lunes, 13 de enero de 2014

CEREAL QUILER'S


Acerca de la locura en los individuos que asesinan sistemáticamente.

La percepción generalizada que se tiene de aquellos individuos que arrebatan la vida a más de dos personas de manera sistemática es que son unos dementes; así de simple. Ya sea por móviles de carácter económico, sexual o patológico. Ya sea el sicario del narco, el padre que en un arrebato elimina a toda su familia de golpe, el violador que asesina a sus víctimas para no ser denunciado. Lo políticamente correcto es que son “enfermos”, “degenerados” o simplemente “psicópatas”.

Quienes se adentran de un modo menos superficial (ni siquiera profundamente) a la verdadera clasificación criminóloga de quienes comenten estos delitos se darán rápidamente cuenta que no hay nada más alejado de la realidad que tachar a todos estos sujetos como “loquitos”; la conducta de cada uno de ellos está relacionada estrechamente a sus vivencias personales, traumas y su manera de procesarlos, el ambiente social en el que crece y su propia percepción de sí mismo. Así, un menor que sufre abusos sexuales, abandono y maltrato puede potencialmente convertirse en un depredador en su etapa adulta… o no. Llamémoslo libre albedrio o simplemente veámoslo como la manera en que cada ente asimila su grado de victimización o el deseo de venganza en el futuro e incluso factores como el abuso de sustancias o la verdadera patología cerebral.

Es importante que distingamos en los términos asesino “psicópata” y asesino “psicótico”.  Seres que en medio de un ataque de esquizofrenia, en pleno brote, al tener alucinaciones visuales o auditivas, terminan asesinando de manera inconsciente, ya que con quien realmente quieren acabar es con un enemigo mortal que sólo existe en su mente. Este es en todo caso el “enfermo” que para fines prácticos es conocido como Spree Killer, quienes en medio de un frenesí y de golpe acaban con la vida de más de dos sujetos. Casos como el del famoso asesino de la torre de la Universidad de Texas, Charles Whitman, veterano de guerra, quien en medio de un brote, acabó con la vida de su esposa y madre para luego subir con un pequeño arsenal a la torre del campus en Austin de la UT para disparar al azar contra las personas que se encontraban deambulando por ahí.

Después de ser abatido por fuerzas policiales y al practicársele la autopsia, se comprobó que padecía de malformaciones cerebrales en sus lóbulos que le habían hecho enloquecer al grado de acabar con la gente que pudiese. Este caso es ejemplar para el estudio de quienes sí están enfermos de su mente y finalmente pudiesen ser víctimas de su misma enfermedad, llevando, de paso, a otras personas a su propio infierno mental.

Pero ¿qué pasa con sujetos como Joaquín “Ximo” Ferrandiz, quien durante un par de años sembró el terror en la ciudad valenciana de Castellón de la Plana, España quitando la vida a chicas de cabello negro y largo, siempre estrangulándolas después de haberlas abusado sexualmente? No fue sino hasta el homicidio de una joven maestra universitaria,  y hasta intentar “levantar” a otra alumna de la Universidad Jaume I, quien se pudo dar a la fuga (después de haberle aflojado las tuercas de sus neumáticos y de haber provocado que ésta se accidentara) y dando aviso a las autoridades quienes empezaron a investigarlo para finalmente acusarlo y recluirlo por el asesinato de cuatro prostitutas previas y la maestra antes referida.

Joaquín fue examinado y no se halló en su cerebro ningún tipo de tumor, malformación o enfermedad. En los exámenes psiquiátricos y en su historial clínico, familiar y personal salió ser un hombre “normal”; sin abusos durante su infancia, ni maltratos, ni traumas. Era bien parecido, tenía novia y ninguna dificultad para relacionarse con los demás, no bebía, no consumía enervantes. Simplemente sentía deseos por violar o asesinar a mujeres jóvenes a quienes no hubiese sido difícil llegar a ellas.

¿Cómo clasificar de enfermo a quien en pleno uso de sus facultades mentales realiza estos actos? Así el “estrangulador” de Castellón o el Ted Bundy ibérico fue condenado no a una institución mental, sino a la cárcel de Zamora, lugar donde se pudre actualmente sin tener o dar una explicación para sus actividades asesinas. Este asesino psicópata salía a cazar víctimas como si fuese de safari por África, con la misma sangre fría, pero sin el menor signo de perturbación mental. ¿Nos encontramos aquí ante un “loquito” o ante un verdadero monstruo humano? Es aquí donde la locura en su acepción más amplia es discutible como diagnóstico simple y llano.

(El autor es lector empedernido de revistas Alarma! y coleccionista y lector de libros; sobretodo, de temas criminológicos. Cursó estudios de posgrado en Seguridad, Crisis y Emergencia en Madrid, España; tiene gastritis y muy mala leche, a veces. Además de ser director del semanario político Veranews y maistro de Derecho en la Universidad de Xalapa).


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