La condición humana busca
generalmente —a modo de adaptabilidad e interpretación— la figuración del
ideal; uno de los constructos que sirven como defensa innata es precisamente la
idealización, configurándose del yo ideal al ideal comunitario. Es inevitable
apartarse de esta idea, el hombre lo ha hecho aun antes de haber conformado una
conciencia, su área de confort es —y será— el espacio ajeno a riesgos, teniendo
un propósito y función perecedera. La religión misma es una figura colectiva de
la idealización, es quizá una de las primeras representaciones utópicas (utopía
ejemplar, utopía popular, utopía del nuevo mundo, utopía socialista, etc.), y
es precisamente en esta conciencia religiosa en donde se determina una
perversidad de la figura armónica, al menos en un principio buscada.
Refiere Fromm la analogía del
paraíso judío cristiano como ejemplo de esto. La simplificación del pecado es
entendida entonces como el primer elemento de la auto conciencia, el libre
albedrío y por consecuente la decisión del hombre sobre el mundo; la armonía no
es la opción, ahora será definido por el control hacia éste, ”El mundo,
definido no por su idealización, sino por su destrucción”. Freud definiría ese
estadio como nuestra pulsión de muerte, nuestro Thánatos. Podemos hallar aquí
la función introspectiva de la distopía.
La distopía es a partir de la
colonización, el imperialismo y de la revolución industrial (sic) el
capitalismo. Podría ser ahora el conjunto de ambas, podría ser llamada
“tecnología y futuro”, pero al dictar esto correríamos el riesgo de caer en
pleonasmos y absolutismos patológicos; podríamos entenderle más desde la
condición de hibridación que tenemos para con la tecnología, pudiendo entender
así la función natural-techné de la distopía. La función de nuestra
antinaturaleza, que en palabras de Jung definiríamos como la represión de una
conciencia subjetiva, la cual se presentará o claudicará en una conciencia
colectiva, dando como resultado al hombre masa, ese que se define en
consecuencia al espíritu de una distopía.
La función y determinación de
ésta dependerá en gran medida del contexto socio-político, de la época que le
defina, aunque independiente de los tiempos y los sistemas de control: Estado,
monopolios, hegemonías, iglesia, etc. Será la proyección quien juegue un papel
definitivo en la (s) distopía (s), dado que la proyección sublima las pasiones
y tendencias del hombre, aquellas que repugna pero en las que tiene la
necesidad de solidificar, alejando de él la culpa y otorgándosela a otros —u
otras cosas— en figuración de desarrollo y progreso, ocultando realmente un
tumulto de violencia, autoritarismo y control.
Las conceptualizaciones del
racionalismo y la determinación del bienestar en otros serán diversas, aunque
bien tiene un origen único. Retomando la analogía expuesta por Fromm, esto
sería un espacio definido por lo indeseado, el antagonismo del bienestar y la
felicidad, el infierno es la figura distópica ejemplar y su función yace a
manera de arquetipo, es decir es arcaica,
reiterativa en la diversidad cultural, lo cual nos conduciría a esa
función de destrucción, de sufrimiento y malestar. La distopía se halla en
nuestro interior, en nuestro inconsciente, es algo que puede volverse en
nuestra contra y destruirnos; es su objetivo. Sin embargo es también la opción
a la reflexión, al análisis colectivo, a la ruptura de la pasividad ante la
manipulación política, mediática, cualquiera que fuese (es tangible, real), y
por ende a la acción, la acción de construir sobre ruinas. Eso sería el
carácter dubitativo y final de una distopía.
“Pero yo no quiero confort. Yo quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero peligro, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado.” A. Huxley
Roberto Juanz: Psicólogo que discurre entre lo clínico, lo social, lo
cultural (le gusta el mote –autodenominado- de psicoanalista culturalista), por
tanto hijo no perecedero de la psicología Junguiana y forzado en los quehaceres
simbólicos y lingüísticos. Sus hobbies han definido su complicada y neurótica
personalidad: dibujante por herencia (mimetizador, no creador por el momento),
narrador, “escritor” y “ensayista” (fetichista de la cotidianidad, obsesivo del
inconsciente colectivo y visitante constante del onírico), lector asiduo-
enajenado del comic, la ciencia ficción, la prensa y de lecturitas libres (eso
sí bien selectivo, al menos eso dice). Disperso, ficcional pero no por ello
ausente de destellos, ya dirán.
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