Hace unos años
Ashley Crawford es el ícono de la moda actual. No hay prenda de
renombrado diseñador que no haya modelado, ni perfume, automóvil o producto de
internacional fama que no haya peleado por su exclusividad comercial como su
rostro representante. Para Ashley Crawford el dinero no es problema, tampoco le
es negado el hombre que ella guste. Regalos, comida, drogas, sexo, en
abundancia y exceso es lo que adorna su mundo. Ashley Crawford es una mujer
aburrida.
En los círculos en los que se
mueve no es extraño encontrarse mentes extravagantes, en el hastío del delirio
provocado por similares excesos y con los que se identifica. Así, de una
invitación a otra, explora las cavidades más oscuras del aparato mediatizado,
ése que surte el engranaje básico para que la maquinaria automatizada que es la
industria del espectáculo, la política y la riqueza (porque la riqueza en sí,
es un negocio), ande con eficiencia y destacada puntualidad en el desequilibrio
de las luchas de clases, la estupidez autoinducida por drogas sintéticas,
naturales y aderezada por la cultura voyeur del reality show, la información de
velocidad luz inyectada en venas de fibra óptica, adelantando el futuro con el
chip de nanoelectrodos que darán a la humanidad su canal favorito con sólo un
parpadeo y, para las masas intelectuales, lo mismo pero en la evolución
hiperbólica de la comunicación de sus pretenciosas cabezas con lo último en
redes sociales, donde podrán expresar su sapiencia rascuache y sus escritos
pseudoartísticos, activando la alienación de la que se pretenden ausentes,
convirtiéndose tan absortos y sumisos en su Twitter y Facebook, como los
obreros de la generalización de ideas masiva de la televisión.
Ashley Crawford ve este mundo y
quiere formar parte de él. Pero no, no lo hará.- “Esto que ves es nada, Ashley” – le susurran al oído – “esto que ves siempre ha estado ahí, estamos
por pasar al siguiente gran paso” – Ashley sostiene una copa de absenta con
el aderezo de girasoles polinizados por una especie alterada genéticamente de
abeja, que, en resumen, da tres cuartos más potencia y funciona como
defibirilador al término de una onza de líquido alcohólico. “el futuro de la cultura de occidente se
construye a cada respiro tuyo y el de la cultura oriental se aferra al pasado,
pues viven de los devenires de la economía mundial, los ideales y la
espiritualidad nada tienen que ver con eso en realidad, pero eso no es
exactamente lo que querrás saber. No, el futuro no provee de lo que tú
necesitas. La mujer que todo lo tiene no necesita más aburrimiento en su vida.
Necesita cambiar drásticamente”. Todas las voces combinadas le dicen a
Ashley ese mensaje de una u otra forma. Ella les rechaza “crees que me convertiré en alguna porquería de Mahatma Gandhi, idiota,
no dejaré todo lo que me he ganado hasta hoy”, “No, no – dicen – sin duda no
dejarás nada. Sólo llegas a un punto de inflexión y necesitas deconstruirte,
reinventarte, dejar de ser tú”. Ashley Crawford de repente siente que puede
ceder mientras sigue siendo testigo de la maquinaria bestial, del engranaje
renovable del que surten las tierras más pobres y la clase media, la más
importante que sigue siendo el aceite que hace que rueden esos engranes. Las
voces siguen, son insistentes, rodean su mundo:
El cambio. Renace. Deconstruye.
Living la vida loca. Tú puedes hacer que suceda. Deja de ser tú. Quien más
tiene, más pierde. Avón llama. Sé alguien más. Todo o nada. Sobrevive siendo
otra.
El sube y baja del trago de
absenta, regurgitando en sus deseos irrefrenables. La súper modelo accede. Las
voces cesan.
Hoy
¡Basta! – Musita la Gran
Bertha mientras agarra a uno de los militares por el cuello, poniendo su
otra mano en las nalgas del hombre y comenzando a apretarlo encorvándolo,
haciéndolo una pelota. – No aguantaré más
esto, militares imbéciles – A la par de esto, las vísceras del soldado
revientan haciéndolo escupir sangre, Bertha imprime un poco más de fuerza y
consigue reventar su columna para hacerlo una verdadera bola de boliche verde.
El soldado se retuerce, sus ojos se han saltado, regurgita sangre y manotea con
sus brazos extendidos semejando un simio – pelota. El jefe de la operación
ordena a los otros milis que apunten a Bertha,
Mandril-o y Chacal-o observan a la distancia, sorprendidos. Bertha sonríe y
arroja al agonizante soldado bola hacia los otros militares que comienzan a
dispararle a la vez que son barridos por su compañero circular. El soldado en
jefe se queda pasmado. Bertha le indica a los horrendos mutantes que dejen de
servir a esos verdosos o ella misma los matará. Mandril-o podrá ser un pendejo
a prueba de pendejos pero sabe lo que le conviene, bajando de la pila de
escombro de la destruida guarida de la Liga. Mandril-o tarda un poco pero hace
lo mismo. Algunos soldados en pie disparan a Bertha. Ella se aburre, odia esa
sensación, es a prueba de balas, es algo que no era. Golpea fuertemente el piso
y provoca un ligero terremoto que desconcentra a los soldados y barre con ellos
brincando y golpeando. Más de 900 kilos puestos al servicio de la limpieza de
militares. Finalmente, arrinconado el jefe, nomás con los ojos pelones no sabe
qué hacer.
- Sé que eso es lo que quieres hacer. Romperlo
totalmente. Pero no te servirá de mucho así. De hecho, estás en un error
Ashley. Éste militar sólo está cumpliendo órdenes, las cuales tienen un propósito
concreto: Evitar el peligro de que Sinuhé, tu jefe y esa bola de perversos
hagan suyo el mundo en un intento de dominación y locura. Tú sabes que buscar
dominar el mundo es algo incorrecto.
La voz pertenece a Luis Miguel que ha salido de la tienda
de campaña donde tienen preso al Hombre
Puerta. LuisMi carraspea un poco la voz y avanza hacia ella acomodándose su
moño, continuando con la gala de su poder verborreico que hace creer a la gente
en cada una de sus palabras – Eres una
mujer que, aunque haya tomado un camino equivocado alguna vez, lo recompuso y
busca equilibrar las cosas ahora. Éste hombre que intentas matar forma parte de
esa balanza equilibrante y por lo tanto tú no deberías formar parte de eso
- .
Bertha duda, se detiene, mira de
reojo a LuisMi, comienza a caer presa del encanto de sus palabras. El discurso
de LuisMi aderezado con hormonas y un agudo poder de lógica en medio de todo el
disparate de esta historia, la empieza a ablandar. El verde vidrioso de sus
ojos de cuarentón negado la envuelve. Bertha sabe que es verdad lo que él dice.
Cuando ella cedió al cambio que la hiciera dejar de ser la mujer que lo tenía
todo, no pensó que necesariamente sería convertirse en una obesa de media
tonelada. Ahora ella podía comer todo lo que quisiera burlando la realidad de
millones de mujeres vanidosas y enloquecidas por sus lonjas, brazos de
garnachera, papada incipiente y chaparreras ocultas con faldas gigantes, pero
también, podía controlar su densidad molecular con sólo el pensamiento. Es por
eso que las balas no le hacen daño.
La velocidad con la que es
proyectado el plomo representa nada para la fisiología de su cuerpo redondo,
brillando ahora por la grasa más que por el brillo del sol en sus torneadas
piernas. La Gran Bertha era la mujer que poseía todo… nuevamente, aún cuando
buscaba el derrumbe de su mundo plástico. Ella había negado el camino entrando
a una pateticidad increíble, sabiendo que era eso precisamente lo que le hacía
falta. Ella era tan perfecta y tan llena de todo, que el error que conllevaba
la fechoría la complacía. Por eso, cuando dejó la carrera de maleante para
unirse al equipo de la Liga de Perdedores, fue porque supo que no tenía que ser
perfecta, que de hecho, su imperfección era apreciada y así podía dejar su
cabeza tan llena de pecados perfectos, en otro lado. Así que la intimidación de
estos militares ya le estaba sobrando. Si iba a ser aprehendida, seguramente
sería con un río de sangre de por medio.
LuisMi se le acerca, retando a su
convicción: "Tú eres bella Ashley,
no necesitas ese cuerpo de gorda para ser heroína, tú ¡¡¡esdafghhhrrrgghh!!!”
El puño de Bertha se desprende de una pared donde quedó estrellado el bonito
rostro de LuisMi, el cráneo aplastado, roto, los rubios cabellos de engominado
lustre están pegostreados ahora de sangre que es impulsada por un chorro de una
otrora cavidad nasal. Bertha ve su puño ensangrentado con un globo ocular
verdoso de LuisMi y musita: Mi nombre es Bertha.
Mandril-o y Chacal-o están
pasmados y casi se mean cuando Bertha les dice que vayan por Hombre Puerta.
Salen corriendo a la improvisada tienda de campaña donde estaba siendo
torturado por los encantos de LuisMi y Bertha se dirige al militar que yace
todo obrado del miedo en el piso. Bertha sin hablarle lo toma del traje, el
tipo saca una pistola y se la dispara en la cara. Bertha, al despejarse el
humillo de la pólvora, sólo toma el arma y la arroja lejos. Luego azota al tipo
en el piso. Bertha mira a su alrededor. Sabe que hoy huele a muerte y no sólo
por LuisMi, hay más mierda que se desangrará hoy. Las voces siguen calladas.
Colima, México, hace un año
El demonio de la destrucción
observa su obra. Todo es ahora claro para él. Si entiendes que hay un motivo
para las cosas en la vida de cualquiera, el de este demonio es todo acerca del
delirio, desesperanza y destrucción. El asunto es que, entre toda esta
desgracia, nota que hay algo más que ese círculo del que salió. Los jipis le
dieron una guía sin querer: los recuerdos de su cuerpo poseído. Bien y sin
héroes y militares que lo estén importunando, puede crecer y atacar a la
población de ese desértico y triste lugar. Con una sonrisa avanza, pero se
percata de alguien que se levanta. Imposible no darse cuenta de hecho. La mujer
de casi una tonelada se levanta de entre sus compañeros y observa al demonio,
éste se da cuenta de que ella lo mira y avanza decidido y sonriente. Bertha
camina hacia él también con rostro serio. Arriba, el helicóptero en el cielo
comienza a caer y Bertha brinca sorpresivamente hacia el aparato, partiéndolo
pero llevando entre sus brazos a dos delirantes pilotos y al espumeante hocico
de su líder. Los deposita en la tierra y al voltear, nota que el demonio se ha
ido. Se acercan al lugar patrullas, autos, agentes del gobierno, encubiertos,
policía, medios: es un caos. Bertha observa al horizonte, realmente esperaba
conocer la destrucción del demonio. Más tarde escucha en el comunicado por mera
lástima que le dan a Sinuhé acerca de que el demonio se esfumó, pero el
objetivo había sido cubierto con cierta notoriedad al haber rescatado unas
piedras preciosas en poder de los jipis. No hubo más.
Ginebra, Suiza, el muelle. Hoy
Tres confundidos enmascarados
salen del muelle. Increíble, piensan, que Oolong
el cambia formas haya demostrado tanta oposición a su captura. Uno de ellos se
retira la máscara. El bigote ralo, la incipiente calva y unos ojos inyectados
de furia y rojo culerón, alza su machete mostrando encajada la oreja de un
cerdo: Pues como dijeran en mis tiempos,
¡oreja y rabo! Como buen torero, deberían sacarme en hombros ¡cómo no abuelita,
hombre! Hijo de María Morales debía ser… El hombre del sable medieval
también se quita la máscara, quejándose del calor, sudoroso, su calva refleja
el inusual sol de Ginebra y acomoda sus canos cabellos: Mierda, os digo, que este aire del mar es tan ligero que colma mi pecho
de fuerza. Por eso es que vuestra colección, Pedro, se complementa con esta
rica pata de chancho. Exigiré sea servida para vosotros en una justa
celebración de nuestra victoria mutilante sobre el enemigo. Así lo decide
Miguel Hidalgo y Costilla. El tipo de la navaja suiza se quita la máscara y
se coloca unos lentes de círculo, suelta su largo y desaliñado cabello y sonríe
cínico: nunca habría pensado lo divertido
que es esto. No hay más que decir compañero, dale una oportunidad a la paz,
pero si hay que degollar a un maldito cerdo mutante, John Lennon se volverá tu
colaborador indicado. En ese momento, Lennon sostiene en alto la cabeza
cercenada de Oolong. Los tres se dirigen fuera del lugar sonrientes.
Mientras en el desierto de Libia
el pobre cabrón de Sinuhé sigue tirado boca abajo en la arena. Qué poca, a ver
si ya nos acordamos de él en la próxima.
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