Acerca de la locura en los
individuos que asesinan sistemáticamente.
La percepción generalizada que se
tiene de aquellos individuos que arrebatan la vida a más de dos personas de
manera sistemática es que son unos dementes; así de simple. Ya sea por móviles
de carácter económico, sexual o patológico. Ya sea el sicario del narco, el
padre que en un arrebato elimina a toda su familia de golpe, el violador que
asesina a sus víctimas para no ser denunciado. Lo políticamente correcto es que
son “enfermos”, “degenerados” o simplemente “psicópatas”.
Quienes se adentran de un modo
menos superficial (ni siquiera profundamente) a la verdadera clasificación
criminóloga de quienes comenten estos delitos se darán rápidamente cuenta que
no hay nada más alejado de la realidad que tachar a todos estos sujetos como
“loquitos”; la conducta de cada uno de ellos está relacionada estrechamente a
sus vivencias personales, traumas y su manera de procesarlos, el ambiente
social en el que crece y su propia percepción de sí mismo. Así, un menor que
sufre abusos sexuales, abandono y maltrato puede potencialmente convertirse en
un depredador en su etapa adulta… o no. Llamémoslo libre albedrio o simplemente
veámoslo como la manera en que cada ente asimila su grado de victimización o el
deseo de venganza en el futuro e incluso factores como el abuso de sustancias o
la verdadera patología cerebral.
Es importante que distingamos en
los términos asesino “psicópata” y asesino “psicótico”. Seres que en medio de un ataque de
esquizofrenia, en pleno brote, al tener alucinaciones visuales o auditivas,
terminan asesinando de manera inconsciente, ya que con quien realmente quieren
acabar es con un enemigo mortal que sólo existe en su mente. Este es en todo
caso el “enfermo” que para fines prácticos es conocido como Spree Killer,
quienes en medio de un frenesí y de golpe acaban con la vida de más de dos
sujetos. Casos como el del famoso asesino de la torre de la Universidad de
Texas, Charles Whitman, veterano de guerra, quien en medio de un brote, acabó
con la vida de su esposa y madre para luego subir con un pequeño arsenal a la
torre del campus en Austin de la UT para disparar al azar contra las personas
que se encontraban deambulando por ahí.
Después de ser abatido por
fuerzas policiales y al practicársele la autopsia, se comprobó que padecía de
malformaciones cerebrales en sus lóbulos que le habían hecho
enloquecer al grado de acabar con la gente que pudiese. Este caso es ejemplar
para el estudio de quienes sí están enfermos de su mente y finalmente pudiesen
ser víctimas de su misma enfermedad, llevando, de paso, a otras personas a su propio
infierno mental.
Pero ¿qué pasa con sujetos como
Joaquín “Ximo” Ferrandiz, quien durante un par de años sembró el terror en la
ciudad valenciana de Castellón de la Plana, España quitando la vida a chicas de
cabello negro y largo, siempre estrangulándolas después de haberlas abusado
sexualmente? No fue sino hasta el homicidio de una joven maestra
universitaria, y hasta intentar
“levantar” a otra alumna de la Universidad Jaume I, quien se pudo dar a la fuga
(después de haberle aflojado las tuercas de sus neumáticos y de haber provocado
que ésta se accidentara) y dando aviso a las autoridades quienes empezaron a
investigarlo para finalmente acusarlo y recluirlo por el asesinato de cuatro
prostitutas previas y la maestra antes referida.
Joaquín fue examinado y no se
halló en su cerebro ningún tipo de tumor, malformación o enfermedad. En los
exámenes psiquiátricos y en su historial clínico, familiar y personal salió ser
un hombre “normal”; sin abusos durante su infancia, ni maltratos, ni traumas.
Era bien parecido, tenía novia y ninguna dificultad para relacionarse con los
demás, no bebía, no consumía enervantes. Simplemente sentía deseos por violar o
asesinar a mujeres jóvenes a quienes no hubiese sido difícil llegar a ellas.
¿Cómo clasificar de enfermo a
quien en pleno uso de sus facultades mentales realiza estos actos? Así el
“estrangulador” de Castellón o el Ted Bundy ibérico fue condenado no a una
institución mental, sino a la cárcel de Zamora, lugar donde se pudre
actualmente sin tener o dar una explicación para sus actividades asesinas. Este
asesino psicópata salía a cazar víctimas como si fuese de safari por África,
con la misma sangre fría, pero sin el menor signo de perturbación mental. ¿Nos
encontramos aquí ante un “loquito” o ante un verdadero monstruo humano? Es aquí
donde la locura en su acepción más amplia es discutible como diagnóstico simple
y llano.
(El autor es lector empedernido
de revistas Alarma! y coleccionista y lector de libros; sobretodo, de temas
criminológicos. Cursó estudios de posgrado en Seguridad, Crisis y Emergencia en
Madrid, España; tiene gastritis y muy mala leche, a veces. Además de ser
director del semanario político Veranews y maistro de Derecho en la Universidad
de Xalapa).
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