"La vida
de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el ensayo de un camino, el boceto
de un sendero."
Hermann Hesse
Navegar la vastedad cotidiana
con la impronta de un desagraviado o la “convicción” pueril del arquitecto de
nuestras vidas, son polos donde aparcamos constantemente, oscilando entre
cúmulos de decisiones y un sinfín de situaciones fuera de nuestro alcance. Sin
embargo, en la multiplicidad de posibilidades que el transcurrir nos arroja,
los accidentes hacen acto de presencia y se nos presentan como descalabros
donde podemos medir el termómetro de nuestra existencia.
Si bien podemos atribuirle a una colisión entre autos, trenes,
aviones, resbalones en la ducha, atropellamientos, ser madreados por algún
salvaje o borracheras que traen consigo hijos no deseados como accidentes
categóricos; también nos encontramos a diario -sin notarlo- con el reflejo de
nuestros actos, cuestionando tras bambalinas
si nuestro peregrinar es mero producto de la casualidad o una proteica
“actitud” a la Miguel Ángel Cornejo. Así como el distrito federal es la
imposibilidad de llegar siempre a tiempo, desde mi actual circunstancia,
confirmo que el amor es la ausencia que nos coloca en el lugar donde estamos
actualmente. Vivenciamos batallas perdidas desde el inicio.
Frente a Hipotermia percibo ese halo accidentado al interior de sus
cuentos. Álvaro Enrigue nos lleva por desplazamientos geográficos al puro ritmo
existencial mediante un vaivén bastante emotivo y gratificante, que va desde
afrentas con los hijos hasta el intercambio de fluidos corporales en un
carnaval de placeres al final de la lectura en “Retorno a la ciudad del ligue”.
En sus páginas encuentro una renovada forma de llevar la escritura a la
experiencia autoficcional en todas sus aristas. Mediante relatos cortos
aparentemente inconexos, el discurso va tejiendo escenarios donde la constante
es el desasosiego en sus personajes, aderezado con la incomprensión cabal de
sus destinos.
Ser extranjero en tierra de nadie, resulta ser espacio común para
quien o quienes nos encontramos lejos del terruño, tal como lo manejan éstas
breves líneas “No somos un imperio, ni
una república, ni una monarquía ni nada: cada quien para su santo porque nadie
quiere pertenecer al mundo de las segundas oportunidades. Somos lo que se
escurrió por las rendijas de la historia, una pura ambición sin compromisos
ulteriores, un amasijo de piratas. Somos gringos y nos urge una terapia
nacional. No se ría. Piénselo como una oportunidad de negocio y verá que tengo
razón.”
Hipotermia parte de la idea de estar y no estar en el presente
categórico. Comezón perpetua de la insatisfacción. En “Saliva” por ejemplo: un
oficinista venido a más derivado de montar a la esposa de un superior, dialoga
cerca de un año después con quien fuera su camarada de oficina en el comedor de
la empresa, narrando al compinche su travesía en el cochambroso escalafón. “…es un mensaje que se pasa con saliva,
contestó. Y te puso de hinojos, completó Malik levantándose de la mesa, y abrió
tu boca y dejó caer sobre tu lengua una gota de sus aguas sagradas. Es una
forma lírica de ponerlo. El Sirilanqués miró el reloj y dijo: No me tengo que
ir, pero de verdad no quiero escuchar más.”
El libro se desdobla en la incomodidad de la vida, el desarraigo, la
no pertenencia. Los personajes no conciben estar en paz con las condiciones de vida que exige nuestra
actualidad postmoderna. La sensación de hastío, de no estar en el lugar
correcto es casi claustrofóbica. Los cuentos de este compendio frecuentemente
tienen al padre y al hijo como protagonistas de las historia, como ocurre en
“La pluma de dumbo” cuando el hijo dinamita al padre con un intercambio de
verdades instalándolo a fumar como energúmeno sentado en la tasa del baño,
o en “Ultraje” al narrar la metamorfosis
de un camión recolector de basura en un barco pirata, producto de una foto del
National Geographic encontrada dentro de una bolsa. Este último un cuentazo por
donde se le vea.
Pasando por un electricista fracasado que se deleita espiando tras la
ventana el edificio de enfrente, el cual, es sorprendido por la voz al interior
del baño de un restorán en “Inodoro”. Cuentos en verdad desoladores como en
“Salida de la ciudad de los suicidas” donde un cocinero es invitado a un
concurso gastronómico en Lima convirtiendo la experiencia en una bitácora de
viaje bastante tristona y elocuente. En el apartado de grandes finales
encontramos a Tuone Odina el último de los dálmatas que es rescatado para vivir
en un museo en “Extinción del dálmata” y a Ishi un indio que nunca desenmascara
su nombre, él simplemente es un hombre en “Sobre la muerte del autor”. Darnos
un viaje por la literatura contemporánea Mexicana, es encontrar a Enrigue por
mero accidente cotidiano o curiosidad entre los estantes de la librería y
disfrutar del panorama que nos ofrece con la exquisitez de su trabajo.
"Es algo que hacía
desde niño: pretender que tengo una vida secreta a la que nadie se puede
asomar. Estoy como un ciego que sale en la Biblia: aunque se curó de la vista
tenía que fingir que no veía nada porque Jesucristo en persona se lo
ordenó."
Álvaro Enrigue
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