, un ser que tuviese en principio la posibilidad
(inerte y pasiva) de acatar no solicitudes sino designios evocados al placer,
ajá, al disfrute, eso en tanto era la Tierra en aquella bendita ficción. El
descubrimiento de dicho mundo fue entonces tarea meritoria del hombre
(“creación perfecta”), parecía que hasta entonces en esos anacrónicos días el
hombre no logra sellarse en la felicidad eterna, necesitaba de algo que le
acompañase en su descubrimiento, que hiciera de sus risas, sus lamentos y
pasiones una realidad distinta.
Una acompañante que terminaría
siendo su compañía eterna, y vino ella: Lilith, la primera esposa de Adán, el
ensayo-error de lo femenino, Adán parecía satisfecho, emocionado en desmedida
me atrevería a decir, en el caso de Lilith no funcionaría, demasiada pasividad
en ese hombre, en sus manos y en su cercanía; un día decidió abandonarle, se
fue. Y allá entre demonios, miedos y culturas Lilith se hizo sirena, se hizo
arpía, bruja amante de los pesares del hombre. Entonces Adán tuvo una nueva
compañera, difícil sería que ésta le abandonase dado que era parte de él,
minúsculo componente óseo, su costilla.
Defectos le acompañaba, resultó
una hacedora de errores, la tentación en su impresionabilidad es acto mismo que
hizo de la mujer o al menos lo que
pensamos sobre ellas: unas hijas de la vulnerabilidad, de las tentaciones de la
carne que ellas mismas producen. Consolidándose entonces un menosprecio, un
odio, envidia en esa figura, no en lo orgánico sino precisamente en lo íntimo,
en la intimidad de su albedrio, en su poder mismo como creadora de vida (siendo
la madre que la recordase al hombre su primer tributo doctrinal).
Ella ahora fungiría entonces como
el pináculo mismo de la libertad. El hombre se vio en la necesidad de
desarticular esta concepción y precisó en lo que para ese momento cobraba
sentido en las relaciones humanas: el poder, el domino y la desestimación del
otro. Si bien el requerimiento era intrínseco en ambas partes (léase la
dependencia mutua), debía hacerse las cosas como Dios manda, y en el entendido
de que éste es “hombre” por ley el varón impondría las reglas, la relevancia de
los géneros y más adelante de los roles sociales.
¿Inferioridad filosófica? Sí,
Aristóteles es el primer misógino activo, decía y sostenía que la mujer a nivel
escala ocupaba un lugar por debajo del hombre, la mujer se le percibía como un
ser no pensante, sí sensible, amorosa pero siempre se dejó claro que la mujer
presentaba una insuficiencia; determinaríamos temerariamente que la postura de
Aristóteles respondía a la preferencia, al gusto por lo masculino. Ni hablar,
al final logró interiorizar esta
enseñanza en ambas partes. Lo menciono porque la responsabilidad del
desprecio es techo compartido, la mujer posibilita –no siempre- la indulgencia
del desprecio a su propia comunidad, considerando que de aquellas
interiorizaciones y enseñanzas fue acomodándose en una zona que, si bien le
hacía verse menor, al mismo tiempo le cubría en el manto de unas de las causas
mejor logradas en el sentido de las correspondencia de los otros, me refiero a
la victimización.
Revoluciones culturales vendrían,
antecediendo la participación en los sufragios, el poder de poder decidir, un
“basta” contundente “el sostén como una imposición, como una represión”,
lejanas analogías que se sobreentendieron y dieron como resultado la
mimetización: odio entre mujeres, odio entre mujeres y hombres, conclusión:
desprecio por la especie, desprecio por todo lo humano. Entonces ¿Es la
misoginia un miedo en conversión que nos hace desestimar por el miedo mismo a
ser desestimados, abandonados, engañados? ¿Es la misoginia, el machismo, el
sexismo una enseñanza facultativa de la
raza humana para diferenciar posicionamientos y niveles sociales? ¿O es una
invención más que nos permite realizar tesis sobre quién es mejor o peor en un
espacio que cada vez es menos habitable? Personalmente considero que es todo,
aunado el desamor consigo mismo, si odias, si desprecias, en principio debes
odiarte y despreciarte a ti mismo.
“Cuando nadie te quiera, cuando todos te olviden, volverás al camino
donde yo me quedé; volverás como todas
con el alma en pedazos a buscar en mis brazos un poquito de fe.”
José Alfredo Jiménez
… Un mezquino se atrevió a decir
que las mujeres eran de Venus mientras que los hombres eran de Marte, que forma
tan limitada de hacer o querer dar sentido a los cuerpos, sí, los celestes y
los humanos, aunque describe divergencias también en el sentido del carácter,
de los afectos y la adaptabilidad. Esto es
funcional en mentes cobijadas en los binomios: bueno o malo, negro o
blanco, papel o tijeras, pene y vagina, mujer y hombre…
Roberto Juanz: Psicólogo que discurre entre lo clínico, lo social, lo
cultural (le gusta el mote –autodenominado- de psicoanalista culturalista), por
tanto hijo no perecedero de la psicología Junguiana y forzado en los quehaceres
simbólicos y lingüísticos. Sus hobbies han definido su complicada y neurótica
personalidad: dibujante por herencia (mimetizador, no creador por el momento),
narrador, “escritor” y “ensayista” (fetichista de la cotidianidad, obsesivo del
inconsciente colectivo y visitante constante del onírico), lector asiduo-
enajenado del comic, la ciencia ficción, la prensa y de lecturitas libres (eso
sí bien selectivo, al menos eso dice). Disperso, ficcional pero no por ello
ausente de destellos, ya dirán.
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