Memento mori, ars mori. ¿Vida eterna?
¿Una existencia indefinida que engañe a la muerte? Eso es una condena a cadena
perpetua; lejos de ser una respuesta al miedo que supone la pérdida de la vida.
Desde el mismo momento en que nacemos, caminamos hacia la muerte. El destino
del ser humano no es otro que morir. ¿Qué sentido tiene aferrarse a una vida
que no nos ofrece más que miserias y dolores? ¿Por qué querer permanecer en
este mundo? La muerte es un acto liberador: ya no hay hambre, dolor, angustia,
hastío, inconformidad, necesidades… todo se desvanece. Acaso, ¿es mejor la idea
de permanecer en este mundo cada vez más injusto, cada vez más sucio y cada vez
más corrupto a enfrentarse a lo desconocido? Borges decía: «No tengo miedo a la
muerte. He visto morir a muchas personas. Pero tengo miedo a la inmortalidad.
Estoy cansado de ser Borges. » [Borges 1981; cf. Stewart 1993]
Realmente, se me hace repugnante
la idea de vivir por siempre jamás. ¿Puede nuestro cuerpo resistirlo? Envejece,
se desgasta y degrada. ¿En qué condiciones se supone que debemos llegar hasta
el fin de los días del universo?¿Habrá la Ciencia descubierto nuevos planetas y
universos en donde habitar o, curiosamente, moriremos a pesar de ser
“inmortales” porque no hay en dónde estar?
No obstante, quizás sería
recomendable hablar de la idea relativa de la inmortalidad. Me explico. Nuestro
cuerpo sí fallece, pero no nuestra idea, nuestra esencia (llámalo alma, si
gustas). Permanecemos vivos gracias al recuerdo que de nosotros guardan
nuestros allegados. Nuestra esencia remanece viva, nuestra voluntad ahí queda,
somos divinidades en miniatura, por ello, inmortales.
Desde la noche de los tiempos, la
inmortalidad está a debate: muerte física versus muerte del yo. Obviamente, son
planteamientos opuestos uno es la inmortalidad de la vida, el otro de la
supervivencia del “yo”. ¿Se alcanza la inmortalidad pasando a la Historia? ¿La
Historia de quién? Siempre escriben la Historia los vencedores, jamás los
vencidos. Sólo se pasa a la Historia a través de los intereses de los que
rigen. Si no se está de ese lado, ¿de qué sirve haber combatido, haber inventado,
haber descubierto? En definitiva, ¿de qué sirve haber trascendido si nadie lo
recuerda? La inmortalidad está al alcance de todos o de ninguno; todo depende
del prisma desde el que se observe. Por mi parte, dejadme morir y dejadme en
paz; que nadie me recuerde, que de mí no se hable. Me gusta ser mortal.
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