lunes, 13 de enero de 2014

MUNDOS Y LUCUBRACIONES


      Para determinar a la locura en inicio debemos de detallar a la cabalidad, palabra que significa un orden dentro de las propias conductas y acciones del hombre, correspondiendo las mismas al efecto de otras conductas y reacciones con las que dicho hombre interactúa. En consecuencia, hablar de locura y de su contraparte nos exige entenderle desde la esfera en donde se conciben tales conceptos: dependerá entonces de la sociedad, el micro o el macrocosmos, de las leyes que condenan los actos impropios, los actos que dictan la racionalidad de un grupo social, es decir, de sus creencias dentro de sus propias creencias, aportándole ganancia o restándole valor a lo “sano” y a lo “insano”.

La locura podemos asumirle también desde una dirección biológica, neurológica para ser exactos, y que en conjunto llamaríamos psico-génesis; cualquier daño, afección u alteración que pudiese tener la masa encefálica tendrá como resultado algún cambio que, quizá, dependiendo del daño ocasionado vendría a modificar el comportamiento y adaptación de dicho sujeto. Sin reducir los posibles motivos que llevarían a esto, podemos simplificarlo en: un traumatismo craneoencefálico que podría ser imperativo en la detonación psicótica, pensando que el individuo en cuestión necesitará sólo un pequeño “empujón” o “liberación”, dada ésta por medio del traumatismo; quebrantar (violentamente) en cierta forma la parte racional con la posibilidad de liberar la incongruencia que, aún desconcertante parezca es natural en nosotros. Tan es así que la segunda alternativa para adentrarse en la pérdida de la cordura es propiamente la facultad de la razón en nuestra toma de decisiones, es decir, viene esa pequeña inquietud del ser humano en la que no le satisface la correspondencia de sus sentidos con el mundo, necesitando en éstos profundizar, con la ilusión de poder discernir que yace en el caótico y único mundo de la sinrazón. La sinrazón mencionó Foucault mistifica y desmitifica, es el encanto extremo del desencanto, hacerse consciente (incido) de la conciencia de la sinrazón y de la conciencia de la locura. 

Las drogas y los traumas existenciales son ejemplo práctico de lo antes mencionado, apropiando a la “lógica” del pensamiento por medio del estímulo e indagando en sus espacios no visitados que son espacio de lo inconcebible; la locura es por tanto innata y, se comprende así, o mejor dicho, se moldeará dependiendo de la “salud mental” del lugar que habite ese hombre, de los límites, los parámetros, las restricciones y ante todo, de la sobre-estimulación de placeres y displaceres. Al grado de que estas dos logran ya ser difusas, no se discierne entre una y otra, volviéndose obsesión ambas. Las reglas, las leyes (políticas-religiosas), los problemas morales y los patrones normativos pueden llevar a la sociedad y a quienes le integran a la función de la antiregla, es decir romper con todas estas exigencias avaladas no en inicio por el consenso sino por “privilegiados”, por “especialistas” o “expertos” en diferenciar entre lo sano y lo insano; tal actitud podría ser entendida como prosaica, considerando que el mundo no es algo dado, es creación del mismo hombre; en ese mundo debe enfrentarse tanto a las solicitudes –impuestas- como al propio vacío y la nada, el vacío que se llena de un paisaje imaginario creado por el tiempo, la religión y la civilización (Foucault).

La civilización como medio favorable de la locura, en donde la nada se convierte en un perverso poder que lleva a la sensibilidad a la anticipación o la creación individual de mundos: mundos defectuosos, mundos melancólicos, mundos débiles, mundos perversos, mundos vacíos, mundos alucinantes, etc. La locura es el no equilibrio de nuestra psique, de nuestro mundo interno y así mismo el desequilibrio de nuestro mundo externo; el desequilibrio mental es una fuga masiva de nuestras represiones, de nuestra personalidad instintiva que desata la posibilidad de las posibilidades, se rompe el orden, acompañado de las posibles e imposibles repercusiones. Szasz formuló diversas teorías al respecto de que la enfermedad mental es sólo un mito que busca por medio de la categorización de personalidades típicas y atípicas el control social. Nociones sobre la adaptación de hechos médicos y antropológicos transitan en ello, es decir “adaptarse” a los patrones normativos derivaría en creer que adaptarse a un entorno o medio es lo mismo que gozar buena salud o normalidad. Nos dice Allers que esto sería una superlativa negación de la autenticidad.

La locura en consecuencia debe ser reconocida por conductas, comportamientos y ante todo por un recinto que pueda instituirle, el manicomio sería éste; por una academia como el DSM IV, V o VI. Szasz la presenta en un estado más fenomenológico en tres naturalezas: naturaleza salud, naturaleza verdad y naturaleza razón. Siendo todas ellas discutibles y cambiantes dependiendo del tiempo, el contexto y las normas bajo las que se rigen los hombres que las conforman. La locura es el lugar sin forma, sin tamaño, ausente de color y de todos los colores, intacta a saberse intangible. Dormida y domesticada, liberadora como esclavizante, placentera como terrorífica e incomprensible como reveladora. Es fantasía, es el mito –individual- descontrolado, es el lenguaje desorganizado de ideas que pretenden llevar a la lucidez dilucidando con las fantasías. Es natural entonces sentir que se pierde la razón ya que de no perderla o imaginar que podríamos perderla nos volveríamos locos de sólo pensarlo, de pensar que sin romper nuestros estribos no ascenderíamos al equilibrio entre lo que somos y que creemos que somos para los demás.  

Cuanto más invade este mundo privado el mundo común a todos y lo transforma, mayor es la incomprensión que rodea al individuo, el que aparece ante los ojos de los demás como anormal.

Rudolf Allers



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