Cesación de la memoria que se
tenía. Cesación del afecto que se tenía. Descuido de algo que se debía tener
presente. Sí, atendiendo a las definiciones, efectivamente, vivimos en la
sociedad del olvido.
No tengamos en cuenta todos los
acontecimientos acaecidos en 1917, que culminaron con la instauración del
primer régimen socialista del mundo; hagámonos tontos con lo que sucedió en los
años veinte del siglo pasado; pasemos por alto lo que acaeció entre 1939 y
1945; borremos de la mente la Primavera del 68 (u otoño según qué casos);
centrémonos en lo más íntimo, lo más exclusivo que tenemos, en lo que debiera
ser la más preciosa de nuestras posesiones: el yo.
En estos tiempos que corren hemos
cesado del afecto al yo. Olvidamos las necesidades básicas del yo: cada vez
prestamos menos atención a lo que comemos, no importa de dónde venga; nos lo
echamos a la boca sin más. Lo importante es dejar de sentir hambre y hacerlo
rápido porque nos apremian. El descanso es algo relativo; sorprende saber que
en la sociedad del “bienestar” no se puede descansar; las ciudades nunca
duermen y sus habitantes, menos. ¿Qué pasa con la seguridad? Los mercados
económicos se mueven, quien tiene un trabajo, tiene un tesoro y en cualquier
momento puede ser robado, las “empresas” descuidan a sus empleados, solo les
interesan los beneficios; nuestras vidas corren peligro y ya no valen nada,
rápidamente se le puede poner fin sin motivo que lo explique. Nuestras
propiedades, efímeras, dejan de ser algo presente en la mentalidad del otro y pueden
ser violadas, tomadas por cualquiera. Abandonamos a nuestros amigos,
curiosamente, cuando más pegados deberíamos estar gracias a las nuevas
tecnologías y redes sociales, menos nos reunimos con ellos y peor es la calidad
en la relación; somos altamente desafectados.
Ya las relaciones sexuales dejan
de ser algo íntimo, se descuida hasta eso. En las generaciones actuales casi ni
importa con quién sino con cuántos. No importa la calidad, sino la cantidad y,
por supuesto, hacerlo público y evidente. No nos autorreconocemos, nos dejamos
pisotear por cualquiera con tal de ser aceptados, tener un trabajo, una
posición… No importa, lambisconear es lo
máximo. No existe el éxito, sino Televisa o poder fáctico de turno.
Estamos en tiempos sin memoria.
Nadie recuerda o sabe qué pasó con la moralidad, con la creatividad, con la
espontaneidad… Vivimos siendo marionetas de… ¿de quién? Ni nos planteamos los
hechos ni se nos ocurre resolver problemas porque nos hemos olvidado del YO. En
fin, como dijo Lichtenberg: “sobre esto, dejemos crecer la hierba”.
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