Recuerdo que de niño tenía una
percepción distinta del futuro a la que tengo ahora, y creo que, conforme fue
transcurriendo el tiempo, se fue distorsionando. Pasó de ser alegre y armónica,
a caótica y peligrosa; buena parte de ese cambio fue producto de las películas
que vi, el cine se presentaba ante mí con versiones sumamente diferentes del
futuro en ese momento, me mostraba planetas dominados por simios, donde el
humano era controlado por estos por ser considerado una amenaza, ya que tiempo
atrás en ellos había estado el control del planeta (Planet of the Apes,
Franklin J. Schaffner, 1968).
Sociedades adictas tanto a drogas
de diseño como a la hiperviolencia, ciudades repletas de bares donde esos
estupefacientes se consumen con la mayor normalidad, pandillas juveniles que
tienen como diversión violar jovencitas y buscar bandas rivales para
protagonizar salvajes golpizas en ciudades en donde, el Estado ha implementado
nuevos métodos de control del delito a través de shockeantes terapias visuales
(A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971). Presencié vertiginosas
persecuciones entre brutales motociclistas y desquiciados patrulleros del
camino, que lo único que buscan es descargar toda esa adrenalina velocista que
corre por sus venas, en un mundo donde los primeros saquean pueblos y cometen
todo tipo de atrocidades (Mad Max, George Miller, 1979).
También pude ser testigo de cómo
un hombre es abducido por una computadora para llevarlo a un mundo virtual,
donde sorteará toda clase de obstáculos y saldrá avante de todas las amenazas
que lo acechan, ayudado por un programa rebelde que quiere terminar con la
tiranía del programa maestro (Tron, Steven Lisberger, 1982). Mientras, un grupo
de cyborgs conocidos como replicantes, muy parecidos a los humanos, son
enviados a cumplir misiones a planetas distantes para que, al finalizarlas,
sean descontinuados y eliminados (Bladerunner, Ridley Scott, 1982). Ciudades vigiladas
por súper policías, cuasi invencibles, capaces de llevar a cabo operaciones de
alto riesgo por sí solos, (Robocop, Paul Verhoeven, 1987).
Viajes a Marte para recorrer sus
enormes desiertos rojizos, conocer personas que habitan ese planeta y han sufrido
mutaciones por la falta de aire, empresarios aliados con gobernantes codiciosos
y corruptos que limitan el abasto del vital elemento para controlar y mantener
a raya a la población (Total Recall, Paul Verhoeven, 1990). Sociedades
anárquicas que vaticinaban la llegada del nuevo milenio, en las que ex policías
venden equipos de realidad virtual para revivir experiencias únicas, como
asesinatos, asaltos, recuerdos placenteros o relaciones sexuales (Strange Days,
Kathryn Bigelow, 1995).
Vivir en una ciudad oscura
secuestrada, donde hombres y mujeres son conejillos de indias para razas
extraterrestres moribundas que buscan una cura para un vacío extra existencial
(Darkcity, Alex Proyas, 1998). Ser parte de un mundo sin saber que este es
creado por impulsos electromagnéticos que van directo a nuestro cerebro,
impulsos envíados a humanos por gigantescas computadoras y máquinas que recrean
mundos utópico (Matrix, Larry y Andy Wachowsky, 1999). Pertenecer a sociedad
donde las prohibitiva, donde el arte es un delito, con el fin de evitar
sensaciones como rencor, dolor, avaricia, envidia, o amor (Equilibrium, Kurt
Wimmer, 2002).
Ver como policías encubiertos se
vuelven adictos a sustancias creadas por empresas multinacionales, mismas que a
su vez se encargan de su rehabilitación, encubriendo un enorme negocio redondo
ya que, dentro de sus instalaciones, hombres y mujeres que buscan superar su
adicción se dedican a cosechar la droga por la cual se han vuelto
irreconocibles para todos sus amigos (A Darkly Scanner, Richard Linklater,
2006).
El futuro, tal como es visto en
el cine después de este breve recorrido por algunas de las muchas películas que
hablan de él, es oscuro y desolador, la desesperanza habita en la mayoría de
sus temas: políticos déspotas y codiciosos; humanos alienados y controlados por
el sistema; hombres y mujeres decadentes sin mayor ambición en la vida que
conseguir una dosis más de droga para poder sacar el día; la manipulación de la
información por parte de las televisoras y tabloides que en el único punto
donde convergen es en cuidar sus propios intereses. Vale la pena preguntarse,
qué tan lejos estamos de ese futuro, porque todo parece indicar que lo tenemos
más cerca de lo que pensamos, los movimientos sociales que están teniendo lugar
en buena parte del mundo son una muestra de ello, así como la crisis económica
que está viviendo buena parte del mundo y lo que pareciera ser el colapso del
sistema capitalista, el derrocamiento de longevos regímenes dictatoriales, la
poderosa fuerza que los medios de comunicación, sobre todo, la televisión e
Internet, tienen sobre la colectividad, la proliferación y legalización (en
algunos países) de drogas, la despersonalización de los individuos a través de
las redes sociales mismas que conllevan a la poca o nula interacción personal
entre hombres y mujeres.
Hoy, después de escribir este
artículo, volteo años atrás a ver a ese niño que soñaba con un futuro
esperanzador, ese infante que jugaba con canicas y juguetes de madera; hoy ese
niño a desaparecido, su lugar lo ocupa un adulto sentado en un café, pensando
en el futuro, viendo a un niño a su lado jugar con su PSP y mandar mensajes a
sus contactos de Facebook a través de su celular, al ver esto, me pregunto
¿cómo se imaginará el futuro este niño?
Escenas iniciales de BLADE RUNNER
José Huerta: Empresario cinéfilo,
realizador “progresivo” de la imagen y de su construcción en movimiento.
Licenciado en ciencias de la comunicación, hecho que no ha sido impedimento
para aventurarse en proyectos que viven en sus pesadillas, en su estilo – cada
vez más propio- de lo que es el mundo; acuñado en la lectura, el cine, la
fotografía y en últimas fechas la novela gráfica (vale la pena revisar sus
análisis que van desde la cuadratura técnica a las bondades de la
significación). En resumen un hijo putativo de Lynch defensor de la imagen, el
“buen gusto” y de la creación voraz.