La vanidad ayuda a
existir a quien, en esencia, no es nadie.
-Guillermo Fadanelli-.
El
mundo femenino es un tapiz plagado de infinidad de encantos, abismos, trampas y
múltiples aristas que invitan al paseante al arrojo, perdiéndolo en el laberinto de sus rutas. Pasamos de lo
abstracto a lo concreto y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer
y de una mujer a las mujeres. Ya decía Unamuno: el amor precede al
conocimiento, y éste mata a aquel.
Adentrarse en los bosques con
faldas es una aventura de la cual salimos irremediablemente amputados por algún
lugar. Dedos, brazos, orejas van quedando desperdigados en el transcurrir. Ser
adulto significa haber perdido algo; de lo contrario estaríamos hurgando en
círculos hasta el infinito, sin atrevernos a cruzar ese campo minado llamado
mujeres que seduce como pocos. Sin embargo, cuando el desencanto – ese incómodo inquilino- asoma la
cresta, no hay más remedio que patear el balde de los recuerdos carnales para
aliviar de apoco la zozobra que nos cobija, aparcados en estados que llegan a
rallar en la locura y el esperpento. Sin titubear creo y me atrevo a decir que
todos llevamos escondida bajo el sombrero nuestra lista de perplejidades y
desprecios.
“Hay una infeliz durmiendo
plácidamente en mi recámara. No se trata de una extraña, sino de una mujer que
ha vivido conmigo los dos últimos años de mi vida. No me sorprende, por
supuesto que no. Así como a otros les parece agradable el ver cómo una vaca se
va poniendo gorda o cómo a un árbol le van naciendo manzanas, a mí me seduce el
ver de qué forma se lo va llevando todo la chingada”. Así da inicio hojuelas
sobre la cama, relato inicial de ese abanico que lleva por nombre “Más alemán
que Hitler” de Guillermo Fadanelli. Cuentos que punzan y ladran por sí mismos, donde el ejercicio arrebatado,
desenfadado y sutil por parte del autor nos devela ese repudio/deseo antagónico
necesario que son las féminas para cada una de las historias y personajes que
habitan sus páginas; envueltos desde luego, en ese halo de descontento y
desdicha que suele ser en ocasiones la vida en pareja. Un manual para principiantes y doctos en el
tema.
Seguido por “Muebles, de un lugar
a otro”: actividades cotidianas que pesan como una losa y caen en el hartazgo
de quien observa a Tania empecinada moviendo de aquí para allá el paisaje de la
sala –según ella, para evitar la monotonía-. El protagonista la interrumpe de
tajo al ritmo de límite y tragos que terminan por enviarla a la lona, para que
éste le propine lo que se merece durante un par de horas en la cama tratándola
como vil objeto. Acto seguido regresa a la sala para quebrar uno de sus cuadros
favoritos con la consigna de que a la mañana siguiente producto de la resaca y
confusión Tania quede rendida a sus pies nuevamente y deje de seguir
insistiendo en sus inútiles cambios.
Por otro lado La virgen de la
buena leche nos instala en el cuarto de una puta a la que frecuenta constantemente su cliente
acompañado por su perro. Un cuadro de una fotografía de Araceli a los 10
años con dedicatoria de un reconocido
poeta “Las putas también nos vamos al cielo, sólo que no una vez, nos vamos
todas la noches” maravilla al visitante mientras la robusta Araceli está
prendada de su miembro a lengüetazos compartidos con el perro. Finiquitado el
asunto hurga entre sus bolsillos y deja algunos billetes arrugados no sin antes
decirle “Gracias mujer, te vas a ir al cielo”.
Fadanelli apunta en estos catorce
relatos que los persignados y cobardes suelen vivir ignorando esa otredad que
llevamos dentro y que se puede dinamitar en cualquier momento tomando como
anomalía necesaria una opinión o acción
descabellada a una “normalidad” institucionalizada. La atmósfera del libro es
la desesperanza, el repudio y la incomprensión del mundo femenino como sucede
en Más alemán que Hitler segundo relato que lleva el título final del compendio
donde el personaje ante la imposibilidad de entender cuando Irene reflexiona en
voz alta decide omitir sus opiniones sobre ella “Si Irene habla demasiado es
porque tiene miedo de los treinta y siete años recién cumplidos” “las mujeres
le ofrecen cuentas al espejo no a los hombres” y así termina en el asiento
giratorio de una barra tras la confesión Irenesca en la que había estado esa
misma tarde follando con alguien que no volvería a ver jamás, el personaje
reflexiona en el bar sobre lo sucedido: “mi mujer era más mía que nunca, y ese
día, ayer apenas, el más feliz de mi vida”.
Darse la vuelta en la literatura
de Fadanelli es una inmersión que si bien puede molestar a algunos (as), no
deja de ser un manjar para esos días en los que la sombra del desencanto nos
lleva por recovecos incendiarios. La medicina y el remedio pueden explotar en
carcajadas mientras la lectura avanza ¿denunciando? ¿Denigrando? No lo sé, pero
sí dejando constancia de ese hilo finísimo del que pendemos día tras día en nuestro contacto con
el mundo de las “damas” que tanto molestaba a Schopenhauer. Ganchos con los que
el lector debe enfrentarse, sacar sus conclusiones y estar atentos porque de lo
contrario corremos el riesgo de anularnos a nosotros mismos.
“Una
extraña manía me acosa en los últimos tiempos y es la de pensar que todas las mujeres ocultan algo muy grave
y que por lo tanto es mejor no averiguar ni molestarlas con preguntas. Creo que
ningún secreto masculino vale lo que uno femenino porque si este último pudiera
ser develado el mundo interrumpiría su marcha”.
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