jueves, 14 de agosto de 2014

DE LOS ESPÍRITUS FUERTES


“Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza"
Infierno, Canto III, sentencia 9
Dante Alighieri - La Divina Comedia

En un mundo que cada vez tiende a tornarse más apocalíptico, preguntarse por la esperanza es ir a contracorriente. Pero he aquí, que resignificarla es pensar lo posible… creer lo imposible. Somos constructores de irrealidades y de mundos imaginarios, siempre con la esperanza de resolver problemas y saber más acerca de nosotros. Siendo así, nuestra aparición ha estado marcada por esa acuciante necesidad de moldear nuestros sueños con la arcilla de la naturaleza. Cada momento que vivimos, cada resplandor de belleza chocando en nuestra existencia, deja en nosotros un fuerte deseo de seguir erigiendo la historia universal de nuestros avances. Por ende, alborear en el horizonte del mañana, es mantener el ímpetu y la voluntad de que suceda lo que suceda en la travesía de cualquier día, estaremos listos para afrontarlo. Es la fe en nosotros mismos más allá de la entrega colectiva a una sola persona o líder con el fin de que éste cambie nuestro porvenir.

¿Dónde yace entonces la esperanza? Quizás justo ahí donde todo parece perdido o en aquel sitio donde jamás pensamos llegar y hoy gracias a esa escalada -al igual que quienes nos precedieron- seguimos creando sobre los hombros de gigantes. Y de este punto, es saber que no hay límites y al mismo tiempo deontológicamente también delinearlos. Esta debiera ser la única condición para evitar retroceder, el no rebasar ciertas líneas que terminasen atentando contra nosotros mismos. Empero ¿Es esperanza actualmente la técnica o su aplicación a la tecnología? Difícil es no obviar las significaciones sociales depositadas en este corpus de conocimientos. Volvemos a creer en ellas una y otra vez pues desde siempre han estado configuradas con el augurio de una posterioridad utópica. Y a pesar de ello, en la mayoría de los casos todo ha quedado trunco dando paso en consecuencia, a la égida del dominio económico o a la simple lucha por la hegemonía (carrera armamentística, inestabilidad financiera, concentración de riqueza o escases de recursos, el Big Brother Orwelliano, medio ambiente en declive, etc.). Pareciera por lo tanto que intentamos solucionar/compensar con nuevas invenciones los desajustes que nosotros mismos provocamos.

¿Cuál es entonces la intención subyacente? Acaso trate de la esperanza en humanizarnos y lograr así el equilibrio sobre una racionalidad instrumental de pura explotación: luchamos contra nosotros mismos, contra la temible autoinmolación. Por consiguiente, es percatarnos de la probabilidad de rebasar un punto de no retorno, donde ni todas nuestras teorías unificadas o una ciencia mayor pudieran ser suficientes para salvarnos –una vez más- de nosotros mismos. Bajo esta óptica es comprensible el no alojar siquiera una fe aceptable en el devenir humano. Hay un sentir de tiempo final en el cual la dinámica social oscila entre la anestesia colectiva o la sobreexcitación de las emociones, todo con el objeto de sobrellevar un instante de nulas certezas. Es una era de… nada. Experimentamos una ilusión de movimiento, de un planeta unificado –aunque sea sólo a través del ciberespacio- de un continuum de acontecimientos en apariencia importantes, de cambios neurálgicos para arribar probablemente: a nada. Y es así porque nuestra esperanza está situada en un imaginario erróneo o en lo efímero de promesas quiméricas.

Esta es la pregunta ¿En qué creer hoy en día? ¿Dónde depositar nuestra esperanza… de nuevo? Ante tal cuestionamiento, es oportuna una especie de digresión. Individualmente, es requisito para resolver un problema crítico el poseer un espíritu fuerte. Es el impulso interior de no caer en la desesperación y convertir el reto en una cuestión de orgullo personal. Se podrá tener inteligencia o perspicacia, pero sin un espíritu fuerte no hay esperanza y por lo tanto, se carece de una proyección hacia una solución (dejamos que el mundo se clausure). Así entonces, la esperanza es, a pesar de los reveses mantener la convicción en que tarde o temprano habrá de encontrarse la salida. En nuestro contexto, sentimos el estremecimiento colectivo que a veces se canaliza y otras degenera en revuelta. Como se mencionó líneas arriba, es la búsqueda del equilibrio de las fuerzas, el reencauzar cierto sentido social de un sistema muy injusto y poco benéfico. El espíritu fuerte hace acto de presencia en varias partes del orbe aunque también en muchas ocasiones son llamas que se extinguen rápidamente. El fuego amenaza con crear un incendio pero al mismo tiempo se transforma en un faro capaz de guiar a otras alternativas posibles. Las ideas circulando son el aliciente de la imaginación que señala a la esperanza como algo más que el slogan de un refresco en una campaña publicitaria o política.

Tener esperanza a nivel planetario es por consecuencia, un asunto tanto inocente como realista, ficticio o admisible. No tenemos la última palabra aun entre múltiples sucesos desesperanzadores. Podemos concluir indicando la característica más esencial en la esperanza, su exigencia de suelo firme. Una tierra en plena armonía jamás podría realizarse, por ende, decir en contraparte creo en el equilibrio y el balance es mucho más consiente y positivo para la igualdad en todos los niveles. Seguir colocando nuestra fe de un futuro idílico en golosinas tecno-comunicativas nos distrae del verdadero espacio donde debemos ubicar tales esperanzas: en nosotros mismos y en aquello que somos capaces de lograr, incluso, modificar el curso a la fatalidad. Sirva pues esta idea, de aporte para configurar una nueva visión del futuro, aunque sepamos que la esperanza siendo propia de los espíritus fuertes, no abarca a la mayoría de los hombres y mucho menos a quienes carecen de la actitud y las aptitudes para llevar a cabo su personal redención. 

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