viernes, 14 de junio de 2013

DISTOPÍA PRESENTA: EL OLVIDO


“No existe el deber de recordar, sólo tenemos el derecho al olvido”
El elogio del amor de Jean- Luc Godard.

    El problema del olvido suscita una cierta ambivalencia fenomenológica. Por un lado, tenemos el rescate obsesivo de una gran gama de productos de la cultura popular (provenientes de diversas épocas), a través del  internet por acusar algo en la inmediatez. Lo que empezó siendo una moda retro se ha vuelto un estilo de vida y también una necesidad acuciante: la de recuperar un pasado en común. Sobre esa misma arista, la antropología aficionada, o la arqueología pop, busca en el hallazgo y en la compra de viejos objetos, el apaciguamiento de la marea interna de la nostalgia: viniles imposibles con su arte intacto, juguetes de una infancia soñada o imaginada, consolas o videojuegos de arcadia con aventuras sui generis y un sinfín de piezas más en un mercado de antigüedades ad hoc para explorar y devorar. Volviendo a lo digital: música descatalogada, cine y películas perdidas, libros en desuso, historietas, dibujos animados, imágenes icónicas, videos (VH1 es prácticamente un canal de los 80's) programas de tv en general, todo aquello que en algún momento hubo caído en el ostracismo, nuevamente vuelve a circular con viejos y nuevos seguidores.

No solo la infancia y la juventud se reconstruyen desde otra óptica, la historia misma de las artes se trastoca con nuevos exponentes que en su momento no fueron valorados, o en su defecto no tuvieron la oportunidad de ser conocidos más allá de sus fronteras. Vivimos entonces (en el aspecto de la añoranza), en los tiempos del Revival, incluso como ideología (los viejos ismos también vuelven a ponerse de moda y se reciclan). Personas y amistades también se recuperan gracias a las redes sociales (el amor sufre una reinvención con las fotografías del antes y el después). Nuestro mundo emocional no olvida (el olvido es naturaleza del hombre) y sin embargo a nivel político e histórico, nuestra memoria se vuelve cada día más endeble, en tanto que a nivel individual nos hace ver como seres desdibujados.

Del otro lado de la moneda, frente al diluvio de información y acontecimientos, tenemos una comprensión muy nula de la secuencia en la cual se presentan estos sucesos. Un evento sustituye velozmente al anterior, y debido a la rapidez en la que se intercalan, no hay  posibilidad de entender plenamente el significado de ambos en el mapa global. Y en cuanto a nosotros como espectadores, aguardamos el siguiente escándalo o la próxima tragedia al igual que un espectáculo de consumo más (infoentretenimiento o Reality Show). Tratamos las noticias como hechos aislados, nunca nos damos la oportunidad de explicarlas a fondo porque otra cuestión ya está ocupando su espacio en nuestro radar. Resultado, nuestra conciencia histórica e individual está en crisis permanente.

En consecuencia podemos reconocer el olvido en dos momentos: el olvido como un proceso natural, un filtro de nuestros pesares, de nuestra infinita e incesante gama de recuerdos, o como “analgésico” de propiedades “liberadoras”, intercambiables por memorias compartidas, ideales o en resultados de un olvido determina el no volver a mirar atrás.

En este número decidimos lo contrario, el equipo de colaboradores da un sentido pleno de la evocación. Roberto Juanz en sus Líneas Flotantes nos describe los pormenores en la naturaleza del olvido,  surcando de su desmedida e incontrolable arbitrariedad y contrariedad: “Olvidamos lo que no queremos olvidar y a la par olvidamos que queremos olvidar”. Para contrapuntear –aún más- recurre al desvanecimiento, la nada de la remembranza que  le define como la mandamás de lo que llamamos locura. Dos cosas no son prestas al olvido: el dolor y el amor nos dice, la simple simetría de la memoria. La propiedad del objeto como retrospección, como el requisito “terrenal” que nos avala en una creación de necesidades sobrevaloradas, de valor en sí mismo. 

José Huerta en su sección el Séptimo Sello nos detalla esto en un recorrido alegórico (videoclubes, consolas, cartuchos). Aludiendo la sincronización del tecne lúdico: del cartucho al cine (o viceversa en últimas fechas), concierto, acetatos, remasterización de películas son antes y ahora el futuro, son añoranza inscrita en el presente.

En la sección "Goodbye Cruel World" se nos plantea el cómo el mundo nos va olvidando y del como nosotros no olvidamos de él al morir; parece ser que el único sobreviviente en tal caducidad es el conocimiento, visto como una retransmisión absorbida por la realidad que no olvida. El ciberespacio como el referente de lo que somos, el mainstream como refractario de nuestros recuerdos, de lo que somos, la debilidad de la conciencia nostálgica, esto y más nos dice Hansel Toscano.

La recopilación como la garantía de lo vivido, el archivo como la confianza definitiva del pasado; aunque existen circunstancias que se niegan, se resisten a ser atesoradas, es entonces el derecho a la muerte de lo vivido, difícil tarea nos exhibe nuestra colaboradora Nadia Cortés en su sección "Bisagras" y lo contribuye diciendo los siguiente: “una obligación al olvido que implica un llamado a recordar de otras maneras, no un duelo posible atrapando y escondiendo lo que ya no está sino duelo imposible que nos haga recordar que el pasado siempre se está leyendo y reescribiendo nuevamente”. El olvido se construye en responsabilidad. 

Nuestro colaborador Pablo Sinhué da inicio a una de las sagas más delirantes que hasta este momento no se había escrito por el mero olvido, sin embargo él tuvo a bien el recordarle y contarle en “voz” de un grupo que de ganador no tiene nada, pero que de absurdo y delirante se escurre por todos lados. Adviertan el nacimiento de La Liga de Perdedores, les podemos apostar que no la podrán olvidar.

El olvido de las fechas y el apremio de la satisfacción, mientras que el yo se empolva en nuestro interior, por tanto pierden todo valor. Desafectados estamos y sin posibilidad alguna de recordarnos nos menciona Lorena nuestra colaboradora que se integra en este número con su sección llamada SPQR.

Cerrando Agustín Güiris nos describe la historia de un héroe musical olvidado (Cold Fact, Rodriguez). La historia de Rodriguez es una historia emotiva, en tanto que llega a conformarse en la emotividad de un  pueblo; 1970  es el año en el cual no sitúa nuestro colaborador para contarnos una historia que con seguridad atesoraremos; son de ese tipo de historias que te gustaría escuchar en cualquier tiempo y momento, además de hacernos ver que ni la posibilidad de la muerte llega a enterrar en totalidad un legado.

Habrán notada que no olvidamos y que del registro nos consumamos. Les invitamos una vez más a ser parte de estas remembranzas, parte del pasado en el que ahora mismo se sitúan, pasado al que le otorgamos en nuestras letras y en sus lecturas la imposibilidad alguna a la amnesia pandémica a la que burlaremos. Recordemos.


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