“Oh vosotros los que entráis, abandonad toda
esperanza"
Infierno, Canto III, sentencia 9
Dante Alighieri - La Divina Comedia
En un mundo que cada vez tiende a
tornarse más apocalíptico, preguntarse por la esperanza es ir a
contracorriente. Pero he aquí, que resignificarla es pensar lo posible… creer
lo imposible. Somos constructores de irrealidades y de mundos imaginarios, siempre
con la esperanza de resolver problemas y saber más acerca de nosotros. Siendo
así, nuestra aparición ha estado marcada por esa acuciante necesidad de moldear
nuestros sueños con la arcilla de la naturaleza. Cada momento que vivimos, cada
resplandor de belleza chocando en nuestra existencia, deja en nosotros un
fuerte deseo de seguir erigiendo la historia universal de nuestros avances. Por
ende, alborear en el horizonte del mañana, es mantener el ímpetu y la voluntad
de que suceda lo que suceda en la travesía de cualquier día, estaremos listos
para afrontarlo. Es la fe en nosotros mismos más allá de la entrega colectiva a
una sola persona o líder con el fin de que éste cambie nuestro porvenir.
¿Dónde yace entonces la
esperanza? Quizás justo ahí donde todo parece perdido o en aquel sitio donde
jamás pensamos llegar y hoy gracias a esa escalada -al igual que quienes nos
precedieron- seguimos creando sobre los hombros de gigantes. Y de este punto,
es saber que no hay límites y al mismo tiempo deontológicamente también
delinearlos. Esta debiera ser la única condición para evitar retroceder, el no
rebasar ciertas líneas que terminasen atentando contra nosotros mismos. Empero
¿Es esperanza actualmente la técnica o su aplicación a la tecnología? Difícil
es no obviar las significaciones sociales depositadas en este corpus de conocimientos. Volvemos a
creer en ellas una y otra vez pues desde siempre han estado configuradas con el
augurio de una posterioridad utópica. Y a pesar de ello, en la mayoría de los
casos todo ha quedado trunco dando paso en consecuencia, a la égida del dominio
económico o a la simple lucha por la hegemonía (carrera armamentística,
inestabilidad financiera, concentración de riqueza o escases de recursos, el
Big Brother Orwelliano, medio ambiente en declive, etc.). Pareciera por lo
tanto que intentamos solucionar/compensar con nuevas invenciones los desajustes
que nosotros mismos provocamos.
¿Cuál es entonces la intención
subyacente? Acaso trate de la esperanza en humanizarnos y lograr así el equilibrio
sobre una racionalidad instrumental de pura explotación: luchamos contra
nosotros mismos, contra la temible autoinmolación. Por consiguiente, es
percatarnos de la probabilidad de rebasar un punto de no retorno, donde ni
todas nuestras teorías unificadas o una ciencia mayor pudieran ser suficientes
para salvarnos –una vez más- de nosotros mismos. Bajo esta óptica es
comprensible el no alojar siquiera una fe aceptable en el devenir humano. Hay
un sentir de tiempo final en el cual la dinámica social oscila entre la
anestesia colectiva o la sobreexcitación de las emociones, todo con el objeto
de sobrellevar un instante de nulas certezas. Es una era de… nada.
Experimentamos una ilusión de movimiento, de un planeta unificado –aunque sea
sólo a través del ciberespacio- de un continuum
de acontecimientos en apariencia importantes, de cambios neurálgicos para
arribar probablemente: a nada. Y es así porque nuestra esperanza está situada
en un imaginario erróneo o en lo efímero de promesas quiméricas.
Esta es la pregunta ¿En qué creer
hoy en día? ¿Dónde depositar nuestra esperanza… de nuevo? Ante tal
cuestionamiento, es oportuna una especie de digresión. Individualmente, es
requisito para resolver un problema crítico el poseer un espíritu fuerte. Es el
impulso interior de no caer en la desesperación y convertir el reto en una
cuestión de orgullo personal. Se podrá tener inteligencia o perspicacia, pero
sin un espíritu fuerte no hay esperanza y por lo tanto, se carece de una
proyección hacia una solución (dejamos que el mundo se clausure). Así entonces,
la esperanza es, a pesar de los reveses mantener la convicción en que tarde o
temprano habrá de encontrarse la salida. En nuestro contexto, sentimos el
estremecimiento colectivo que a veces se canaliza y otras degenera en revuelta.
Como se mencionó líneas arriba, es la búsqueda del equilibrio de las fuerzas,
el reencauzar cierto sentido social de un sistema muy injusto y poco benéfico.
El espíritu fuerte hace acto de presencia en varias partes del orbe aunque también
en muchas ocasiones son llamas que se extinguen rápidamente. El fuego amenaza
con crear un incendio pero al mismo tiempo se transforma en un faro capaz de
guiar a otras alternativas posibles. Las ideas circulando son el aliciente de
la imaginación que señala a la esperanza como algo más que el slogan de un
refresco en una campaña publicitaria o política.
Tener esperanza a nivel
planetario es por consecuencia, un asunto tanto inocente como realista,
ficticio o admisible. No tenemos la última palabra aun entre múltiples sucesos
desesperanzadores. Podemos concluir indicando la característica más esencial en
la esperanza, su exigencia de suelo firme. Una tierra en plena armonía jamás
podría realizarse, por ende, decir en contraparte creo en el equilibrio y el
balance es mucho más consiente y positivo para la igualdad en todos los
niveles. Seguir colocando nuestra fe de un futuro idílico en golosinas
tecno-comunicativas nos distrae del verdadero espacio donde debemos ubicar
tales esperanzas: en nosotros mismos y en aquello que somos capaces de lograr,
incluso, modificar el curso a la fatalidad. Sirva pues esta idea, de aporte
para configurar una nueva visión del futuro, aunque sepamos que la esperanza
siendo propia de los espíritus fuertes, no abarca a la mayoría de los hombres y
mucho menos a quienes carecen de la actitud y las aptitudes para llevar a cabo
su personal redención.
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