“Sólo se puede leer
para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vida que ilumina a nadie
más”
Harold Bloom
Entre susurros, las
posibilidades se abren paso con el inicio de un nuevo ciclo. Idas y venidas
entre dolores, placeres, desvelos, desatinos y victorias quedan atrás, para
cabalgar de nueva cuenta otro cúmulo de experiencias a contrarreloj. Sin
embargo, esta noche cual topo, me resguardo en mi cápsula personal ausente del
alucine perpetuo que es el Distrito Federal y aprovecho el espacio para
permanecer en la intemporalidad del presente.
Por mucho tiempo consideré que beber en soledad simulaba un deporte de
extrema cobardía y desdicha. Las cofradías amortiguan las caídas. Hoy, mientras
contemplo una cana caer en el teclado del ordenador, acepto que envejezco y doy
cuenta que todo este tiempo estuve equivocado. Beber en solitario fragmenta el
pensamiento, reconcilia fantasmas, prende infiernos, resucita arrumacos e
ilumina escenarios colocándote de bruces en el espejo de tus naderías y
posibilidades. Medida etílica y justa para temperamentos altisonantes.
Mientras sirvo otra copa de ron para mirar el mundo a través de la
pantalla, confirmo que un clic, es la
posibilidad de horrorizarte o maravillarte a cada instante. No hay vacuna hoy
en día para no considerarse un voyerista profesional o lo que sea que eso
signifique, bien mencionara Serna “ahora rige nuestras vidas una voluble
asamblea de espectros”. Al otro lado de la acera: el “progreso”, el marketing y
el ganar-ganar -eslogan perverso y de una majadería monumental- siguen haciendo
de las suyas entre discursos torcidos por parte de economistas, gobernantes, y
empresarios consumados en sus laureles a costa del resto.
En respuesta a incontables vejaciones sociales, donde la orfandad
permea un gran número de estados anímicos, surge en mi interior esa comezón
constante, moneda corriente que el grueso de la población albergamos: la
esperanza. ¿Cómo concebir la esperanza en una sociedad que se despeña a cuenta
gotas? Donde la actividad más simple, como el desplazarse por las ciudades se
vuelve en un safari temerario día con día, sin dejar de lado, el sin fin de
peripecias que experimentamos para darle un sentido a nuestra estadía por el
globo.
“Esta noche no es nuestra, será oscura y falsa como todas” releo la
sentencia que tuvo a bien tatuar Fadanelli en un ejemplar que conservo en el librero
y la memoria, producto de aquella noche en una pulquería de insurgentes. Sin
titubear regreso de nueva cuenta a ese conjunto de ensayos que dan vida a El idealista y el perro.
Trabajo que invita a desmenuzar nuestra
contemporaneidad, atrapados en una sociedad caracterizada por la gente que no
piensa por sí misma, recargada en ese gran espacio común: primero la cago, ya
después veo. Rebeldía y reflexión como propósitos de la literatura, son puntos
donde podemos aparcar infinidad de lectores para hacerle frente a la
cotidianidad que nos incendia. Al menos algo de eco podemos encontrar en
nuestras lecturas.
Al caminar sus páginas me queda claro que podemos y debemos hacer uso
de la conversación para edificar a
través de la discusión de ideas y dudas nuevos horizontes, es decir, crear una
casa dentro de otra casa, en palabras
del autor “eso sería una liberación”. La
columna vertebral de estos ensayos no es la de convertirse en un profeta de su
tiempo, más bien, son dardos lacerantes producto del disciplinado arte de observar lo
cotidiano para darle forma a una opinión digna de tomar en cuenta.
“En la actualidad no necesitamos más escritores, sino un regimiento de
buenos lectores que luchen contra su propia brutalidad e ignorancia” menciona
en un apartado. La estimulación de la imaginación por medio de la lectura
ordena el pensamiento, Pessoa dice que uno escribe para hacer real la vida
porque la vida cotidiana es tan compleja, tan injusta que parecería que somos
una alucinación. Sugerir un camino, considero,
es la forma más noble de mostrarnos la complejidad del abanico de situaciones a las que nos
enfrentamos a diario y de esto va el libro, de abrir nuevas brechas para darle
otros matices a nuestra experiencia allá afuera. Los líderes y su ánimo religioso
propio de algunas personas me causan gran perturbación, porque no podemos
depender de una persona y de sus humores para trazarnos un camino, ya
suficiente tenemos con la vastedad de intrépidos vaqueros que sacan provecho
del arreo de las manadas indefensas.
El instinto y el vagar sin puerto aparente, son las bases en las que se solidifica este compendio de minuciosos
ensayos que van desde una inmersión a la costumbre, el fanatismo deportivo,
paseo en fondas, el placer, la soltería, las mujeres, la brevedad de la vida,
la pedantería entre otros puntos de interés para la retina que podemos
encontrar mientras habitamos sus páginas. Leer la opinión de este paladín del
pesimismo, es un ejercicio recalcitrante que nos abre la posibilidad de
encontrar otros mundos y otras voces para dar inicio a una de las batallas más
temerarias de nuestros días: la de ofrecernos una esperanza no como actitud
sino como una pulsión íntima a partir del conocimiento y la generación de una
opinión propia de las cosas y si acaso vivenciar la comprensión de uno mismo y
del género humano.
La experiencia
literaria es, en mi opinión, uno de los medios de conocimiento más profundos
que tiene el hombre en sus manos, una experiencia en la actualidad cada vez más
despreciada.
Guillermo Fadanelli
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