La nave de los locos lleva por
nombre planeta tierra. Flota por el espacio dibujando una elipsis, siempre con
un lado visiblemente iluminado y otro que temporalmente permanece oculto. En
espasmos de euforia y nocturno mutismo gira sobre su propio eje sin rumbo claro
o conocido (es un barco de papel en el centro de un remolino). Aun manteniendo
los pies en el suelo dentro de ella, somos lunáticos en órbita y en esta
ecuación invertida, podemos inferir que cuerdos, realmente cuerdos... ha habido
muy pocos. La modernidad fue sin duda la caja de pandora de cuantiosa locura
normalizada que hoy en día experimentamos. Los profetas del progreso
advirtieron desde el delirio, el atisbo de un nuevo mundo en concordancia con
la profunda razón. Fue una visión tan febril y demencialmente vivida que su
construcción en un parpadeo de siglos no escatimó en vidas y demolición de
continentes. Al final, locura colectiva o lucidez momentánea... la técnica modeló
nuestro destino hacia un nosocomio tecnológico.
Como efecto secundario, los
padecimientos y fobias actuales parecen amplificarse y multiplicarse: Soledad
vs Televisión, Depresión vs Compras compulsivas de pánico, Desamor vs Sexo
hardcore por la web, Credos dogmaticos vs Drogas duras; la mayoría oímos voces
a donde quiera que vamos ("beba, fume, adelgace su figura" ¿Mate para
conseguirlo?), pocos se atreven a ignorarlas. Estados alterados de conciencia,
mas no elevados, sólo unos cuantos "ismos"
dichos al aire bastan para diagnosticarnos como habitantes perennes de Cuculandia (Locagonia en la antigüedad). Y es que, de alguna u otra forma todos
hablamos con Dios, y quien logra plasmar en una expresión artística dicha
conversación, trasciende por unos instantes la insania general.
Infortunadamente, hay un arriesgue si no somos comprendidos: Jesús habló de
cordura... y los locos lo mataron.
No son casos aislados los
suicidios colectivos, las matanzas sanguinarias, la violencia religiosa o las violaciones
tumultuarias. Si el discurso de la sensatez y el juicio en la vida pública está
siendo rebasado por la barbarie, es a nuestro alrededor con personas comunes y
corrientes donde nos percatamos que la prudencia en lo íntimo e individual también
está llegando a su límite. Las historias de ángeles urbanos de la muerte que un
día de buenas a primeras decidieron disparar a gente inocente, son ya casi tan
recurrentes como los escándalos del Jet-Set
o la farándula. Siendo sus cabezas una jaula de grillos, queda la pregunta
de cuantos más en privado fantasean ominosamente con asesinar a sus semejantes
(la alienación no siempre es un catalizador hacia lo creativo). La desesperanza,
es quizás la llave que está abriendo la puerta de los trastornos y los demonios
internos al reino de lo real.
Interpretamos estos quiebres
señalando en nuestras sociedades la acumulación y la sensualidad como las guías
y directrices dominantes. Muchos al no obtenerlas tanto como quisieran,
comienzan a albergar ideas mórbidas en la mente. Sin embargo, cuando aparecen
casos de individuos turbios que han mantenido privados de la libertad por años
a otras personas (las cuales sufrieron humillantes vejaciones sexuales en su
encierro)[1],
cuando salen a la luz los horrores de grupos que en la fe creyeron poder
aislarse de todo para vivir en la tiranía de un fanático[2],
cuando aparte de los tiroteos, se descubren incidentes de canibalismo o
infanticidio no ya en pueblos, sino en metrópolis modernas, nos queda claro que
la locura tiene otros orígenes, se oculta más cerca de lo que nosotros creemos
y no siempre brota en un descuido: se cría furtivamente desde la infancia. Los
Castillos de la Pureza, la necrofilia psicótica y la brutalidad de actos como
el de sacarle los ojos a un niño en un ritual (a manos de sus propios
familiares) bajo el pretexto de detener el fin del mundo[3],
suceden detrás de muchas paredes en nuestras ciudades sin que nosotros siquiera
imaginemos su existencia ¿Qué es lo que está provocando la eclosión del infierno
y el vomito de chiflados? No muchos estamos preparados para saber la respuesta.
De la ignorancia deviene el mal,
pero en la ejecución enfebrecida de éste, surge el no retorno de la sinrazón
(¿Cómo distinguir la locura como disfraz de la pura maldad?). La vieja
fascinación por los recónditos lugares exaltados del pensamiento; en estos
tiempos se ha diluido en hábitos autodestructivos que son verdaderos descensos
al inframundo. Atrás han quedado las obras oníricas o los viajes surreales de
autores igual de enardecidos en el desvarío. Hoy por los pasillos del asilo
mundial caminan libres aquellos que no pueden en el genio sublimar su torturado
submundo interno. Los locos gobiernan este mundo y conducen la nave por los
mares podridos del misticismo financiero y las crisis purificadoras (la víscera
y la carne queda expuesta cuando el absurdo hace estragos en las normas
sociales). Los destellos de la belleza logran por instantes curarnos y a veces recobramos
por un segundo el sentido de las mareas... pero cuando la luna de la
desesperación vuelve a lo alto: Shine on
you Crazy Diamond!
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