En el año 1997 dentro del marco
de la famosa Bienal de Venecia fue retirado el trabajo del artista polaco
Zbigniew Libera titulado “Lego, Concentration Camp”. Dicha obra perteneciente a
la serie “Dispositivos Correctivos” consistía en una edición de siete cajas de
tres juegos de Lego para construir campos de concentración en miniatura. Cada
una de las siete cajas de la serie de los juegos de Lego, mostraba, además, un
aspecto diferente de los campos de concentración: crematorios, reclusos
llevando un cadáver proveniente de las cámaras de gas, mini tanques que adornan
la entrada de un mini Auschwitz,
calaveras obtenidas del juego de Lego “Piratas” que aparecían tras
vallas electrificadas de los campos de concentración de juguete e incluso
presos marchando en línea dentro y fuera del campo.
Rediseñando los juguetes, en la
serie de “Dispositivos Correctivos”, Libera intentaba articular una protesta
clara contra la cultura polaca del consumismo que empezaba a gestarse
fuertemente en los años ochentas. Si antes un totalitarismo, como lo fue el
nacional socialismo, marcó la historia polaca; para finales de los años
ochentas lo que dominaba era la restitución de este sistema por otro
casi-totalitario dentro de la cultura
consumista. Auschwitz ha sido la gran distopía de Occidente proveniente de la
gran luz utópica europea. Tras la
promesa del progreso y los ideales ilustrados, al final del camino, aquel mundo
prometido nunca vio la luz y lo que se encontró fue la guerra y su destrucción.
Si la utopía idealista/nazista era tan perfecta fue precisamente porque en su
origen llevaba impregnado su final, o como lo dicta la misma Biblia, tras la
utopía deviene el apocalipsis.
“No habrá de repetirse” fue el
imperativo que se oía, ninguna barbarie tan ominosa como la de los campos de
concentración debía repetirse, ningún futuro tan distópico podría ser posible
después de Auschwitz. Tras el final de la guerra, la distopia es sacralizada,
el Holocausto deviene intocable y memorable, la memoria del horror de la guerra
tiene que tratarse con respeto. A Zbigniew Libera se le olvida lo sagrado del
Holocausto y frente al miedo de la repetición de aquel apocalipsis, se da
cuenta que se esconde una receta mucho peor de control y repetición, el
Holocausto queda en la memoria como algo del pasado, irrepetible, mientras que
la ideología que nos llevó a ello, se mantiene firme en otros dispositivos de
control (como lo es la propia proyección del futuro como utópico o distópico).
Frente a Auschwitz no hay utopía
que pueda ser engendrada ni una mayor distopía que la misma pesadilla de los
campos de concentración, no hay arte utópico ni distópico, el futuro del arte
se ha dibujado crítico en ese espacio, como bisagra entre la utopía y la
distopía, articulación crítica de la caída de los grandes sueños de Europa, no
respeto a lo memorial sino critica de una historia pasada que aún no ha sido
escrita. Pero el trabajo de Libera más que transgredir la memoria sagrada y
única del Holocausto, lo que hace es mostrar la posibilidad de su repetición,
enseña mucho más de él que los propios monumentos honrosos de las víctimas,
ironiza el genocidio para mostrar que los elementos de semejante atrocidad
existen dentro de nuestra civilización. Libera desacraliza el genocidio, como
menciona Stephen Feinstein, y entonces muestra que los elementos de un
holocausto potencial nos rodean, todo lo que falta es alguien que lo arme y que
le diga a los demás como usarlos.
Nadia Cortés: Mtra. en Filosofía
por la Universidad Complutense de Madrid, ha realizado estudios en el área de
historia del arte contemporáneo y actualmente se encuentra desarrollando su
tesis doctoral.
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